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Moral y represión

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Una cosa que no me convence en la performance posporno que se llevó a cabo el otro día en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA es que la encuentro un tanto moralista. Por supuesto que adhiero, desde siempre, en las ideas y en los hechos, al propósito de alcanzar las formas más plenas de placer sexual, emancipándonos de los diversos mecanismos de normativización que imperan en la sociedad para disciplinarnos y restringirnos. Pero entiendo que los placeres sexuales, no menos que todos los otros, sin dejar de ser dispositivos sociales y sin ser estrictamente individuales en el sentido liberal del término, sí se activan en singularidades. Y se resisten, por eso y por suerte, a las tentativas de generalización que puedan querer hacerse.

Me parece que la irrupción posporno en el hall de la citada casa de altos estudios no presentó su vistosa reivindicación de un hacer cada cual lo que le plazca sin deslizar, al mismo tiempo, una indicación finalmente normativa de que ese placer cuya escena montaban era el placer de verdad. O sea que habría un placer validado (por rupturista, por desatado, por heterodoxo, por respondón) y habría un placer desestimado (por módico, por soso, por anodino, por convencional). En resumen, uno bueno y uno malo; siendo lo propio lo bueno, como siempre, y siendo lo malo lo ajeno, por supuesto.
Ahí se infiltra el moralismo, según creo: al pasar de la mostración legitimadora de las formas de placer en cuestión a una especie de imperativo que hunde en la condena por pacatería monacal a quien desista de incursionar por caso en el ensartamiento frugal de micrófonos o en el revolcón expeditivo sobre las áridas mesas partidarias (enseño en la universidad desde hace 25 años: conozco bien esos micrófonos, son fríos y rasposos; conozco bien esas mesas, son duras, una lija; reclamo mi libertad de abstenerme de esos trances, sin que se me tome por eso por remilgado o por reprimido).

Debo decir, finalmente, que comparto por completo la opinión que Roland Barthes expresó ya en 1977 en Fragmentos de un discurso amoroso: que lo reprimido en la sociedad contemporánea no es lo sexual, sino lo sentimental. Pero de eso, como de cualquier tabú, no se habla demasiado. Lo sentimental resultó también fuertemente reprimido, a mi criterio, en la performance posporno de aquel día; y eso a mí me deja triste.

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