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Me equivoqué

“Ojo con tocarlo a Raúl / lo banca el pueblo / y por eso señor Presidente / decimos presente por cien años más.” Esa era una de las consignas esperanzadas que más cantaban los jóvenes de la Coordinadora allá por 1983, en el renacer de las instituciones después de la maquinaria de la muerte que instaló el terrorismo de Estado. Era la utopía del momento. Cien años más de democracia eran posibles. En eso estamos.

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“Ojo con tocarlo a Raúl / lo banca el pueblo / y por eso señor Presidente / decimos presente por cien años más.” Esa era una de las consignas esperanzadas que más cantaban los jóvenes de la Coordinadora allá por 1983, en el renacer de las instituciones después de la maquinaria de la muerte que instaló el terrorismo de Estado. Era la utopía del momento. Cien años más de democracia eran posibles. En eso estamos. Cien años más de Raúl Ricardo Alfonsín eran sólo una expresión de deseos.
Esta semana, el ex presidente, rodeado de sus seis hijos y veintidós de sus nietos, exhibió la dignidad de sus 81 años. Pero también, la fragilidad de su salud. Con tozudez de gallego, un bastón de apoyo y el afecto de la gente que lo quiere, está combatiendo a un maldito enemigo llamado cáncer. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner destacó que ese homenaje se hiciera en vida. Es muy doloroso decirlo, pero todos son conscientes de que la muerte está acechando a ese hombre honrado que puede caminar con la frente alta por las calles. “¡Al-fon-sín, Al-fon-sín!”, coreaban sus viejos muchachos del sub-60 con más canas y kilos y mucho menos pelo. Tal vez ésa sea la más maravillosa música que se lleve en sus oídos. Tal vez la imagen de ese salón en paz y en convivencia, lleno de radicales, peronistas y socialistas, sea la última y mejor postal que recuerde de esa Casa Rosada que lo vio librar sus batallas más difíciles. Entre esas paredes, Alfonsín mezcló fortalezas y debilidades. Aciertos corajudos, como el juicio a las juntas, cuando todavía muchos temblaban frente a un uniforme. Y errores terribles, como aquel “Felices Pascuas, la casa está en orden”, frente a la sublevación carapintada que desembocó en las leyes de impunidad.
En 1987 escribí junto a José Antonio Díaz un libro que fue el más vendido del año. Se llamó Los herederos de Alfonsín. Investigaba la historia oculta, el poder y el mito de la Junta Coordinadora Nacional. Florecía la primavera democrática y había voracidad por conocer quiénes eran aquellos jóvenes salidos de la cantera de la Franja Morada, hermanados en un congreso junto a la laguna Setúbal. Algunos medios se preguntaban sin ponerse colorados: “¿Son los Montoneros de Alfonsín?”. Allí reconstruimos la trayectoria militante de Enrique “Coti” Nosiglia, Federico “Fredi” Storani y Luis “Changui” Cáceres, los tres jefes territoriales. Y también la del grupo de “coroneles” más destacados: Carlos Becerra y Ricardo Lafferrière, además de Jesús Rodríguez, los hermanos Stubrin, Facundo Suárez Lastra y Raúl Alconada Sempé, entre otros.
En ese texto que compraron 37 mil personas, arriesgamos una hipótesis desde el título mismo. Y la verdad es que, veintiún años después, con el resultado a la vista, debo reconocer que nos equivocamos. Está absolutamente claro que ellos no fueron los herederos de Alfonsín. Esa estructura poderosa y preparada para la lucha política fue prácticamente barrida después de que Alfonsín resolvió adelantar la entrega del poder y no terminar su mandato. Y a los otros, los pocos que sobrevivieron en los primeros planos de las decisiones, se los llevaría puestos el helicóptero de Fernando de la Rúa. Hoy, si bien siguen siendo hombres influyentes y de consulta, muy pocos tienen cargos relevantes en ese partido que hasta hoy, en Mina Clavero, discutió su destino y el del vicepresidente de la Nación, Julio César Cleto Cobos. Cortando grueso, hay que decir que tampoco se los ha visto desfilar por Tribunales ni tener alguna causa pendiente vinculada a posibles actos de corrupción. Se los ve prudentes, con perfil bajo, sin esas corbatas estridentes ni las camionetas con vidrios polarizados de los nuevos ricos. Ese mandato de honradez en la función pública que viene desde el fondo de los tiempos con Yrigoyen y don Arturo Illia parece ser una de las herencias que Alfonsín dejó. Probablemente no sea el pueblo su único heredero. Tal vez haya que buscar su legado en la honestidad y las ideas.
Por eso, su último discurso, el del miércoles pasado en el Salón de los Bustos, va a quedar como su testamento político. Un tributo para los jóvenes que todavía creen que la política es la mejor forma de construir una sociedad más justa. En ese testamento, Alfonsín dijo que la política no es sólo conflicto, que también es construcción. Delicado en las formas, fue un claro mensaje al matrimonio Kirchner. Como decir que las palabras “enemigo” y “traidor” deben extirparse del diccionario republicano. Hay adversarios. Hay dirigentes que piensan distinto. Hay debates calientes y apasionados. Pero no debe haber enemigos entre los argentinos, para que no nos devoren los de afuera.
Alfonsín también dijo que, desde que él asumió, no hubo ni habrá más presidentes de facto. Tiene autoridad para decir “Nunca más”, junto al ex fiscal Julio Strassera, quien lo acompañó en el homenaje. Alfonsín fue el partero del período democrático más prolongado de la historia, el que estamos navegando con miserias y grandezas, y que nos permite seguir construyendo esa bandera peronista llamada justicia social que todos queremos en el marco de esa bandera radical llamada libertad que todos necesitamos.
Alfonsín miró con cierta desconfianza esa escultura destapada por la Presidenta. No sólo porque apenas se le parece. Sin pelos en la lengua, planteó que no hubiera aceptado ni permitido que se tomara como un halago a su persona. Que lo valoraba como un mensaje hacia la democracia. Ese es otro de los tesoros que le deja a su descendencia: el rechazo visceral hacia cualquier culto al personalismo. “Sigan a las ideas y no a los hombres”, dijo, como siempre dice.
Las ideas nunca defraudan. Las ideas nunca traicionan. Las ideas no se matan ni se mueren. Las ideas sí pueden gritar presente por cien años más.