El querido, mi muy querido León no estará cuando regrese. Estoy muy lejos en este momento. Pero hoy pensé en él. Acabo de abrir el email.
Encuentro mensajes de amigos que me cuentan que también se despertaron pensando en León y que me escriben compartiendo el cariño y la alegría de haber gozado de su cercanía, de su afecto. La sonrisa, la alegría de León. Su sentido del humor. Su compromiso.
En 1984 vi por primera vez su descomunal obra "La civilización Occidental y Cristiana", una pieza que devolvía a Occidente los fundamentos de sus guerras. En ese momento, 1965, era la Guerra de Vietnam. La imagen de Cristo colgaba sobre un bombardero norteamericano. La exposición, curada por Alberto Collazo y Miguel Angel Muñoz, traía a los tiempos inmediatos de la posdictadura esa obra que había sobrevivido porque quien la tuvo en depósito no la destruyó. León, que estaba exiliado en San Pablo, con toda su familia, no había podido pagar el depósito. Y un día fue y la encontró. Volví a verla en 1989, en la retrospectiva del Museo Sívori, en el segundo piso del Centro Cultural Recoleta. Colgaba en la escalera; mientras subías lo veías en toda su circunferencia.
Sin embargo, el día que sentí “tengo que conocer a este hombre, este artista es increíble” fue cuando vi sus estanterías llenas de botellas en la Biblioteca Nacional, en la exposición del Surrealismo de 1992. Desde entonces iniciamos una amistad, un vínculo de complicidad y de intercambio constante de ideas que se mantuvo hasta un día antes de viajar, a fines de junio. Una semana antes tomamos el té con Alicia y Mariali. Había llevado unos arrolladitos con dulce de leche y chocolate que le di a León en la cama. Nos sosteníamos de la mano. Todos esos instantes son parte de este momento en el que siento la gran tristeza de su partida. A Alicia, Mariali, Pablo, Julieta, Paloma, Maiten, Ana, Florencia, Julia, Carlo, la querida familia de León, mis abrazos muy cariñosos. Quisiera estar con ustedes. Si tuviese que describir su obra con pocas palabras, utilizaría belleza, radicalidad, vanguardia. Desde los años cincuenta, León investigó las maneras de decir ciertas cosas con formas nuevas. Partió de esas escrituras enigmáticas, de grafismos enredados, entre los que comenzaron a aparecer las palabras. La poesía, Borges, Bretón, y la Biblia.
León dibujó las palabras tanto para encontrar repertorios que le permitieran investigar la hipocresía como para denunciar la violencia y la guerra, los fundamentos de la violencia extendida en tantos libros sagrados. Pero también enredó el pigmento para descubrir las genealogías de los textos amorosos. En los años noventa, comenzó a grabar en braille los poemas de Borges, intrigado por las razones que habían llevado a ese hombre casi ciego a escribir poemas de amor. Con los puntos del braille, León actuaba una escritura que requería tocar los cuerpos. Al mismo tiempo que expandía los pliegues de los textos en otros, sus propios textos de imágenes y texturas, llevó adelante el implacable montaje de imágenes con las que denunció la dictadura y el compromiso que con ella tuvieron ciertos sectores de la Iglesia. Cortó y pegó los cientos de noticias sobre los cuerpos que aparecían en la ciudad y los publicó con el título ¨Nosotros no sabíamos”. En el 2000 y en el 2001, envió dos cartas al Papa pidiendo la abolición del Juicio Final y la destrucción del infierno. Ambas cartas llevaban más de cien firmas.
En 2004, curé la retrospectiva de León en el Centro Cultural Recoleta. Fue la exposición más amplia y documentada de su obra. Todavía está activo el recuerdo de la reacción que provocó la audacia de su obra.
El cierre de la exposición por la Justicia fue apelado por el Gobierno de la Ciudad. Más de 5000 ciudadanos pidieron la reapertura. León nos deja una obra desmesurada, exacerbadamente bella y la caricia de su mirada. La extraña mezcla entre la capacidad de pensar el mundo y el instante. Los que conocimos a León poseemos y recordaremos para siempre alguno de esos extraordinarios momentos.