No existe obra de verdad que deje de someterse a severas modificaciones en el curso de su realización. A los dictados de la invención se le suman habitualmente las expectativas acerca de posibles resultados y la colaboración del azar, cuando no la demanda de los hipotéticos destinatarios.
Así, cuando comencé a diseñar mi Catálogo Universal de Opacidades como un espacio virtual, lo pensé como un reservorio de talentos menores, pertenecientes a todos los ámbitos y disciplinas artísticas, nacidos a lo largo de todas las épocas en los distintos países y continentes.
Sin embargo, las dimensiones de mi tarea no me acobardaron y un día preví una nueva y posible expansión. Hace unos meses, como complemento de unas búsquedas que venía haciendo para una novela que ya escribí, el filósofo Pablo Dreizik me obsequió un libro de Frances Yates, El iluminismo Rosacruz, editado por Fondo de Cultura Económica. El libro, como suele ocurrir, contiene más información que la requerida para mi propósito. Pero como no hay mal que por bien no venga, ya en sus primeras páginas me permitió reencontrarme con John Dee, un viejo amigo al que descubrí cuando visitaba la Praga de Rodolfo II, rey de Baviera, durante mis excursiones documentadas para otra novela anterior.
Así que no pude menos que preguntarme por qué debía limitarme a catalogar talentos módicos, olvidables, cuando también podía agregar figuras de primer nivel que resultaron olvidadas. Sin mayor razón aparente –el hombre propone y Dios nos dispone–, mi Catálogo se veía enriquecido con la inclusión de figuras de gran relieve y que por diversos motivos no encuentran el espacio suficiente y necesario en nuestro recuerdo. Continuará.