Eran las 14 en punto, el sol abrazaba la entrañable ciudad de Miramar y mi familia sorteaba los vaivenes de las olas gélidas en la playa mientras yo seguía, clavado frente al televisor, cómo a 8.812 km de distancia, en las escalinatas del Capitolio y con una mano sobre la biblia de Abraham Lincoln, Donald J. Trump prestaba juramento como el presidente número 45 de los Estados Unidos de Norteamérica.
El primer presidente negro y el mandatario más joven de la historia en entregar el cargo luego de dos mandatos, Barack Obama, terminaba su gestión a los 55 años para darle paso al hombre más veterano en asumir ese puesto desde 1776.
Este contraste es una pequeña muestra de la enorme gama de matices que se pueden contraponer entre la gestión que finalizó y el proyecto político que está comenzando. Si es un punto y aparte en la historia o sólo una coma, según lo dicho por el presidente saliente, podremos saberlo con el paso del tiempo.
Con el peor nivel de aprobación en más de 40 años al llegar (sólo 38%), es además la primera vez que ejercerá el cargo alguien que no tiene experiencia política previa, exceptuando los casos de Herbert Hoover y Dwight Eisenhower, que traían su experiencia del campo militar. Será el cuarto presidente que llega sin haber conseguido mayoría en el voto popular, y de hecho habiendo perdido por la mayor cantidad de votos que se tenga registro para un ganador en el colegio electoral, esto es 2,9 millones de votos menos que Hillary Clinton.
Con mayoría en ambas cámaras del Congreso, pero cuestionado por propios y ajenos, planteó un gabinete que también tiene rasgos distintivos. Sólo el 18% de sus integrantes son mujeres (Obama tenía 35%), el 86% son blancos (Obama 52%), únicamente el 55% de sus miembros tiene experiencia previa mientras que tanto Obama como George W. Bush tenían equipos con 87% y 96% de integrantes con paso anterior por cargos políticos. Al tiempo que el 9% son generales (Obama y Bush, 4%) y el 14% del nutrido equipo de gestión del nuevo presidente ostenta la categoría de billonarios (más de 1.000 millones de dólares en su patrimonio).
Más de la mitad de los miembros del gabinete son escépticos respecto del cambio climático, compartiendo el pensamiento de Trump y como muestra práctica de estos contrastes basta un botón, o mejor dicho dos. A los pocos minutos de asumir como presidente, desaparecieron de la página web oficial las secciones de cambio climático y de la comunidad LGBT.
En su discurso de asunción de sólo 16 minutos (para seguir con los récords, fue el más corto desde que se tiene registro), Trump reforzó las contradicciones planteadas en la campaña. Usó un tono fundacional, sin respetar las costumbres de estilo en estos casos, como mencionar a su rival en las elecciones, o hacer alguna valoración del gobierno saliente. Fustigó la herencia recibida y marcó los primeros pasos en lo que será el camino para borrar de un plumazo el legado de su antecesor en el cargo, quien, por otra parte, se retira con la mayor imagen positiva luego de Reagan y Clinton (poco más del 60%).
Las líneas de acción planteadas en su alocución dejaron en claro la voluntad de retornar a un aislacionismo parecido al de comienzos del siglo pasado: políticas de corte proteccionista y conceptos como cerrar las fronteras se deslizaban en el marco conceptual descripto por Trump.
Algunas de las consecuencias del curso de acción que puede tomar el nuevo gobierno podrían derivar en un marcado aumento del costo del endeudamiento para todo el mundo y los países en desarrollo particularmente. El replanteo de los acuerdos comerciales y la revisión de tarifas y aranceles podría traer represalias por parte de sus socios comerciales más importantes, derivando en una guerra de monedas que también tendría consecuencias negativas para Argentina.
También parece claro el viraje en la política exterior que llevará adelante respecto del campo y el margen de acción que despliega EE.UU., quien hoy resulta un primus inter pares en un mundo multipolar derivado del viejo bipolarismo vigente entre 1945 y 1991.
Esto podría reconfigurar el área de influencia de Rusia por un lado y Turquía por el otro, escenario que supone consecuencias claras sobre el balance de poder europeo y probablemente implique el ingreso de Alemania a un proceso de fortalecimiento de su aparato de defensa.
Una nueva lectura del rol que cumple la OTAN a escala global y el balance de poder sobre Oriente Medio suponen nuevos equilibrios que pueden derivar en acciones preventivas de los miembros de la OPEP, que ya recortaron la cuota de producción a partir del encuentro del 1º de diciembre pasado, elevando el precio del crudo, lo cual tiene consecuencias en las estructuras de costos en todo el mundo.
Finalmente, el curso que tome la relación con China será determinante, ya que un aumento de la tensión con el gran país asiático podría implicar, entre otras cosas, un incentivo al rearme de Japón y Corea del Sur. Con estos datos cada uno sacará sus propias conclusiones, pero parece claro que el mundo ha comenzado a transitar una nueva etapa de la historia. Esperemos que no sea de aquellas que dejan marcas negativas indelebles.