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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Mejores liderazgos para la felicidad de la gente

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Las personas llevan consigo una aspiración: el logro de “la felicidad”, siendo para ello relevante, aunque no suficiente, cierto nivel de prosperidad económica.

Mientras que el ingreso per cápita es la variable más relevante en la satisfacción de sus habitantes, existen elementos no monetarios de considerable impacto sobre ella: el nivel de confianza inmersa en esa sociedad, la participación en asociaciones, los valores compartidos, el nivel de participación política, el desempleo y el grado de libertad civil y económica.

Los países que viven bajo un sistema democrático con un razonable nivel de libertad económica son los que logran un mayor nivel de prosperidad y en la mayoría de los casos de equidad. 

Podría argumentarse que una “sociedad feliz” es aquella que alcanza altos niveles de ingreso promedio per cápita y presenta mayores niveles de equidad y empleo. En el conjunto de los países democráticos, son los países categorizados como los más competitivos los que alcanzan los mayores niveles de ingreso per cápita y, con la notable excepción de los Estados Unidos, son los que a su vez logran los mayores niveles de equidad.

Siguiendo los conceptos de Richard Wilkinson y Kate Pickett, en las sociedades más equitativas las personas tienden a ser más saludables y felices. Un alto nivel de desigualdad erosiona el capital social. Reducir la desigualdad es la mejor manera de mejorar la calidad de vida del conjunto social. La salud y la felicidad de las personas están relacionadas con su ingreso, lo que tiene un efecto poderoso sobre las relaciones interpersonales: la posición que cada uno percibe que ocupa en la sociedad se constituye en su estatus social y la exacerbación del consumo genera en la persona que no puede acceder un sentimiento de subvaloración, contribuyendo al nivel de delito, violencia, consumo de estupefacientes y disgregación social.

La responsabilidad primordial de aquellos que detentan los liderazgos es generar un nivel razonable de prosperidad para sus habitantes. El sistema de liderazgo está constituido por el Estado, las empresas, los políticos, los sindicatos y en general los grupos de interés particular, adquiriendo responsabilidades relevantes el Estado, los políticos  y las empresas.

El sistema capitalista, a través del fenómeno de la globalización, es el que en los últimos cincuenta años ha llevado al mundo a un nivel de prosperidad desconocido. En todas las sociedades existe una correlación entre la confianza en el sistema y el incremento del ingreso promedio. Pero a partir de las distintas crisis globales de la década anterior la confianza en el Estado, corporizado en los políticos y funcionarios que dirigen el gobierno,  y las empresas han sufrido  una sensible pérdida de credibilidad.

Esta credibilidad necesita ser restablecida; se materializará en la medida en que revirtiera tanto el estancamiento actual en los niveles del ingreso y del empleo y una reducción de la inequidad. Para ello deberemos contar con un Estado que, sin caer en el populismo destructor y/o en el capitalismo de Estado, sea mucho más efectivo y eficiente en el cumplimiento de sus roles y un cambio de actitud en las empresas, las que deberán practicar un nuevo paradigma: la creación de valor compartido. 

Deberemos finalmente internalizar el hecho de que la articulación ente Estado y empresas es clave para el desarrollo. Y fundamentalmente establecer la cultura de la ética, responsabilidad y la rendición de cuentas, tanto en el ámbito público como en el privado; la responsabilidad de cara a la sociedad no recae en un solo lado de la balanza.
Siguiendo los conceptos vertidos en un trabajo del Commitee for Economic Development, debemos tener claro que los intereses de la sociedad y de las empresas no son excluyentes sino interdependientes y que los objetivos deben estar alineados.

La sociedad depende de la empresa para innovar e invertir, crear trabajo y riqueza y proveer bienes. A su vez, las empresas dependen de la sociedad y es interés de las empresas, la sustentabilidad de las sociedades en las cuales operan. Un buen sistema educativo con igualdad de oportunidades es necesario para generar una fuerza de trabajo productiva e innovadora. Un sistema de salud accesible es necesario para asegurar trabajadores sanos y productivos. Un sistema de justicia efectivo y justo mantiene a todas las partes comprometidas en la consecución del bien común. La producción de bienes seguros, de alta calidad y la adherencia a prácticas laborales que cumplan con altos estándares éticos permite a las empresas minimizar los costos de accidentes, mitigar los riesgos de litigios y realzar el valor de sus marcas. El uso eficiente de los recursos naturales es necesario no sólo para darle sustentabilidad al medio ambiente sino también para la reducción de los costos.

De una adecuada  articulación entre un Estado orientado al cumplimiento efectivo y eficiente de sus funciones básicas, y empresas centradas en el concepto de creación de valor compartido, depende el nivel de competitividad de un país. Y es un hecho que a mayor competitividad mayor prosperidad.

Los países más competitivos se caracterizan por el respeto a la ley: respeto de los derechos fundamentales de las personas; protección de los derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos; limitación del poder del gobierno; transparencia del gobierno; minimización de la corrupción; calidad de la justicia; ambiente de orden y seguridad; y cumplimiento regulatorio y defensa de la competencia. Asimismo, propenden a la libertad económica mediante: una moneda sana; la libertad de comercio interna y externa; la construcción de capital social y regulan adecuadamente la actividad de las empresas y los emprendedores.

Haciendo un ejercicio de introspección tanto del sector público como del privado, sólo podemos concluir: tenemos mucho para mejorar; los próximos años serán cruciales en la consecución de un país con gente más feliz.