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Ficciones

Moneda falsa

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Puede que el menemismo ya no produzca más hechos en la política argentina. Pero a cambio, y notoriamente, no deja de producir sentidos. Esta semana, por ejemplo, le dictaron embargo preventivo a Armando Gostanian, el perdurable presidente de la Casa de la Moneda, durante aquellos largos años. En un plano estrictamente fáctico, lo que esto implica es que el fuerte impulso de aquella época a favor del olvido y la impunidad falló en su intento: las causas prosiguen, el pasado existe, los delitos importan. Pero a la vez, y más allá de los hechos como tales, no es un dato menor que las sospechas sobre manganetas y turbiedades recalen ahora nada menos que en él.

Hay ficciones que postulan un Estado, que lo diseñan y lo proyectan, como hizo por caso Sarmiento cuando escribió Facundo. Y hay ficciones de contra Estado, que imaginan su toma o su destitución: así Museo de la novela de la eterna de Macedonio Fernández, por ejemplo, o Los siete locos de Roberto Arlt. Pero luego existen también las ficciones estatales, las que el propio Estado trama, las que el propio Estado sostiene. La energía atómica en Huemul, por ejemplo, fue una clara ficción estatal peronista; el traslado de la capital a Viedma, una ficción del alfonsinismo; la condena argentina al éxito, una ficción estatal de Carlos Pellegrini primero y de Eduardo Duhalde después.

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Pero las ficciones del Estado menemista cobraron en su hora una potencia muy singular, probada en la intensidad de su capacidad de hacer creer. Que un peso pudiese convertirse en un dólar, por ejemplo, supone mucho más que una mera paridad cambiaria: activa sin ambages la imaginación de un país poderoso. Cuando Gostanian, que presidía la fabricación de esos pesos, fabricó en una ocasión los menemtruchos, se sinceró en cierto modo y entregó indirectamente una pista: trucho en el fondo era todo, esos billetes de chiste y los otros billetes también. Ahora lo procesan porque en la compra de las máquinas con que hacen toda esa plata parece que hubo trampa. Es decir, que hasta el soporte material de aquella ficción estaba acechado por lo falso y lo insincero.