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Massa menos

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En su peor momento, Massa vuelve al juego que mejor juega y que más le gusta. Como un ilusionista, intentará hacernos creer que con su relanzamiento como presidenciable ante un Vélez completo volverá a ser el que fue con vistas a octubre.

Más como producto de una necesidad lindante con la desesperación que como un paso fríamente calculado, el diputado busca torcer de una vez una curva descendente en la consideración pública, política y empresaria.

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Lo del 1-M hay que situarlo en ese contexto. La convocatoria, los videos épicos, la escena familiar, los saludos radicales, las presencias de los más fieles (hasta que dejen de serlo), el show y la prolijidad made in USA.

Resultó un armado impecable en pos de disimular falencias estructurales del posicionamiento massista. “El cambio justo” viene cayendo al ritmo de la polarización entre Scioli y Macri, que simbolizan demandas más extremas de una sociedad más extremista tras la “década ganada”.
La lluvia de promesas refleja lo acuciado que se siente Massa. Y sólo puede esperarse que se multipliquen de aquí en más, incluso por encima de las que ya lanzaron sus rivales directos en la campaña, si es que no logra cumplir su plan de resurrección.

Es cierto que Massa tiene su fuerte en la provincia de Buenos Aires y que su pacto con De la Sota mejora sus chances en Córdoba. Pero eso no da muchas garantías, como tampoco la movilización armada del viernes a Liniers: el último peronista que llenó un gran estadio lanzándose como presidenciable ahora se limita a buscar un DT adecuado para su querido Independiente. El poder fluye.