Entro a la productora y suena el teléfono. Nadie atiende. Veo que Moira, mi secretaria, está jugando al Candy Crush. Atiendo.
—¿Usted está de acuerdo con que le descuenten 10 centavos de sus impuestos para pagarle a Pablo Marchetti los 100 mil pesos por mes que cobra como asesor de la Cámara de Diputados, más precisamente de su mujer? –dice una voz–. Si está de acuerdo, marque 1. Si no está de acuerdo, marque 2.
Corto inmediatamente, sin marcar nada, preocupado. ¿Qué 100 mil pesos? Entro a mi oficina, me siento en mi escritorio, abro mi netbook y entro a mi Facebook. Leo en mi muro el siguiente texto: “Encuesta sobre credibilidad de personas públicas. ¿Cómo definiría el trabajo periodístico de Pablo Marchetti? 1) Malo. 2) Muy malo. 3) Pésimo. 4) Degradante para la especie humana. 5) ¿Qué trabajo? 6) Tengamos más respeto por los laburantes de verdad”. También tengo un anuncio que dice “Moira te invitó a jugar al Candy Crush”.
Entra a la oficina Carla, mi asesora de imagen, sin saludar, enojada. La llaman por teléfono. Atiende.
—¿Pero ustedes son pelotudos? –grita–. ¡Les dije claramente que contraten a Duran Barba!
Silencio. Le hablan del otro lado de la línea, pero no sé que dicen.
—¡Sí, ya sé que les pedí una campaña sucia! –responde, siempre a los gritos–. ¡Pero les dije que hicieran una campaña sucia a favor de él, no contra él! –y corta.
—¿O sea que ya viste lo de la encuesta? –le digo a Carla, tratando de que sepa que estoy enojado, pero sobre todo tratando de que sepa que no quiero hacerla enojar más a ella.
—La idea era relanzar tu imagen.
Vuelve a sonar el teléfono. Esta vez Moira atiende enseguida, en la recepción.
—Estos creativos son unos idiotas –insiste Carla.
Entra Moira, muy sorprendida.
—Acabo de atender el teléfono y no saben qué dijeron –dice Moira.
—Si es por lo de la campaña sucia, ya me enteré –le digo.
—¿Ah, sí? –pregunta Moira–. ¿Y cómo te sentís? ¿Bien? ¿Mal? ¿Regular?
—Mucho peor que todo eso –respondo–. Me siento Filmus.
—Lo que no entiendo es una cosa –sigue Moira–: si ésta es una campaña sucia, ¿la de las PASO fue una campaña limpia? Ponele, la acusación de Domínguez a Aníbal…
—Ah, no vas a comparar –afirma Carla–. Eso es parte del folclore, de los códigos de la política. ¿Quién no acusó alguna vez a un adversario de un mismo partido de ser un asesino y un narcotraficante?
—¿O sea que la campaña sucia es la que empieza ahora? –pregunto.
—Bueno, tampoco hay que ser tan tajantes –dice Carla–. ¿Por qué usar un término tan horrible como “campaña sucia” sólo porque la organiza un candidato presidencial que, como jefe de gobierno porteño, está procesado
por escuchas ilegales?
—Tal vez algo más inclusivo, onda “campaña con capacidades de aseo diferentes” –agrego.
—Eso me gusta más –dice Carla–. Lo que no me gusta nada es que hayan asesinado a un militante radical.
—¿Qué es “militante”? –pregunta Moira.
—Alguien que pertenece a un partido político por convicción, no porque busca un empleo –respondo.
—No entiendo –dice Moira. Moira tiene 23 años–. Igual no importa, pero… ¿qué es “radical”?
—De la Unión Cívica Radical –respondo.
—Sigo sin entender –dice Moira, que quiere saber.
—Un partido vintage, que ahora sacó el 10% en la interna con Macri.
—¿Y quién lo mató?
—Parece que la Tupac Amaru –digo.
—Bueno, por lo menos no fue Aníbal Fernández –agrega Carla.
—¿Vos decís que la Tupac Amaru es una organización mafiosa, como dice el Perro Santillán? –pregunto–. ¿Vos decís que Milagro Sala, la candidata al Parlasur por el FpV, es la líder de una organización mafiosa, como dice el Perro Santillán?
—Eh, pará, la palabra “mafiosa” es muy fuerte –se queja Carla–. Ya te dije que no me gusta discriminar a nadie. Digamos que es una organización social y política con capacidades de persuasión diferentes. Y que Milagro Sala es una líder política con capacidades de persuasión diferentes.
—Está bien, así zafás de que te metan una denuncia en el Inadi.
—Si es por eso, podemos decir que la declaración jurada de Scioli tiene capacidades de cálculo de costos diferentes –agrega Carla–. ¿Y si juntamos dos millones y medio de pesos y le ofrecemos comprar La Ñata? El dice que vale 2.200.000. Le conviene, gana 300 mil.
—No creo que acepte –le digo.
—Y no, la situación internacional no es buena para vender –dice Carla–. Otra vez se pudrió todo en Grecia.
—No me digas que Xipolitakis se volvió a fotografiar en una cabina… –dice Moira.
—No, algo peor: renunció Alexis Tsipras.
—¿Pero cómo? –me asombro–. ¿No había asumido en enero?
—Sí, pobre –se lamenta Carla–. Quería llegar a tener
su década ganada, pero apenas si llegó al semestre ganado.
—Grecia se vino abajo como toda esa región europea –dice Moira.
—Sí, se derrumbaron cuando se enteraron de que Scioli no iba a viajar a Italia a darles unos consejos sobre cómo se saca adelante un país.
—En el PRO deben haber festejado –dice Carla.
—¿Por el papelón de Scioli? –pregunta Moira.
—No, porque por una vez en los últimos años de inundaciones, el que se fue de viaje no fue Macri.
—Igual no tenemos que ser injustos –agrega Moira–. Tal vez Scioli sí pensó en los inundados y sólo viajó a Italia para ver cómo funciona el sistema de góndolas de Venecia.
Me quedo pensando en si todo eso me servirá para escribir mi columna política en PERFIL. Les pido que me ayuden, que no se me ocurre nada.
—Vos tranquilo, que ésta es una semana políticamente muy buena –dice Moira–. Pensá que después del portero, del motochorro y del cerrajero, ahora tenemos al gigoló.
—¿A vos te parece que tiene sentido poner algo sobre ese tipo?
—Al menos tendrías que reconocer que, en materia de mediáticos, siempre nos superamos –dice Carla–. Y decí que el gigoló apareció después del cierre de listas, que si no era un buen candidato.
—También está Fernando Ferré, el femicida de las famosas –dice Moira.
—No, demasiado –dice Carla–. Y más en la semana en que murió Daniel Rabinovich, de Les Luthiers.
—Un genio –digo–. Creo que debería hacerle un homenaje.
—Estoy de acuerdo –agrega Carla–. Pero creo que el mejor homenaje a Rabinovich es que hagas la gran Barrionuevo.
—¿La gran Barrionuevo? –pregunto con fastidio–. ¿Y eso qué es?
—Tendrías que dejar de intentar hacer reír a la gente por dos años –concluye Carla.