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Escapes

Masa encefálica crítica

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Harto de la realidad (inundaciones, reforma judicial, tasas de interés bancarias, declaraciones impositivas, salario familiar, bicicleteadas, metrobuses y peatonalización del Microcentro, la muerte de la Thatcher, el misterio de Tinelli, los secretos de Boudou), me refugio en una serie nueva, más sombría que nada de lo que haya visto hasta ahora, pero que interroga con una radicalidad desconocida la cualidad de lo viviente. Y la presento hoy, un día 13 del año 13, dejándome arrastrar por las delicias de la superstición.
In the Flesh, producida y emitida por la BBC3,  fue imaginada por Dominic Mitchell, quien cuenta el proceso de escritura en el blog asociado al sitio del show.

La premisa es la siguiente: hay zombies, pero éstos son considerados por el Estado como enfermos que sufren de PDS (Partially Deceased Syndrome, Síndrome de Parcialmente Muerto). Sometidos a un tratamiento de rehabilitación y debidamente medicados (una inyección diaria en la base del cráneo), son reintegrados (con un set de maquillaje y lentes de contacto de colores que a medias disimulan su condición) a la sociedad, a la familia, al mundo, donde se enfrentarán con el odio de los otros y donde circula también un llamamiento zombie clandestino a la no medicación.

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El protagonista de la serie es Kieren Walker, afectado por el síndrome y vuelto a su casa en un remoto pueblo rural de la Inglaterra profunda.

Lo que se sospecha desde el comienzo se verifica casi de inmediato: Kieren es gay y se suicidó cuando el amor de su vida se topó con la muerte en una de esas guerras imperialistas de Medio Oriente. No se explica el origen del síndrome, que aparentemente no sobreviene por contagio (mordedura), y que sostiene a los que deberían haber muerto en ese umbral indiscernible donde la chispa de vida es apenas una emoción inducida por un medicamento.

Más allá de la trama, el argumento es sombrío porque precisamente subraya el modo en que el Estado interviene en relación con la posibilidad de vida (o de muerte), condicionando incluso aquello que se opone a su soberanía por principio. Kieren quiere morir de amor como un joven Werther pero el Estado se lo impide, devolviéndole la memoria que el PDS había borrado de su cerebro arrasado por la enfermedad y el hambre caníbal.

Quise escapar de la realidad pero me doy cuenta de que no llegué muy lejos: me encuentro de nuevo con el Estado y su regulación de lo viviente (inundaciones), el ejercicio demente del poder (integración) y, sobre todo, la Masa (encefálica) Crítica.