COLUMNISTAS
Macri y sus facetas

Mauricio, el cartonero

Macri fue cambiando, evolucionando, aprendiendo los trucos de la empatía. Sobre todo a partir del nacimiento de su hija Antonia –hoy de casi 6 años–, se fue volviendo más humano. (...)

Imagen Default de Perfil
Portal Perfil.com | Perfil.com

Macri fue cambiando, evolucionando, aprendiendo los trucos de la empatía. Sobre todo a partir del nacimiento de su hija Antonia –hoy de casi 6 años–, se fue volviendo más humano. (...)

Es el producto de marketing inventado y perfeccionado por Jaime Duran Barba, el gurú ecuatoriano que logró convertir a un dirigente que tenía 68% de imagen negativa en sus comienzos en el presidente de la no política, con globos de colores y sin discurso ideológico.

Es el CEO ajustador y obsesionado con los recortes presupuestarios que ya en sus años en el fútbol mereció el mote de “cartonero”, debido a su proverbial mezquindad.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Es el gobernante que tras solo seis meses de trabajo full-time –algo que nunca había hecho– sufrió un episodio coronario, una arritmia, y desde entonces gobierna entre algodones y se rodea de nueve cardiólogos distintos.

Es el paciente que va a terapia desde hace más de 25 años, desde su secuestro, que sufre secuelas por aquel hecho –por ejemplo, su fobia al contacto físico con desconocidos– y que consume un hipnótico, Somit, para conciliar el sueño.

Es el devoto seguidor del manosanta indio Sri Sri Ravi Shankar y de su fundación El Arte de Vivir –la más marketinera de las escuelas de meditación y espiritualidad new age–, además de tener una “armonizadora” budista que exorciza los lugares donde el jefe percibe malas ondas.

Es el primogénito que pudo sobreponerse al constante boicot de Franco Macri –un emblema de la patria contratista y sus negociados–, y que se convirtió en presidente para que su padre finalmente lo reconociera.

Es el adolescente que soñaba con ser el centrodelantero de Boca y que mucho después, como titular del club, no tuvo problemas en negociar la contratación de un futbolista con el mismísimo jefe del Cartel de Cali.

Es el ex alumno del exclusivo colegio Cardenal Newman que llegó al poder rodeado por sus antiguos compañeros, entre ellos uno, Nicky Caputo, cuya contabilidad de a ratos se entremezcla con la del propio presidente.

Es el jefe que no duda en echar por la ventana a los funcionarios que se entrometen con aquellos negocios que benefician a la familia, como el del Correo Argentino, la aerolínea Avianca o el decreto del blanqueo para los parientes de políticos.

Es el fanático de las nuevas tecnologías, las encuestas, bases de datos y redes sociales, y los controles de la accountability aplicados a la gestión, todos insumos que dependen de su fiel jefe de Gabinete, Marcos Peña, y que irritan a los políticos tradicionales de Cambiemos. Es el playboy millonario que se casó tres veces y se divorció dos, y que colecciona mujeres bellas –y morochas– al tiempo que las moldea a su gusto y se cubre de sorpresas en alguna eventual división de bienes.

Es el amigo que juega al paddle con su jefe de Inteligencia, Gustavo Arribas, al que defiende con énfasis llamativo ante cada acusación, además de alquilarle su departamento, usar su casa como propia y confundir lo suyo con lo del otro.

Es el equilibrista que contiene a su explosiva aliada Lilita Carrió cada vez que la coalición oficialista cruje, y que a la vez la utiliza como un escudo moral ante las sospechas de corrupción que enfrenta el Gobierno.

Es el bromista que sostiene que “hay que saber hacerse el boludo”, y que cuando enfurece, en cambio, se planta: “Para gobernar este país hace falta ser un hijo de puta”. Macri es todo eso y más. Es un líder ambicioso, desconfiado, ácido, hedonista, caprichoso, audaz, insatisfecho, irascible, inteligente, soberbio y a veces inseguro.

Un líder que, a tientas, y sin encontrar aún el camino, quiere ser recordado y valorado por los libros de Historia. La sola idea de pasar sin dejar huella lo subleva. (...)

Macri tiene un tema con el dinero. A los 12 años, cuando veraneaba en Tandil y pasaba el día entero en el club Los 50, afuera del establecimiento siempre lo esperaba el Mercedes-Benz de su padre, el primero de esos autos de lujo que se vio en el pueblo. (...). La primera vez que sus amigos del club avistaron el Mercedes de la familia, con el chofer al volante, él no la pasó bien.

Su compañero Mauricio D’Alessandro, el hoy mediático abogado, lo señaló con el dedo para escracharlo:

—Che, decime, ¿cuánto gana tu viejo? ¿Un millón de pesos?

Las risotadas del resto del grupo acompañaron el comentario. Macri se quedó en silencio. Se sentía avergonzado. Lo estaban estigmatizando por ser el nene rico del lugar. Por viajar en un Mercedes en vez de usar una común y corriente bicicleta. Para entender qué tan hondo caló la burla en él hay que terminar de contar esta historia, desconocida hasta hoy. (...)

La relación del actual presidente con el dinero siempre fue un tema conflictivo. Diego Maradona, por ejemplo, lo bautizó «el cartonero Báez» en la época que compartieron en Boca —a  fines de los 90— porque decía que Macri se negaba a romper el chanchito para pagar premios y comprar refuerzos acordes a la expectativa del «Diez».

El Báez que inspiraba el apodo de Maradona no era Lázaro, el supuesto testaferro K, sino Rafael, aquel ciruja que declaró haber visto cómo el famoso ex boxeador Carlos Monzón tiró del balcón a Alicia Muñiz, su pareja.

—El cartonero Báez es terrible –se quejaba siempre Maradona, quien terminó yéndose al poco tiempo de haber vuelto al club.

La fama de amarrete de Macri por esos tiempos también la sufrió otro ídolo boquense, Carlos Bianchi, a quien Macri pretendió bajarle el sueldo luego de que el DT saliera campeón del torneo local, de la Copa Libertadores y del mundo, en la final disputada contra el Real Madrid en Tokio. Los números no le cerraban al “cartonero”, y Bianchi debía ajustarse después de haber ganado todo. Por supuesto, se fue dando un portazo.

El propio Maradona volvió a referirse al cruel apodo con el que había bautizado a Macri, pero casi veinte años después, en junio de 2016.

—Le diría que sigue siendo un cartonero –dijo–.

Veo una Argentina de rodillas. El Maradona de ahora es K. El que inventó el sobrenombre en los 90 era menemista, igual que su patrón en Boca.

*Jefe de la sección Política de la revista Noticias. Autor de La cabeza de Macri, editorial Planeta.