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Más terrenal que bíblico

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La obra de Mauricio Kartun Terrenal es destacable por más de un motivo y no es ningún secreto: Kartun demuestra con holgura y sin proponérselo por qué es el maestro de varias generaciones. Así que –aunque me gustaría– no me detendré en interpretaciones ni en elogios para él y su magnífico trío. Me gustaría, en cambio, compartir una sensación bastante escalofriante que me ocurre a veces al salir del buen teatro.

La obra recrea el mito del asesinato de Abel a manos de Caín y la fundación de la raza humana sobre la base de este crimen. Toda obra es un mito en miniatura, y aquí las dimensiones de este mito, de miniatura tienen poco: cualquiera que guste verificarlo verá que el público del Teatro del Pueblo se conmociona, se sacude de risa y se acongoja como un unánime puñado de griegos ante un mito, una porción de razonamiento inconciliable con el órgano de la razón. Yo estuve entre ellos y con ellos, siguiendo el camino para mí trazado en la obra por la mano inspirada de Kartun.

Sin embargo, cuando culmina la ilusión pasajera y embriagante de esas palabras, de esos histriones, me pregunto qué hemos visto: un pequeño acto ácrata en el cual se ponderan con razones ineludibles las ventajas de la anarquía por sobre las de la propiedad. De yapa, se asocia la primera al Bien y la otra al Mal. Y el público porteño, quizás el mismo pueblito amasijado, contradictorio e inescrutable de los cacerolazos, de las reelecciones de Menem, de los ratings de la telebasura, aplaude enfervorecido la manifestación de una ideología que probablemente no sea la suya. A veces pasa.
Mónica, la mujer de Kartun, me lo explica con envidiable casera elocuencia: los que entienden lo que aplauden saben bien por qué. Pero aquellos que andan –sin saberlo– por el mismo rumbo de este pobre Caín manipulado por su contradicción y su dolor (conservar a toda costa) aplauden porque –como Caín– de aquello que se les dice entienden lo contrario.

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Y del no matarás pasan al “a veces”.