Una amiga me mandó las fotos del subterráneo de Estocolmo, con lo cual llené de golpe la cuota de bronca del día. Digo yo, y perdone por la inconveniencia de la pregunta: ¿por qué los suecos tienen semejante subterráneo y yo no logro que un barrendero alguna vez pase frente a mi casa? ¿Por qué ellos tienen a Mankel y a Larsson y yo me tengo que conformar con Lincoln Curcurto, eh? Sí, ya sé, no me lo diga. En primer lugar los barrenderos ya no existen: se extinguieron junto con los tigres dientes de sable. En segundo lugar, no me puedo (no debo) quejar. Les refriego por el hocico a los suecos a Borges, Cortázar, a la nueva generación que está escribiendo cosas estupendas, y les gano por lejos. En tercer lugar, hay profundas razones para que no tengamos subtes comparables a los de los estocolmeses (si es que la palabra existe, que lo dudo) y otras para que sí tengamos a Borges inclinado sobre el papel trazando los signos de Tlon.
Pero yo no puedo meterme en esas profundidades: no soy una pensadora, soy una señora de barrio que aspira a calles limpias, ay, que necesita que los que no tienen una buena relación con las palabras me dejen en paz y que sólo ruega a los dioses que los que gobiernan o pululan alrededor del poder se dejen de graznar. Creo que graznar es el verbo adecuado. Graznan, barritan, zurean pero no dicen nada. Es decir, perdón, sí que dicen. Ofenden, injurian, insultan, afrentan, denuestan con insolencias e improperios (me sé de memoria el diccionario de sinónimos) y a eso se limita el discurso político.
Al adjetivo que rebosa espumaje de desprecio. Para decirle la verdad, estoy cansada, harta, podrida y repodrida de tanta estulticia. Que se callen. Vea, ni siquiera estoy pidiendo que se vayan. No soy pretenciosa y eso que me gustaría verlos en fila de check-in para volar a Barataria o mejor a la Atlántida, pero que se callen.
No tengo pretensiones pero tengo esperanzas: a lo mejor si se callan, se aburren y se ponen a laburar. Se dicen: ¿qué podré hacer para terminar con este embole? y se acuerdan, aleluya, de que tienen un país en el que pensar y desde el que ya se oyen mensajes imposibles de pasar por alto.