El Otto von Bismarck, diplomático alemán, dijo que en un orden mundial regido por cinco Estados, siempre es mejor formar parte de un grupo de tres. Los equilibrios que fueron de rigor en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (cinco miembros permanentes), en el que dos miembros eran (y son) China y Rusia, dan lustre a aquella observación. Hoy la fórmula no es aplicable de un modo tan nítido, ya que el orden mundial está mutando, y si bien Estados Unidos sigue siendo el jugador más fuerte, la Unión Europea, los Brics y los miembros del Foro de Cooperación de Shanghai han dado un sacudón al bolillero estratégico.
Luego de que se viniera instalando la insidiosa idea de que “para los inversores chinos, Brasil no es más la tierra prometida”, hoy los medios de comunicación brasileños muestran un optimismo moderado. El desaliento se basaba en que los ejecutivos llegados del Celeste Imperio estaban frustrados porque el crecimiento económico se estancaba, los costos habían subido y su presencia suscitaba “una reacción adversa”.
Para el presidente del Banco de China filial Brasil, la opinión pública “parece estar en contra de la inversión extranjera. En algunos sectores se percibe una actitud proteccionista. Existen algunas ideas anticuadas” –nada como lo milenario para dar prestigio a una visión del porvenir–. Según algunos estudios citados por Folha de São Paulo, dos tercios de los 70 mil millones de dólares en proyectos anunciados desde 2007, o están en compás de espera o han sido cancelados.
El sector agrícola veía en los recursos chinos la posibilidad de mejorar la logística ferroviaria y portuaria indispensable para exportar competitivamente. Hoy, las inversiones chinas han virado hacia una política económica más centrada en el consumo interno y, adicionalmente, las prioridades de inversión externa parecieran haber cambiado el rumbo a partir de 2011, prefiriendo al Asia, los Estados Unidos y Canadá.
La visita del vicepresidente brasileño Michel Temer –que incluyó un encuentro el jueves 7 de noviembre con el presidente Xi Jingping– ha traído nuevos bríos a la relación bilateral. Los principales temas fueron puestos sobre la mesa el miércoles 6, cuando en Cantón (Guangzhou) tuvo lugar la 4ª reunión de la Comisión Sino–Brasileña de Alto Nivel.
China sigue siendo el mayor socio comercial de Brasil, gracias a las transacciones sobre commodities. El comercio entre ambos crece y las empresas chinas que operan en energía y finanzas son optimistas. Dicho lo que antecede, datos oficiales reflejan que tres materias primas (mineral de hierro, petróleo y soja) y sus derivados representan alrededor del 80% de las exportaciones de Brasil a China. Adicionalmente, China incrementa sus quejas en el sentido de que Brasil abusa en la aplicación de sobretasas a sus productos alegando prácticas desleales, algo que nuestros vecinos rebaten con el argumento de las reglas de la Organización Mundial de Comercio, proponiendo para superar las desaguisados inspecciones en empresas chinas.
La conclusión de protocolos para la exportación de mijo, el intento de levantar el embargo sobre las carnes brasileñas por motivo del “mal de la vaca loca”, la concesión de licencias para empresas brasileñas en China (cementeras, fabricantes de ómnibus) y el deseo de atraer inversiones en proyectos de infraestructura (aeropuertos internacionales de Confins-Belo Horizonte), contado, pesado y dividido todo, aparecen como pretensiones modestas frente a la euforia que vivía la relación hacia 2007. Y fundamentalmente, como pequeñas olas incapaces de modificar los raudales estratégicos que China está llevando adelante. Probablemente, los interlocutores chinos del vicepresidente Temer oirán, y permanecerán en oriental silencio.
