Este domingo 25 de octubre, elecciones mediante, quedará consolidado el mapa de poder institucional de Argentina de los próximos años. Claro que no se han despejado aún las dudas sobre si habrá o no ballottage.
Pero si lo hubiera, sólo quedarán dos voces, dos hombres en pugna.
Los resultados de los comicios presidenciales del domingo permitirán constatar un fenómeno que se verá con una notoria intensidad a medida que se dibuje el mapa electoral. Más allá de quién gane, la geografía política argentina se habrá partido en dos.
El norte, el sur argentino y las franjas más humildes y populosas de los conurbanos bonaerense y rosarino se teñirán de azul, el color característico del oficialista Frente para la Victoria. Las ciudades más grandes, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Paraná, incluso Rosario y San Miguel de Tucumán, las zonas más prósperas del primer cordón del Gran Buenos Aires y el interior de la provincia se volverán amarillas, color característico del PRO.
Los sectores urbanos, mejor equipados en términos educativos, con trabajos en el sector formal privado, con acceso a bienes y servicios de clase mundial, votarán distinto que los sectores suburbanos –cuyos ingresos y acceso a servicios dependen de la gestión estatal–, subocupados o con trabajos inestables y muy vulnerables a las fluctuaciones de los mercados globalizados.
En esta época en que los clasismos parecían enterrados en la historia, dos corrientes políticas apelan a bases sociales diferentes. El kirchnerismo, hijo de ese entramado político-cultural que fue el peronismo (y que Scioli hereda al menos en esta etapa), apela a los sectores más pobres de la sociedad. El macrismo, en cambio, es fruto de la nueva realidad emergente, hija de una nueva elite política vinculada a las transformaciones que operaron en Argentina desde fines de los años 80, y moviliza en sus bases a sectores altos y medios-altos. Nadie quedará conforme con esta definición. ¿Cómo puede ser que Argentina, país de amplias clases medias, quede atrapada en esta partición? Los sectores medios en nuestro país históricamente se identificaron con la Unión Cívica Radical. El radicalismo les ofrecía calor popular, vinculado a sus inicios revolucionarios, y una mirada republicana y ordenada de la que careció el peronismo desde su origen mítico, el 17 de octubre de 1945, patas en la fuente mediante. La implosión de la UCR dejó huérfanas a amplias franjas ciudadanas. El PRO viene a actualizar esta opción, por lo que no es casual que haya absorbido al radicalismo.
La dinámica de esta sociedad fragmentada explica muchos comportamientos electorales. Las bases electorales de hoy son reflejos de estructuras sociales y culturales que funcionan con lógicas muy dispares y esta diferencia es la clave para comprender cómo propuestas, promesas y escándalos afectan en forma muy desigual a los que se encuentran de uno y de otro lado de la frontera. También explica la dificultad de Daniel Scioli para interpelar a quienes no lo votaron, así como también para entender el muro que encontraron Macri y Massa frente a los votantes del FpV.
La estabilidad, la previsibilidad y el “no cambio” que Scioli ha constituido como base discursiva tienen su reflejo en los sectores más humildes, que (sin haber vivido la movilidad ascendente que consiguió el primer peronismo) salieron de la marginalidad en estos años y no aceptan volver a ella. Por esto, Scioli cuenta con una base medianamente estable, que no duda a la hora de votar. Este fenómeno fue visto en los focus groups del macrismo, e integrado a su discurso, al punto de proponer ingresos universales prácticamente a todo aquel que habite el suelo argentino.
También los escándalos y denuncias de estos últimos tiempos han impactado en forma diferente a los distintos estratos sociales. Queda suficientemente claro que las múltiples denuncias que han tenido como blanco a funcionarios del kirchnerismo no han afectado su base electoral. En cambio, la sola mención de Niembro casi deja afuera de la contienda a Mauricio Macri. En este sentido, las graves denuncias sobre el espionaje a políticos, periodistas, y personajes del mundo del espectáculo, que plantearon dos diputadas del PRO en los últimos días, probablemente tengan como efecto político inmediato indignar aun más a los ya indignados.
Los sectores medios, sobre todos aquellos que se identifican como progresistas, han sido un manojo de dudas durante toda la campaña electoral. Y explica que muchos, aun a horas de las elecciones, puedan cambiar su voto. Algunos miraron la propuesta testimonial de Stolbizer por un momento, para luego concentrarse entre quienes pueden dar la batalla al kirchnerismo, Macri o Massa.
Massa ofreció en principio un Lavagna moderado con una propuesta sensata para la economía, pero la oferta del Ejército patrullando las calles de los barrios más pobres espantó a parte de esta franja. La estrategia del tigrense pareció más orientada a seducir a los sectores más a la derecha de la sociedad que a la clase media, que habitualmente se siente más cercana a la centroizquierda.
Macri, en cambio, fue mutando en sus discursos latiendo a la par de las dudas de los sectores medios, que creen que no está tan mal que YPF, Aerolíneas Argentinas o la jubilación sean estatales, cambio que Macri operó aun en contra de las opiniones de sus bases más liberales, como los grupos empresarios y profesionales que lo han acompañado desde el principio.
Scioli también buscó tentar a la clase media. La decisión poco común de presentar en sociedad a su gabinete tuvo entre sus objetivos principales mostrarles a estos votantes que se mantendrá autónomo de Cristina Fernández de Kirchner. También con su propuesta en las últimas horas de aumentar el piso del impuesto a las ganancias a 25 mil pesos busca convencer a esos electores de que también considerará sus intereses.
Ya quedan horas para unas elecciones fundamentales para delinear el mapa político de los próximos años: más allá del resultado final, una nueva clase dirigente asumirá la responsabilidad de gobernar la Argentina. Tendrá como tarea principal lograr una misión imposible: zurcir la brecha social. Le deseamos suerte.
*Sociólogo, analista político, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).