Me encanta hacer solitarios, ¿a usted no? Es un pequeño, frívolo entretenimiento y hasta dicen que ayuda a poner en movimiento a las celulitas grises de las que hablaba aquel famoso detective de años ha. Tanto me encanta que antes de ponerme a la tarea del día hago dos o tres solitarios en la pantalla de la computadora. ¡Es tan fácil! Basta con teclear con entusiasmo y ya está. El único inconveniente de los solitarios en pantalla es que no se puede hacer trampa, y a mí me gustaba, naipes en mano, hacer trampa en los solitarios. Qué hay. Una vez le comenté eso a un señor amigo (yo creía que éramos amigos) y
se escandalizó, ¿puede creer? Se escandalizó.
Oiga, le dije, le hago trampa a una máquina y en último término me hago trampa a mí misma, no tiene nada de inmoral ni de falta de ética. No hubo caso. No pude convencerlo. Y desde entonces se me hace que me saluda con cierta reserva cuando me encuentra en la calle o en algún lugar público (porque a mi casa no lo invito ni loca). ¿O será que me he puesto paranoica? No, me saluda como haciéndome un favor. ¿Usted qué opina? Hacerse trampa a una misma por medio de una máquina que maneja una misma, ¿es delito? ¿Es falta de honestidad? Pero no, no y no, no me va a convencer. Mire: supongamos que cobro una montaña de dólares, ay, no, perdón, de pesos, como derechos de autora. Lindo, ¿no? Y supongamos que me robo a mí misma y escondo la mitad y me hago la que no sé dónde está. ¿Usted diría que cometo un delito, una falta grave? ¡Pero vamos!