El mérito tiene una larga historia en teoría política que excede la definición que se le intenta dar en las circunstancias actuales, cuando se lo utiliza para descalificar el esfuerzo individual identificándolo con el liberalismo. La Declaración de la Independencia de los Estados Unidos en 1776 y la Declaración de los Derechos Humanos en Francia en 1789 estableciendo la igualdad de todos los hombres constituyeron hitos en esa idea de asociar progreso con mérito en sociedades donde no todos eran iguales.
El mérito justificaba las contradicciones entre las declaraciones y las diferencias en términos económicos aunque también existían discriminaciones en función de color de piel, género y orientación sexual. Desde la Ilustración, la sociedad hizo hincapié en la necesidad del esfuerzo individual para superar las diferencias y acortar las distancias con estratos privilegiados permitiendo que algunos compartieran los beneficios.
La Argentina tiene una hermosa historia llena de ejemplos de trasvasamiento social. Desde la tierra prometida de inmigrantes empobrecidos que llegaron sin nada y que con su trabajo inculcaron a sus hijos la necesidad de esmerarse para superar los niveles de sus padres hasta personalidades destacadas como, entre otros, Domingo F. Sarmiento, Juan D. Perón, Raúl Alfonsín y Cristina Fernández, que pudieron elevarse desde sus orígenes humildes con trabajo y dedicación hasta ocupar la más alta distinción. La lista podría completarse incluyendo al papa Francisco.
En los últimos tiempos arreciaron las críticas centrándose en la inutilidad del planteo de la sociedad capitalista en sus diferentes acepciones de inculcar a los ciudadanos la necesidad del esfuerzo individual. El propósito sería justificar a los cientos de miles de jóvenes desengañados con sus posibilidades reales de progreso. El joven más inepto de una familia opulenta tendría mayores oportunidades que aquel que con dedicación devoró los libros para terminar en PedidosYa. No se puede negar que las sociedades han avanzado en ese camino venciendo resistencias porque aun los sectores privilegiados encerrados en su miopía han comprendido las ventajas de aprovechar los talentos. Las grandes corporaciones han dejado de ser empresas familiares; los directorios eligen sus CEO entre los graduados con calificaciones más altas de las mejores universidades. Los países con desarrollo y democracia son los de mayor apertura y oportunidades mientras las estructuras caducas y pobreza son sinónimo de estancamiento de la movilidad social.
La campaña contra el mérito no solo intenta desalentar el esfuerzo personal sino que constituye también una forma de proteger los beneficios de dirigentes políticos. En los países que no crecen, la política se convierte en la herramienta de ascenso social donde se subvierten los valores; no es la capacidad lo que se premia sino la lealtad y la adhesión incondicional sin cuestionamientos. La mimetización es recompensada con posiciones privilegiadas y favores que van consolidando la hermandad de casta con el único propósito de mantener las prerrogativas. Eso se puede observar en todos los estratos públicos, pero también privados, donde las empresas progresan en función de su cercanía a los políticos de turno.
Esta crítica expresa desprecio por el individuo: está centrada en anular las motivaciones proponiendo soluciones colectivas. Las arengas se complementan con referencias de simbiosis entre líder y pueblo. No se pide utilizar la razón y la libertad para ejercer un papel en la sociedad y aprender el sentido de la crítica; se teoriza sobre la necesidad de ceder esos atributos a un otro que podrá tomar decisiones para aliviarle al todo la angustia de pensar; el líder subsume las individualidades para convertirlas en una masa maleable y disciplinada prometiendo una salida colectiva. La historia está llena de estos ejemplos pero pareciera que todavía hay muchos que persisten en querer repetir el pasado.
*Diplomático.