La conducta del sector externo de nuestra economía –una economía chica, abierta y en vías de desarrollo– es muy estratégica. Esto pesará mucho de cara al “día después” de los próximos comicios, cuando, como lo señalamos en una nota anterior, el sistema político deberá encarar, cual una prueba ácida, una instancia económica muy delicada. Aun cuando la economía mundial atisbe alguna leve mejoría, nosotros deberemos resolver el intríngulis de una economía básicamente frenada, y con distintas variables que perfilan un curso complicado. Corresponde, pues, una respuesta de política económica lo más global que sea factible.
Nuestra economía no puede funcionar aceptablemente sin el aporte de divisas. Sin éstas, el empleo, el mercado y la demanda internos carecerían de destino. A la vez que es legítimo contener importaciones invasivas, para producir necesitamos ciertas partes y piezas, equipos e insumos provenientes del exterior. Hay que sustituir importaciones con eficiencia, y, a la par, es clave que exportemos (las exportaciones arriman divisas), con valor agregado creciente. Por supuesto, la dinámica de la economía mundial –no es igual un ciclo alto a uno bajo, como es el actual– marca en cada momento el dimensionamiento del fenómeno, pero, éste siempre existe.
En nuestro caso, y dada la triste experiencia de los 90, es preferible que las divisas sean aportadas primordialmente por el comercio exterior a que lo sean por el endeudamiento y/o el ingreso de capitales externos indiscriminados. Sin embargo, un egreso de capitales, sobre todo si es rudo, daña. Véase que en el último bienio, la salida de capitales en sentido amplio superó los US$ 30.000 millones, “chupándose” asimismo superávit comercial y reservas. Fue un acierto, claro, disponer de esos elementos para evitar perjuicios mayores, pero igual se aprecia la escala del problema: vgr., se podó mucha demanda interna. ¿A qué apuntamos con lo dicho? Es simple: en el seno del recio desafío económico post comicial que asoma, el intentar encauzar el frente externo de la economía es vital, algo indesgajable, desde ya, de una visión integral de política económica. Estamos expuestos a la amenaza de una restricción externa o de divisas, lo que reclama una respuesta severa.
La citada salida de capitales se debió, por un lado, a la irrupción y al curso de la crisis externa, pero, también, en dosis no menor, a causales endógenas, entre las que la fuerte prociclicidad fiscal en lo alto del ciclo, con sus secuelas, incidió mucho. Súmese el conflicto agrario, etc. Por ende, estos aspectos, en su perspectiva, deben ser sopesados cuando se aspire a poner tope a un drenaje de capitales que aún actúa.
Otro factor relevante es resolver el tema del grado de realismo pertinente del tipo de cambio. Una óptica torpe, al caer la demanda mundial, en lugar de apuntar a reforzar posiciones para que nuestras exportaciones cotejaran mejor en el duro contexto, buscó justificar la prociclicidad del cambio relativamente apreciado; así, se daba más pie a la desaceleración de aquéllas, de la recaudación y del producto. En el asunto, la política del Banco Central no fue feliz, turbando, de paso, la propia monetización de la economía. Y la recién conocida postura oficial de la entidad en el sentido de aludir al tipo de cambio actual como subvaluado, grafica los errores de visión en danza.
En definitiva, la cuestión del sector externo, dentro de una política global, es clave. Aborda, como medular, el enfoque acerca de la salida de capitales. Similar significación le cabe a la posibilidad de contar con un tipo de cambio bien realista, algo no confundible con un nivel que refleje una instancia de desquicio.
Hay, aquí, supuestos subyacentes: a) que es impensable el control de capitales como un recurso autosuficiente ante la fuga de capitales, b) que resultaría fastidioso incurrir en otro default a poco de superar uno anterior, y, c) que el engolosinarse con eventuales fondos externos, más que para facilitar operaciones, apuntando a “pedalear” problemas y/o a tomarlos como eje de la solución, no es aconsejable.
*Economista.