Desde la formación de las identidades nacionales, la xenofobia se vincula al nacionalismo. Guerras y sacrificios económicos han estado rodeados de apelaciones al concepto de “ser nacional” y a la idea de “patriotismo” en los siglos XIX y XX. Pero en realidad, el Estado-Nación y la xenofobia están relacionados, pero no de manera necesaria.
La xenofobia es una reacción irracional a cualquier riesgo que provenga de un grupo humano extraño o diferente al que uno pertenece. Este miedo es ancestral. Ha sido identificado por etólogos y antropólogos en las comunidades de cazadores-recolectores al cuidar el territorio, y se profundizó en las sociedades agrarias. Desde el punto de vista de la teoría de la evolución, este sentimiento está programado biológicamente. Por eso se manifiesta constantemente, en cualquier espacio y tiempo en el que hay homo sapiens viviendo.
Sabemos también, desde una teoría general de las ciencias sociales, que este tipo de mecanismos filogenéticamente coordinados pueden ser ordenados, controlados y reorientados por medio de procesos institucionales, de tal modo que hay sociedades que han controlado este tipo de manifestaciones de discriminación. Lo que no quiere decir que se hayan superado definitivamente.
El principal sujeto que usa de modo calculado a la xenofobia es la política, ya sea desde el Estado o desde espacios políticos que quieren hacerse con “el Estado”. Esto es otra constante en la historia. Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de los Estados Unidos identificando a dos “enemigos” de la Nación: los inmigrantes ilegales provenientes de México y a China como articuladora de una política económica imperialista. Esta estrategia discursiva puede quedarse en el contexto de campaña o puede ser continuada durante su presidencia. También puede quedar en los centros de poder de Washington o puede extenderse a grupos sociales
que simpatizan y se identifican con ese discurso y que lo apropian junto con sus efectos sociales.
La xenofobia tiene diferentes manifestaciones. Puede comenzar con estigmatizaciones verbales y no verbales indirectas o latentes hacia los grupos sociales señalados como extraños. Estas manifestaciones pueden escalar en agresiones verbales explícitas, que luego se transforman en acciones de violencia física. Este proceso lo sufrieron los judíos en Alemania durante los años que gobernaba el nacional-socialismo. Lo importante es entender que éste, no inventó nada del rechazo a los judíos: los prejuicios y la percepción negativa estaban en la cultura de los alemanes, como también de otras naciones europeas.
El desafío que tiene Europa en estos momentos, y que en algunos años más puede tener América Latina, es el de integrar pacíficamente a los inmigrantes en sus sociedades tradicionales. La clave parecería estar en enseñar a los grupos sociales “establecidos” a recibir a los “recién llegados”. Pero también es muy importante que los grupos de “recién llegados” sean conscientes de la volatilidad de la situación y puedan tener estrategias de asimilación y de transformación que los lleve a “establecerse” en el nuevo lugar. Este proceso de encuentro entre lo “que está” y lo que “viene” no es nuevo en la historia, pero las formas de resolverlo han sido sobre todo violentas. Podemos cambiar estos mecanismos por otros pacíficos, usando todas las posibilidades explicativas de las ciencias sociales como también sus herramientas de intervención sobre la realidad social. Debemos mirar con realismo estos problemas para saber que no serán controlados sólo con buenas intenciones. Es necesario trabajar para que unos y otros sean conscientes de que todos deben dejar algo en pos del “encuentro social”. La asimilación, la adaptación y la transformación cultural son las formas en que estos grupos pueden crear un “mundo” de convivencia. Ese mundo no será ni de uno ni de otros: será diferente porque será creado por ambos.
*Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral.