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Mate dulce

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Hace décadas leí una entrevista a un autor argentino, creo que era Haroldo Conti, casi seguro que sí, pasó mucho tiempo y todo tiende a mezclarse, pero todavía recuerdo el tono, entre campechano y costero. Conti se refería a su obra como: “Esos libros que uno va pariendo dificultosamente entre mate y mate”. La frase me molestó tanto que quizá la recuerde de manera literal. En aquellas épocas, así como me fastidiaban las menciones mitopoéticas de los cigarrillos negros, los poemas dedicados a la estampa física y las glorias guerrilleras del Che Guevara, la invocación de Julio Cortázar como santo tutelar y amigo cercano, me exasperaba también la mención del mate como acompañamiento de los momentos de reflexión en el arte de escribir, tanto como la atribución a este de una condición dificultosa, como me irritaba la idea de la literatura en situación de parición, el “uno” del autor masculino tomando ese lugar imposible.

¿O sería sencillamente que el mate me daba acidez?  

Quizá se debiera a que creía que mencionar al mate era un modo de captar la benevolencia del lector empleando una práctica popular en momentos en que la política y sus urgencias arrasaban con la especificidad relativa de la literatura, con su temblequeante autonomía, exigiéndole compromiso con las luchas populares al punto de que muchos escritores se negaban a definirse como intelectuales (ni hablar de la palabra “artistas”, esa era para las vedettes de la TV) y elegían el rol de trabajadores manuales porque tipeaban en la máquina de escribir

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Ahora, en cambio, cuando escribo, me acompaña esa idea, la del mate como objeto material que obra la transición espiritual necesaria, y acepto que lo que define el acto de escribir, e incluso lo precipita, no son solo la velocidad y el desenfreno (la “inspiración”, tan esquiva y convencional ahora como fumarse un porro, mencionar un poema falso de Borges o invocar a Steve Jobs como santo tutelar), sino el tiempo que a veces hay que tomarse entre frase y frase, y también acepto que ese acto se define  sobre todo por la demora entre el momento en que uno decide sentarse frente a la computadora y el momento de empezar. La escritura es la travesía entre la nada o el desconocimiento de lo que se ha hecho previamente, y el momento en que se vuelve (o se comienza) a escribir. En esos momentos de soledad y de angustia, bien me vendría hacerme un mate con una yerba sin efectos secundarios para parir dificultosamente lo que viene.