El mail de un lector de una página web en la que escribía hace un tiempo me indujo a ciertos recuerdos y reflexiones. El comienzo de la misiva dice así:
“Abraham, ¿de qué hablás? ¿Qué son estas tediosas y chirles declaraciones, en una radio, de tu amor al mundo de los mass media hechas desde el segundo grado de unintelectual que leyó a Foucault pero no le da para pensar la realidad como él?”
Intentaré responder.
Hay quienes suponen que un programa de radio no da nada para pensar, menos si es deportivo, jamás lo hace un concurso de baile por televisión, o lo que venga de un mundo supuestamente despreciable de los llamados “media”. Estos arribistas culturosos creen que la filosofía y el trabajo intelectual se definen por la nobleza de los materiales y de los canales de comunicación. Ni en la historia de la literatura filosófica ni en su variada tradición se confirma este prejuicio. Desde Platón, interesado en la dietética, la erótica, la economía y la política, hasta el filósofo por venir, la búsqueda de ideas e imágenes que ponen en funcionamiento la máquina de soplos pensantes no tiene corral VIP.
La idea del trabajo intelectual que tenía Foucault –ya que se lo menciona– y su política personal, en la que la curiosidad es prioritaria, siempre fueron un estímulo para todos aquellos que se despojaron de los sermones disciplinarios. Sin embargo, esa misiva me retrotrajo a la siguiente evocación. La palabra “media” –que designa a los medios masivos de comunicación, y que es muy útil para que la pequeñez puritana se agrade a sí misma–, por una comparación homofónica y una etimología misteriosa, remite a lo pedestre. Es decir a los pies, y éstos a la tierra. Nos ponemos las medias en los pies. Los hilos, además de ser el material de la costura de confección, han sido, y son, el filamento con el que se remiendan las “papas” que abren el tejido de las prendas. Resumiendo: las medias, los pies, la tierra y las papas indudablemente son íconos del lugar del que provenimos y al que retornaremos: el suelo.
Para aprovechar la ocasión de este desprecio de “los media”, con un mínimo cambio de género quisiera decir algunas palabras sobre “las medias”, otro objeto de la vida mercantil también degradado por la misma tilinguería. La media tiene tres partes constitutivas de su cuerpo: la caña, el talón y la puntera. Las dos últimas deben reforzarse, quiero decir que deben tejerse con un hilo de refuerzo o con un título (cualidad identitaria del producto) más grueso. La uña es el enemigo de la puntera que, además, sufre la agresión del roce de los dedos y el cierre de la punta del zapato. Por la condición anatómica del Homo sapiens y por la articulación de su modo de caminar –un dispositivo en movimiento regulado por el subir y bajar de sucesivos pasos–, el talón es permanentemente friccionado y sufre un continuo desgaste que también determina la necesidad del agregado de filamentos de refuerzo.
La caña es el protagonista aristocrático de la media. En ella se juega la elegancia de su cuerpo y su rasgo de distinción. Finalmente, es lo que se ve y lo que se luce al recogerse el pantalón. El invento de las medias tres cuartos, de caña larga, ajustadas a la pantorilla por un elástico que suprimió las ridículas ligas, le dio prestancia y señorío a la pierna masculina.
En la caña se muestra el dibujo de la media. El caballero de gustos clásicos prefiere el tejido morley. Son líneas o bastones verticales intercalados en todo el cuerpo de la media. Su grosor es variable, pero el de cuatro vueltas por dos es el más conocido desde que se introdujeron en el país las máquinas de doble cilindro.
En tiempos lejanos, el morley alternaba en el gusto de la moda con el tejido jacquard, que combinaba rombos y cuchillas, en una gama repetida en toda la media. Por otra parte, la caña lisa, un diseño más raro, que algunos recomendaron para el vestir más exigente, tiene otra historia. Es un modelo prebendario de las antiguas medias de seda para hombres.
Cada modelo de media tiene un número, es decir que se designa con lo que se llama “artículo”. En la empresa fundada por mi padre, el artículo 1730, la colegial tres cuartos, tuvo fama duradera y universal. Podría decirse que configuró una mutación cultural en el uso mediero y en la oferta en el mercado de una media de masas de excelente calidad. Su larga vida decayó con la penetración de la medias de tenis y la moda deportiva del sudeste asiático.
La media es un “accesorio”, una palabra que se usaba poco en otra época. Con el pañuelo y el cinturón, diagraman un trío llamativo y, en cierta medida, monstruoso. Poco tiene que ver la nariz con la cintura y los pies, salvo que esta selección anatómica tenga alguna significación oculta.
Se le puede agregar la corbata pero, hay que reconocerlo, es un elemento del vestuario masculino que tiene un renombre mayor. Se lo asocia a la nobleza del vestir. Para los incrédulos, basta con que imaginen la reacción contrastada ante un obsequio de una corbata o un par de medias, calidades aparte y peculiaridades también.
En realidad, las medias son la “grasa” del vestir. Es cierto, escucho un llamado de los que me señalan un olvido: las camisetas y los calzoncillos. A pesar de la advertencia, no los he incluido entre los accesorios porque son parte del conjunto llamado “prendas interiores” y las configuro con preferencia en la vecindad del pijama más que en el rubro de los accesorios.
Como la misma palabra lo indica, un accesorio es un elemento prescindible, no es necesario. Puede uno vestirse sin un cinturón –virtudes del elástico– ni usar pañuelos, ni –por qué no admitirlo– medias. Cuando digo “grasa” respecto de las medias, me refiero a que hay algo en ellas que las posterga en el universo de los valores. No así las medias de mujer, que por virtudes propias tienen un componente erótico que inevitablemente las jerarquiza. No sucede lo mismo con las de hombre. Debido a causas de difícil explicación, las medias pueden atraer afectos y simpatías por un atributo de íncita ponderación. En la empresa familiar cuyo origen se remonta a una lejana ciudad provincial de Europa central, en un cuarto de una casa modesta, mi abuela paterna, viuda y a cargo de una familia numerosa, tejía medias para la soldadesca rumana en la Segunda Guerra Mundial. Fue en aquel recinto familiar que mi padre, joven preceptor y maestro, decidió su vocación. Ya instalados en la Argentina, creó en nuestro país la línea de bebés más hermosa que se haya fabricado en el planeta. Los soquetitos de bebé de mejor calidad en toda nuestra industria textil. A lo que debemos agregar el invento del talle más pequeño del mundo, el triple cero (T 000) para recién nacidos. Los artículos que le correspondìan eran el 1504, el 1510, el 1512 y el maravilloso 1531, de hilo de algodón peruano Pima con un título de lujo: el 34/2.
*Filósofo www.tomasabraham.com.ar.