COLUMNISTAS
Y URUGUAY TIENE ASFALTADO EL CAMINO A SEMIFINALES!

Milonga oriental

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“Lo malo no está en que la vida promete cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da, y deja de darlas”
De “La Vida Breve” (1950),  Juan Carlos Onetti (1909- 1994)

Las dos filmadas por Monicelli fueron inolvidables y ésta, la nuestra, es siempre garantía de espectáculo, sea drama o comedia. La Armada Brancaleone maradoniana en cruzada divina para recuperar el Santo Grial, le pone un aditivo extra de emoción al duelo con los mexicanos, claramente inferiores a la hora de la comparación individual e histórica. No juegan Clemente, el único con oficio de lateral, ni Verón, cerebro en funciones sobre el césped… Y fuera de él también. Mmm…
Maradona prefiere volver a su bloque de cuatro centrales atrás, mantener el power trío adelante y un mediocampo de paso, sin pausa, con dos carrileros verticales por las bandas y un volante tapón con la colita en el medio de la defensa que trabajará como bombero y rescatista hacia los costados. ¿Hay necesidad de jugar tan palo a palo? En fin, no hay buen guión de aventuras sin peligro para el muchachito, ¿no? Y si todo va mal, nos quedará el milagroso Palermo. ¡Atento, Spielberg!
Me pasé la vida admirando a los boxeadores mexicanos. Ir al cambio de golpes con ellos suele ser fatal aunque, claro, sobre el ring demuestran un plus de entrega que no aparece con la pelota en los pies. Los futboleros nativos tendemos a subestimar –víctimas de esos espantosos ataques de nacionalismo brutal–, a un país que dice “futból” en lugar de fulbo y cuya estrella, Cuauhtemoc Blanco, parece una heladera pintada de verde. Pero, ojo, yo no me confiaría. Los tipos son obedientes, ordenados y, como casi todo el mundo, disfrutarían de lo lindo echándonos de Sudáfrica. Ay. Como hace mil años cantaba Javier Martínez, en Manal: “¿Paraaaaa quéééé complicaaaar…?”. Y bueh, es Maradona.
Hablando de Roma, muchachos… Si Ricardo La Volpe es “antipatria” por hinchar por el país en donde reside desde hace años junto a su familia… ¿será Oscar Ruggeri “La Patria”? Wow. ¡Avisen por favor, así me hago uruguayo!

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Justamente. No sé por qué hablo tanto de lo que sucederá hoy, si me senté a la máquina con la idea de escribir sobre La Celeste, el sorprendente equipo del Maestro Tabárez que ya parece tener asfaltado el camino a semifinales. Me gusta el equipo. Y quizá me guste más porque tengo debilidad por lo que ellos llaman, con infinita ternura, “el paisito”.
Amo a Zitarrosa, a Onetti; a Montevideo, que se parece a la mejor Buenos Aires imaginable y sin histeria, la voz de Víctor Hugo y las increíbles callecitas de Colonia. Me gusta su gente, sufrida, sensible, formal hasta la exageración, algo demodé, insólitamente amable para nuestra ferocidad. Me gustan sus últimos presidentes y su costumbre de hacer plebiscitos para decidir las cosas importantes. Su teatro, la sangre charrúa, sus escritores, el candombe, sus mujeres, la negritud, China Zorrilla y hasta Washington, ese nombre ridículo. Sufrí de niño a sus equipos más poderosos, el Nacional del Peta Ubiñas y Montero Castillo, dos asesinos seriales sobre el césped; y el Peñarol de Rocha, Spencer, el negro Joya, Mazurkiewicz y el pardo Abbadie. Me gusta que ganen. Se lo merecen.

Hasta ahora, el único caso conocido de un futbolista que aprendió a jugar después de haber debutado había sido el de Daniel Onega, un goleador devenido a enganche en su madurez. Otro caso, claramente, es el de Diego Forlán, que una cosa era dando el último toque y otra en esta versión Kempes, arrancando desde atrás con panorama e inteligencia. Su evolución es admirable.
Adelante, por suerte, lo tiene a Luis Suárez, un delantero extraordinario que deslumbra con sus goles y que ya debe cotizar en oro su transferencia. Ellos dos, junto a Diego Lugano, heredero de aquellos fantásticos zagueros de los años 60 –incluyendo, por supuesto, a Pablo Forlán, papá de Diego–, son la columna donde se apoya el resto del andamiaje. El esforzado Cavani, un chico que todavía estudia para ser Batistuta; el oportunismo de Abreu, una especie de Palermo oriental; la categoría de Lodeiro, irregular como todo talentoso; el orden de Godín, Victorino, Fucile, los dos Pereira y la seguridad de Muslera, que por algo le ganó el arco de la Lazio a Juan Pablo Carrizo. Funcionan. Que sigan así.
Da gusto escuchar al técnico oriental. Un tipo medido, respetuoso, firme en su idea, estudioso. Cuando uno ya se resigna y piensa que en el ambiente del fútbol puede funcionar cualquier porquería, la trampa, la demagogia barata, la superstición o la simple exaltación de la estupidez, aparece un hombre como éste para que uno pueda dormir un poco más tranquilo. Gracias.
Porque Oscar Tabárez es bastante más que “un caballero”, como lo definen los obvios amantes de la forma. Es, nomás, un Maestro. Alguien que se da el lujo de pensar en este mundo instantáneo, de fugacidad cruel, con culturas de videoclip. Tabárez piensa, transmite una idea y la defiende con armas nobles. Nada menos.
No todo está perdido entonces, compatriotas. Si ellos pueden, nosotros también, por qué no, algún día.