Mirando algunas cifras se atisba la realidad de estas dos potencias por otra ranura. China ha orientado al Asia el 72% de sus inversiones, dedicando a América Latina el 15%. Las exportaciones chinas a aquella región han sumado 900 mil millones de dólares, aEuropa fueron 400 mil millones y sólo 120 mil a toda América Latina. En cuanto a difusión de la cultura –irritantemente definida como “diplomacia blanda” por algunas universidades norteamericanas–, un dato: los Institutos Confucio son 287 en Estados Unidos, 187 en Europa y ocho en Chile.
Brasil ha puesto músculo y divisas en expandir su presencia en Africa por innegables razones político-sociales, continente en el que tiene 32 embajadas funcionando a pleno. Y se preocupa desde 2003 en unir a los países lusófonos de Africa, a los que el presidente Lula dedicó nueve visitas.
Dos multilateralismos, pero con diferentes ejes. Aunque se anudan en el grupo BRIC e insinúan precoces deseos de unir al hemisferio sur en alguna coalición con posibilidades de fraguar.
Siempre en el plano multilateral, y como lo explica el profesor Javier Milei, la clave de la integración reside en si de ello se pueden derivar economías de escala. Desde la óptica del crecimiento, los impactos sobre las economías de escala (fuente de crecimiento endógeno) sumados al impacto en el ahorro, son las claves desde donde mirar la cuestión y orientar los esfuerzos.
Sin embargo, las negociaciones Mercosur-Unión Europea (que ya llevan aproximadamente ocho años) no han sorteado con éxito diversos remolinos.
Las estrategias comerciales internacionales de los países del Mercosur no dejaron atrás la etapa “defensiva”, más centrada en un ejercicio de exploración de los límites que en un movimiento que desemboque en un acuerdo completo de libre comercio. Esto se vio cuando el bloque definió su oferta de acceso al mercado para el comercio de mercancías, consistente más en trazar la línea sobre el común denominador de posiciones nacionales divergentes, que en determinar una estrategia de negociación y dejarla actuar. Lo que se ha llamado “temor de exclusión”, creado por la aparición de una red de acuerdos preferenciales en el hemisferio occidental (como la “Alianza del Pacífico”), contribuyó –como toda aprensión– a consolidar el criterio defensivo antes que el propositivo.
Para el embajador Rubens Barbosa, presidente del Conselho Superior de Comércio Exterior brasileño, el progreso en las negociaciones entre los Estados Unidos y la Unión Europea (que crearía la zona de libre comercio más grande del mundo) hace todavía más importante para América del Sur el acuerdo comercial entre Mercosur y aquélla. Dice Barbosa: “la negociación no puede quedar nuevamente estancada por países que no deseen participar”. A pesar de que en la próxima oferta de Mercosur habrá listas diferentes de productos según los países, el presidente del Consejo la consideró normal y prefirió que la negociación avance a pesar de todo. Según la Fiesp (Federación de Industrias del Estado de São Paulo), la liberalización del comercio de bienes entre los dos bloques ocasionaría un aumento del 12% de las exportaciones brasileñas hacia Europa.
Tiempo al tiempo. Cuando el estadista francés Georges Clemenceau visitó Brasil en los años ‘20 dijo: “el Brasil es un país del futuro, y lo será por mucho tiempo”. Su vaticinio caducado y hoy el miembro del Brics aparece en el 6º puesto del ranking mundial de los países catalogados por su PBI, delante de Gran Bretaña.
En cuanto a China, mas allá del vértigo de su crecimiento en sabiduría política y en poder, vale la pena aludir a la dificultad del diálogo –bilateral y multilateral– cuando se entabla entre potencias todavía remotas. El jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin acompañó, como arqueólogo, a la expedición organizada por André Citroën en 1931, desde Beirut a Beijing. Dijo, refiriéndose a los chinos: “Entre chinos y europeos domina siempre lo convencional y el más o menos; por ello, uno siempre tiene la impresión de vivir en un medio vago e inasible”. Nos permitimos insinuar parecida comparación para una relación Brasil-China. Sin ir más cerca, en el espacio y el tiempo.