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poesía de luto

Murió Alejandro Rubio, un poeta imprescindible de la generación del 90

Irreverente, provocador, tal vez uno de los mejores exponentes de su generación, falleció el miércoles en un hospital del barrio de Liniers. Acababa de cumplir 57 años. Gran poeta, gran lector, gran polemista, las letras argentinas pierden a una de sus mejores plumas en el peor momento, cuando más falta hacen. Detestaba lo virtual donde supo clavar arteras estocadas de malicia, que repartía sin mirar a quién.Queda la obra, que para eso se escribe.

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Rubio. En un libro explicó por qué escribió tan buenos poemas. | david fernández

“Junto a la cama un orinal, / un libro de Mao en la repisa/ y en la cabeza una divisa:/ nunca votar a un radical.” Los versos citados se encuentran en La enfermedad mental de Alejandro Rubio (2012), Ediciones Gog y Magog. Este libro comprende casi la totalidad de la obra poética de Rubio, desde la plaqueta Personajes hablándole a la pared (1994), hasta el inédito Lecciones para un lechón, pasando por el inhallable Música mala (1997). En 2017 publicó El poema no es el tema (Club Hem) y al año siguiente, Iron Mountain (Iván Rosado).

En Música mala podemos leer: “porque esta noche en la casa comen todos/ comen los vivos, comen los muertos,/ comen los semi-vivos y los semi-muertos,/ porque vimos el futuro donde el piso es de parqué/ y rompemos el parqué pa que se dore más lindo/ la pielcita de la vaca que nos vamos a lastrar.” Y también: “o ahora cuando hago un comentario/ lateral y vuelvo a escena/ ficción pura: falta, nomás, como indicio/ de un marco, una calle, una ciudad,/ país, mundo, etcétera, el ruido/ de una alarma de auto, o un perro minimalista/ llorando bajo, lejos, sin hueso.”

La noticia es que, a los 57 años, Alejandro Rubio falleció el pasado miércoles. La otra noticia es que los versos citados hacen imposible que su obra poética quede como lápida casual. Enmarcado en el movimiento de poetas de los 90 (Fabián Casas, Washington Cucurto, Martín Gambarotta, Fernanda Laguna, Sergio Raimondi, Anahí Mallol), Buenos Aires no le pertenecía, tal vez como la nada que elude propietarios porque nada rinde. 

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Sí era dueño del filo de una lengua, facón enunciativo, poncho anudado y a peliar, así con i, de insurgente. Si era un lobo solitario, el mejor poeta entre los suyos, también lo era a contramano de su rechazo por el acto social, eso de estrechar la mano de quien fuere. 

Detestaba lo virtual donde supo clavar arteras estocadas de malicia sin mirar a quién. Pero también, acaso víctima de una profunda timidez, escondió su obra al mainstream del decir, la crítica, o a la fluidez malversa de correspondencias. Poesía, nada a cambio.

O el cambio en el homenaje a Osvaldo Lamborghini, en el poema “Personajes hablándole a la pared”: “La casa abierta, el aire/ con olor a repollo hervido Si me dieran un peso/ por cada uno de los días que pasé/ esperando en un cuarto de hotel…” 

Acaso, como secuela de esto, en Rubio asomaba el relato de prosa al borde. En un blog del año 2008 publica un atisbo de novela titulada Zardoz, donde se lee: “Una lengua que no forja metáforas sexuales, es en sí misma sexo: reproductiva y venéreamente. Enfermos de la sífilis de la lengua se agachan con la pala y hienden la tierra del Jardín de las Delicias para desenterrar al Perro Infiel. Entonces un ciclo de días estará consumado y en el cielo nocturno una estrella brillará más intensa que las demás sólo por un segundo. El linaje de la rama hueca de la lengua ocupa parejamente el territorio de la nación.”

Si algún novelista argentino exitoso se siente aludido por el párrafo anterior es que al menos conserva algo de comprensión lectora. Ahora bien, en un artículo publicado en 2021 por Cuadernos Lirico (Revista sobre Literaturas Rioplatenses en Francia), Anahí Mallol refiere a su Autobiografía podrida (2010): “El ciclo parece cerrado, y la literatura es, para Rubio, una forma de hacerse un nombre, de reunir la identidad en una ficción fuerte. Yo, Alejandro Rubio, poeta premiado de los 90, explico cómo me hice poeta y por qué escribí tan buenos poemas, o no, o sólo finjo hacerlo, en las reglas del género que así lo permite, no sin humor. Remata la historia de su vida con un final abierto (si la vida no termina el libro tampoco puede terminar) y auto-irónico: “Ahora que me  acerco al punto  final, dudo si he logrado transmitir lo extraordinario que fui para mí, en el recuerdo’”.