De las tantas y tan fabulosas victorias obtenidas por Muhammad Ali, la que menos me simpatiza es la que logró contra Ringo Bonavena en diciembre de 1970 en el Madison Square Garden de Nueva York. ¿Será por nacionalismo? Prefiero pensar que no, pues ya no profeso ese tan dudoso credo. Diría que es por la manera en que ese nocaut se produjo, en el último round de la pelea, al cabo de tres caídas consecutivas infligidas al boxeador argentino.
Caído el rival y en conteo, Ali desacató una y otra vez las débiles indicaciones del árbitro, en cuanto a apartarse al rincón neutral tal como lo indica el reglamento. Ali permaneció pegadito al referí, que sin saberlo anunciaba así a un Brazenas. Apenas Bonavena se levantaba, ya tenía a Muhammad Ali encima.
La victoria más conmovedora fue, sin dudas, la de la tercera pelea contra Joe Frazier. Sabemos de carreras de autos ganadas desde los boxes, pero es más raro que una pelea de boxeo se gane desde el banquito en el descanso. Sabemos de boxeadores que ganaron porque fueron capaces de mantenerse en pie, pero es más raro que haya habido uno que ganó por haberse puesto de pie. Tanto Frazier como Ali, en el último descanso de la pelea, derrumbados en sendos rincones, preferían ya no seguir: abandonar. Pero Frazier lo hizo notar un segundo antes que Ali. Entonces Ali, ya sin fuerzas para pelar, tuvo fuerzas para pararse. Y al haberse parado, ganó.
La victoria de Ali que prefiero, sin embargo, no fue esta sino otra, la que obtuvo en 1974 contra George Foreman. Ali, el rey del bailoteo, prodigio de levedad en la categoría de los pesos pesados, decidió recostarse contra las cuerdas, quedarse quieto, compactar los brazos y esperar. ¿Qué hizo Foreman frente a eso? Pegar, pegar, pegar. ¿Y Ali qué hacía, mientras tanto? Hablar, hablar, hablar. Ocho rounds duró ese intercambio de golpes por palabras. Ali supo soportar los golpes. Foreman no pudo soportar las palabras.
Cuando Alí pasó por fin al ataque, desprendiéndose de su pasividad laboriosa y férrea, obtuvo rápidamente el nocaut. No hay nada más desgastante que un deseo que se frustra. Ali dejó desgastarse a Foreman (hablar de cansancio no basta); cuando se resolvió por fin a ganarle, ya casi no había rival.
El boxeo es un deporte inmoral. Por eso, precisamente, es tan rico en lecciones morales. Los otros deportes entregan muy pocas. Y las otras artes prácticamente ninguna.