Libros viejos. Ese podría ser el problema de Macri. Haberse quedado en el mundo bipolar del siglo XX –el que en términos financieros fue siempre unipolar porque el “capital” no existía en los países comunistas– y que además los primeros años tras la caída del Muro de Berlín fue hasta políticamente unipolar. En los años 90, frente a una crisis económica similar a la nuestra, el presidente de México de entonces, Ernesto Zedillo, le bastó acordar con el presidente de Estados Unidos un crédito de igual monto al que obtuvo la Argentina, de 50 mil millones de dólares (30 mil millones del Fondo Monetario y otros aportes, más 20 mil millones del propio Tesoro norteamericano), para resolver su crisis cambiaria.
Macri tiene una visión internacional donde los gobiernos del Primer Mundo son todopoderosos
Hoy, casi veinticinco años después, el apoyo de Trump y del Fondo Monetario Internacional no produce el mismo efecto porque el presidente de Estados Unidos no significa lo mismo en el mundo multipolar, donde la acumulación de capital financiero se multiplicó exponencialmente, haciéndose independiente del control de cualquier presidente. La globalización blindó al capital financiero de la intervención de las naciones y sus políticos. Y la crítica que se le realiza a la prescripción de Thomas Piketty, el autor de El capital en el siglo XXI para resolver el aumento de la injusticia social a través de mayores impuestos a la herencia y a los movimientos financieros es que no funciona, salvo que la apliquen todos los países al mismo tiempo.
Quizás la única tesis de Macri se basó en que Argentina tenía en el mundo a su gran aliado, al que había que darle lo que pedía y que entonces la entrega sería correspondida. El mundo tenía un representante, el presidente de los Estados Unidos, con quien, si se pactaba, luego las cosas salían de acuerdo con lo negociado. Sobre esta hipótesis, Macri tejió su red: “El mundo no quiere que Argentina fracase”, “el mundo no quiere que regrese el populismo”, “el mundo nos apoya”. Algo cierto, si se cree que el mundo es Trump, o el mundo es el G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá, que representaban cerca del 50% de los votos del FMI). Pero hasta el Fondo Monetario Internacional es minúsculo frente al total del capital financiero mundial actual.
No hay un “señor mundo”, como decía Gianni Vattimo sobre Dios: si se llegara a la cumbre de las cumbres, se vería que ese sillón está vacío y nadie maneja el tablero de control. De allí la perplejidad de Macri quien se debe preguntar por qué no recibe la respuesta esperada si él se abrió al mundo como nadie. “¿Cómo lo peor no pasó si ya acordé con Trump, Lagarde y el FMI?”. “¿Cómo me hacen esto a mí?”. El problema es que quien “se lo hace” no es el mismo sujeto con el que acordó. Macri sin mundo parece un soldado sin armas. El mundo es todo para él. Y ese todo no existe de la forma que imagina.
Macri se debió considerar la novia perfecta de ese mundo al punto que, sintiéndose “desnecesitado”, puso de canciller a un embajador cuya capacidad más específica es el protocolo, y de ministro de Hacienda y Finanzas a un economista cuya mayor fortaleza es su capacidad expositiva. Cómo se sorprendería Julio Ramos, el fundador del diario Ambito Financiero, cuyo sueño fue siempre llegar a ministro de Economía, viendo que hoy lo es quien era comentarista económico del programa de uno de sus periodistas, Carlos Pagni.
Otro problema es la simplificación en torno a la corrupción develada por el Cuadernogate. Argentina tiene invertido el orden. Aquí los empresarios son ricos y las empresas, pobres. Los empresarios se salvan (vendiendo) mientras las empresas las estrellan otros, cuando tendría que ser al revés: salvarse la empresa y pagar el castigo el empresario. Pase de magia que es posible en parte por el analfabetismo económico de la mayoría de la opinión pública, en alguna medida por falla didáctica del periodismo.
Países que atravesaron casos de corrupción que afectaron a sus principales empresas supieron castigar a sus dueños pero preservar a las empresas. De lo contrario Mercedes-Benz no hubiera sobrevivido a Hitler, y menos recientemente, tras haber sido condenada por pagar sobornos a gobiernos de 22 países. Otro caso emblemático en Alemania es Siemens, recurrentemente condenada por pagar coimas en decenas de países. Los gigantes de Francia Alston y Total, con multas de 722 y 398 millones de dólares respectivamente por pagar coimas, también lo superaron. Y hasta en la estoica Corea del Sur, Samsung tiene a su dueño preso desde 2017 por haber pagado coimas a la ex presidenta del país, destituida por corrupta, pero la empresa continúa innovando y liderando el mercado de pantallas, tanto de celulares como de TV. Incluso las empresas norteamericanas, hasta comienzos de la década del 80, pagaban coimas en todo el mundo y recién dejaron de hacerlo al cambiar la legislación, con la Foreign Corrupt Practices Act de 1977; y no siempre, como lo demuestra el caso IBM-Banco Nación, por el que la Cámara Federal de Casación Penal acaba de sentar jurisprudencia sobre que la corrupción en Argentina es imprescriptible, dejando obsoleta la posibilidad de que se investigaría solo la corrupción kirchnerista a partir de 2008.
Lo que afecta a Techint, quizás la empresa nacional internacionalmente más exitosa y de la que en algunos aspectos Argentina debe sentirse orgullosa, cuyos funcionarios aceptaron haber cometido delitos para beneficiar (“no perjudicar”, como se lo quiera ver) a la empresa. Paralelamente, Techint es un gran desarrollador de Vaca Muerta, con inversiones de más de tres mil millones de dólares en el proyecto más importante que tiene la Argentina y del cual depende generar exportaciones que, por sí solas, reduzcan en 2022 la mitad nuestro déficit comercial predevaluación. No sería funcional al interés nacional herir a Techint, más allá de la multa que corresponda, pero los ejecutivos que cometieron delitos, así como también su número uno, deben afrontar las consecuencias penales y retirarse del día a día de la empresa. Se argumenta que en los casos de Mercedes-Benz, Siemens, Total, Alston o IBM fue más fácil renovar el management porque no había un dueño al frente de la compañía, como Paolo Rocca, pero sí lo hay en Samsung o, salvando las distancias, en Odebrecht, que –reducidamente– continúa produciendo en Brasil.
Mercedes-Benz, Siemens, IBM, Total Alston, Samsung, entre otras, se recuperaron de la corrupción
Para que el costo económico que tiene el Cuardenogate genere valor cívico, las personas físicas (y no las personas jurídicas, es decir las empresas) tendrán que sufrir estigma social. Dado que la gran mayoría no terminará presa, el castigo también debe ser reputacional pero diferenciando las empresas –que siempre serán un valioso activo público como generadoras de empleo– del accionista y directivo, que debe ser un fusible, como deberían serlo en el Gobierno ministros, vicejefes y jefe de Gabinete.