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Oficio periodistico

Miedo a la verdad

En 1975 Oriana Fallaci entrevista a Alvaro Cunhal, secretario general del Partido Comunista Portugués, para L’Europeo (Nº 24, del 13 de junio de 1975).

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En 1975 Oriana Fallaci entrevista a Alvaro Cunhal, secretario general del Partido Comunista Portugués, para L’Europeo (Nº 24, del 13 de junio de 1975). Después de afirmar que en Portugal nunca podría haber una democracia como en el resto de Europa occidental, Cunhal la hizo desmentir a través del PCP. Oriana confía su réplica al periodista portugués Alvaro Guerra, concediéndole una entrevista, publicada por la revista A Luta (1975).


Querido Alvaro,

No quiero imitar a mi amado Pietro Nenni que, después de una entrevista, envía las respuestas escritas diciendo: “¡Soy periodista!”. Pero, ya que tus preguntas eran inteligentes, seguí pensando en ellas. Y, pensando, encontré algunas cosas que aclarar. Por eso las escribo. Rápidamente, sin pensarlo. Y con la esperanza de que comprendas el italiano.

Sobre el oficio de periodista. Para mí es una manera de vivir. Y, como las mujeres que vivieron toda la vida en un harén, no conozco otra manera de vivir. Es decir, de pensar. Vivir y pensar (que es lo mismo), viviendo y pensando la historia en el momento mismo en que la historia ocurre. Escribir la historia... en caliente. No después, cuando está fría. Escribirla y vivirla. De ahí la total falta de objetividad. Vivir significa para mí participar. Quien participa hace una elección. Por lo tanto, no puede ser objetivo.

Sobre la revolución. La verdadera revolución es evolución, repito. Y la evolución es tiempo, paciencia. Por lo tanto la revolución es tiempo, es paciencia (lo dice una persona impaciente como yo). La revolución impaciente es histeria. Y la histeria es... histeria. No revolución. La evolución, cambiando la forma, cambia la sustancia. En otras palabras, cambiando el aspecto superficial de las cosas, cambia la sustancia de las cosas. Es decir que cambia el pensamiento, el alma. Y no se cambia el pensamiento del Hombre, el alma del Hombre, con una histeria repentina. Si se lo cambia, no es revolución: es moda. C’est la mode. Yo no sigo la moda. Ni siquiera en el modo de vestir (usaba pantalones hace veinte años, cuando las mujeres no usaban pantalones). Las revoluciones, como las presenta Gonçalves, son como las minifaldas de Mary Quant. Y no olvidemos que las minifaldas de Mary Quant se volvieron maxifaldas en el término de dos años. No olvidemos que la moda es siempre una dictadura. Es decir, algo irracional.

 Número dos: ¿qué carajo (pido perdón por la palabra) de revolución es una “revolución” que, como la “revolución portuguesa”, olvida a las mujeres? Estos “revolucionarios” militares son todos hombres. No hay ni una mujer en el MFA. No hay ni una mujer en el Consejo de la Revolución. No hay ni una mujer en el poder. No hay ni una mujer en el gobierno. No hay ni una mujer en los cuadros de los partidos políticos. ¡Y la única verdadera revolución-evolución que ocurre hoy es la de las mujeres! Todas las “revoluciones” no revoluciones han tenido en cuenta a las mujeres. Hasta la Revolución Rusa. Pero la “revolución” portuguesa ignora completamente a las mujeres.

¿Por qué? Porque viene de una casta antirrevolucionaria, es decir, antievolucionaria como la casta militar. ¡¿Pero cómo se permite un militar, es decir, un conformista como Gonçalves, definirse como “revolucionario”?! Es una contradicción en sí misma. Para terminar: estos “revolucionarios” conformistas hablan en nombre de los trabajadores, de los negros, de todos los eslóganes demodés y fáciles. Y nunca hablan de las víctimas de los trabajadores, de las víctimas de los negros, es decir, de las víctimas dos veces víctimas, que son mujeres. Ven sus víctimas en la lejana Angola, en el lejano Mozambique, y no las ven en su casa, en su cama. ¡¿Tal vez porque están tan acostumbrados a ser fascistas y colonialistas en Angola y en Mozambique no comprenden cuán fascistas y colonialistas son en sus casas y en sus camas?! Pobres “revolucionarios”: quieren cambiar al dueño de los bancos y no quieren cambiar al dueño de sus pensamientos. No quieren siquiera cambiar su pensamiento. Ignorantes e hipócritas, como todos los “revolucionarios” (...).

Ser periodista para mí significa ser desobediente. Y ser desobediente para mí significa, entre otras cosas, estar en la oposición. Para estar en la oposición hay que decir la verdad. Y la verdad siempre es lo contrario de lo que nos cuentan. La historia se escribe sobre la verdad y no sobre las leyendas. Pero los periodistas portugueses (el 95%) siguen sirviendo como esclavos obedientes al PODER. Por lo tanto, con el mismo entusiasmo con que antes escribían elogios sobre el poder representado por Salazar y Gaetano, ahora escriben loas del poder representado por Gonçalves o Cunhal. Es desagradable leer sus diarios porque es como leer, hoy, el diario de ayer. El espíritu es el mismo. Las palabras son las mismas. Sólo cambiaron los nombres de los enemigos y de los que mandan. En resumen, la prensa en Portugal se acostumbró tanto a no pensar y no desobedecer que hoy sigue haciendo lo mismo. Sin arriesgar. Mi desprecio siempre es para quien no arriesga. Lo pensaba la semana pasada, mirando a Papadopoulos condenado a muerte. Pensaba: “Arriesgó. Se equivocó. Y ahora paga. Pero Niarchos y Andreadis, sus ex patrones, no pagan. Son más ricos y más amos que antes”. Y además pensaba: “Mussolini pagó. Agnelli no. Hitler pagó. Krupp no”. Los periodistas cobardes son un poco como los Krupp y los Niarchos y los Agnelli, etcétera: no pagan nunca. Con la única excepción de aquellos que arriesgan y que por lo tanto pagan personalmente. Son, como ellos, personas sin moral. Vendidos al mejor postor: vendedores de palabras. Cambian de amo y basta. Yo no soy una vendedora de palabras. Soy una vendedora de ideas que paga siempre por sus ideas, correctas o equivocadas. Y cuando los estúpidos me tienen miedo y no quieren ser entrevistados por mí, respondo: “No tienen miedo de mí. Tienen miedo de la verdad”. Adiós.


*Escritora. Fragmento del libro El miedo es un pecado, editorial El Ateneo.