COLUMNISTAS

Meter miedo

MAPAS PRE-COLON asustaban con monstruos marinos.
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¿Dónde quedó la chavización de la Argentina? ¿O la modificación de la Constitución? ¿Y la re-reelección indefinida? ¿Qué pasó con las armas que llegaban del exterior para que La Cámpora se transformara en una fuerza revolucionaria militarizada? ¿Quedó pospuesta la ideologización del Ejército transformándolo en nacional y popular?

Quizás uno de los grandes errores estratégicos del kirchnerismo fue creer que asustando y mostrando más fuerza de la que realmente tenía podría disciplinar por el terror, sin descubrir que ese papel de jacobinos sin guillotina terminaría decapitándolos a ellos mismos porque sería aprovechado por la oposición para convencer a la opinión pública de que algo monstruoso habitaba al kirchnerismo.
Se comieron ellos mismos su propio amague. Pero también se lo comió gran parte de la sociedad que, al creer que incubábamos un siniestro huevo de la serpiente, reaccionó ahora con odio hacia el kirchnerismo corriendo el riesgo de dañar al país y a sí misma por exageración. La misma exageración que entre 2003 y 2008 hizo a tantos ver al kirchnerismo fantástico cuando no lo era. ¿Cuánto habríamos ahorrado si los que antes aplaudían y ahora critican al Gobierno también hubieran criticado un poco al kirchnerismo en sus comienzos?

Toda exageración es antropofágica; Carrió se devoró a sí misma denunciando todo el tiempo y afectó la credibilidad de sus denuncias verdaderas al punto de tener que ser rescatada de la muerte política por Lanata. Ojalá que a Lanata la justificada bronca acumulada por haber estado prohibido en la TV durante esos años no lo impulse a ver también él solo serpientes en el kirchnerismo. Su ausencia en TV fue, al mismo tiempo, responsabilidad de quienes hoy lo contratan y de una parte de la audiencia que ahora lo aplaude pero que hace una década prefería ignorarlo.

El periodismo profesional en su conjunto también corre el riesgo de ser arrastrado a un “chivoexpiacionismo” donde los kirchneristas sean transformados en Homo sacer, apartados de la vida común, como concibió Giorgio Agamben para su versión actual, convertidos en individuos sin derechos.
Riesgo que toda la sociedad corre: el de volver a tropezar con la misma piedra de 2003, que consiste en echarle la culpa a un otro de las responsabilidades que también son propias: por aquellos años al menemismo, y en éstos, al kirchnerismo.
Hace menos de dos años, el 54% de los argentinos votó por Cristina Kirchner; ¿puede alguien convertirse en sólo 22 meses en un monstruo después de haber sido el presidente más votado de la democracia sin que no haya una responsabilidad de la sociedad en esa transformación? No podría haber sido tan magnífica antes ni tan defectuosa hoy. Somos los argentinos los responsables de nuestra histeria electoral y tenemos que comenzar por hacernos cargo.
No depositar en nadie tanta confianza ni luego tanta aversión sería un signo de madurez política. Como no comprar nuevos amagues, sean tanto novedades prometedoras como amenazas de caos.

Los mapas marítimos de la Edad Media asustaban con monstruos que devoraban los barcos que se atrevieran a alejarse de la costa. A veces el miedo es tonto. No pocas veces el poder mete miedo para dominar, deprime para disciplinar, para vencer la voluntad. También hay una alegría ficticia producida por la demagogia para provocar adhesión.
Debemos aprender como sociedad a no prestar atención ni a quienes prometen paraísos ni a los que proponen infiernos. La Argentina no es la que se desprende del discurso de la Presidenta, pero tampoco es la representada por sus mayores críticos. La Argentina es un país que corre el riesgo de un default, pero también es un país que se desendeudó; las dos cosas son ciertas.

Están las exageraciones en la crítica al kirchnerismo de quienes siempre lo criticaron: Lanata o Carrió, por ejemplo, que sería deseable que en los momentos de fin de ciclo de cada gobierno se moderasen para no profundizar la decadencia, tan mala como la euforia del comienzo. Pero están las de los principales responsables, que son quienes exacerban las tendencias, los que convierten la aprobación inicial de todo gobierno en adoración, y su decadencia en repulsión. Los ciclos de ascenso y descenso son inherentes a todos los procesos políticos; lo que hacen las sociedades políticamente inmaduras es profundizar esos ciclos convirtiendo cada recambio democrático en una disrupción que destruye valor, y en su devenir zigzagueante se consumen años de progreso y desarrollo.

Meten miedo para dominar, para manipular, también para extorsionar, para cobrar precios excesivos y aprovecharse de la desesperación del temeroso.

Quedan dos años, suficiente tiempo como para que el Gobierno también pueda tener algunos aciertos, que todos precisamos que se produzcan. Nada funcionará si todos creemos que estará todo mal siempre: la economía tiene un componente psicológico relevante.

La Argentina precisa que, independientemente del resultado de las elecciones de dentro de seis semanas, no haya una ruptura entre la mayoría de la sociedad y el Gobierno. Esa responsabilidad no es sólo del oficialismo: depende de la madurez de todos.

Regodearse en el eventual fracaso del kirchnerismo en los próximos dos años nos hará más débiles. La institucionalidad que tanto se reclama desde la oposición y el espíritu republicano del que tanto se habla requieren no sólo de discursos sino también de actitudes coherentes con ese sentimiento.