Nunca me interesaron los pensamientos del Sr. Duran Barba (fragmentos de discurso reproducidos ad hoc para justificar sus intervenciones en la mercadotecnia electoral que constituye el centro de sus ocupaciones). Tampoco conocía su voz. Ahora conozco su voz y algunos de sus pensamientos, que me provocan antipatía, empezando por la voz, punto de juntura entre el cuerpo y el lenguaje.
En entrevista a la revista Noticias, impugnando la razón electoralista, el Sr. Duran Barba descalificó la popularidad del Sr. Hugo Chávez (RIP) comparándolo con una figura sombría: “Como Hitler, tuvo un enorme nivel de aprobación, lo que no significa que fue un gran gobierno”. Al escándalo del entrevistador, quien observa que ambos líderes no son comparables, el Sr. Duran Barba subraya que “Hitler era un tipo espectacular (risas). Era muy importante en el mundo”. El entrevistador (que elige el lugar de la corrección política) insiste en la inconmensurabilidad de ambos nombres (“no son comparables”), con lo que el señor Duran Barba primero acuerda e inmediatamente disiente: “Incomparables totalmente... Nadie es comparable con nadie... pero... en algunas cosas sí... todos son comparables, y en algunas no...”.
Esa forma de manipular el comparativismo me irrita enormemente y yo hubiera detenido la entrevista para analizar la falacia teórica (o la ausencia de teoría) en un dispositivo argumentativo que es, además, completamente desafortunado por los términos que invoca.
En todo caso, como el entrevistador, escandalizado, no deja pasar la analogía, el Sr. Duran Barba cambia de tertium comparationis: “Bueno, ponele Stalin... era un tipo totalmente popular. Y era un tipo muy fino”.
No es, como se ha dicho, que el Sr. Duran Barba defienda los regímenes autoritarios (y genocidas) de la década del 30 (conocidos como hitlerismo y stalinismo, por el culto desmesurado a la personalidad en el que se apoyaban), sino que impugna que la popularidad sea un índice de democracia (es como si hubiera dicho: “Millones de moscas no pueden equivocarse, coma mierda”, pero su cinismo no alcanza para tanto).
De inteligencia más aguda y penetrante, en El medio es el mensaje, Marshall McLuhan analizó el tipo de espectacularidad y de popularidad propia de Hitler al observar que el enano bávaro tal vez no hubiera tenido el mismo impacto que tuvo en un ambiente televisivo por la indisimulable ridiculez de sus gestos. Hitler fue construido, observa McLuhan, por la radio, y hubiera sido destruido por la televisión.
Más allá de las ideas (más allá del contenido), la política supone un cierto componente espectacular (es decir: mediático). Como al asesor del gobierno de la ciudad de Buenos Aires parecen negárseles al mismo tiempo las ideas y la fluidez respecto del medio (la grabación es penosa), se deduce que su ambiente técnico ideal debe de ser el susurro en el oído de alguien incapaz de detectar una falacia argumental.