Muros o medianeras, murallas para la defensa o paredes compartidas. En principio, podemos decir que estamos frente a dos conceptos que definen, geográfica y funcionalmente, los límites del espacio urbano. Sin embargo, las diferencias en las condiciones de habitabilidad que implica la existencia de muros o medianeras forman parte de los elementos que nos permiten observar y describir dos realidades socioculturales: la de la villa miseria y la del conventillo.
En la Ciudad de Buenos Aires, el conventillo y la villa miseria fueron el resultado de dos procesos sociales que tuvieron lugar en momentos históricos diferentes, y que derivaron en la aparición de nuevos hábitats y en la redefinición del espacio urbano. Estos nuevos hábitats constituyeron lo que podemos caracterizar como la peor vivienda urbana existente, en relación con la oferta habitacional de cada una de las épocas.
Tanto el conventillo como la villa miseria fueron la consecuencia de una serie de condiciones sociales y económicas similares. En ambos casos, la Ciudad de Buenos Aires recibió un caudal importante de población, atraída por la expectativa de las oportunidades que ofrecía y que se expresaban en términos de mayores ingresos y de mejores oportunidades de empleo. Los nuevos pobladores eran, en general, de origen rural, tenían un bajo nivel de educación, escasos recursos económicos y, en la mayor parte de los casos, se trataba de mano de obra de baja calificación. La Ciudad de Buenos Aires debía generar condiciones de habitabilidad para ese importante volumen de población que se incorporaba a la vida urbana.
Las diferencias surgen cuando miramos cómo se resolvió el problema de esa demanda imprevista de viviendas en alquiler a bajo precio. En el primer período de la inmigración europea –entre 1869 y 1887–, cuando se instalaron en la Ciudad 246.249 nuevos habitantes, la respuesta para la mayor parte de esa población fue un nuevo tipo de vivienda denominada popularmente, conventillo. Se trataba de casas unifamiliares adaptadas para ser habitadas por varias familias, o de viviendas construidas especialmente, como inquilinatos para renta. El desarrollo edilicio que comenzó a fines de 1880 y que derivó en el crecimiento del 10,7% anual de la edificación entre 1887 y 1914 permite afirmar que el conventillo fue una alternativa temporal o un camino hacia una vivienda mejor, propia o alquilada. En este proceso en el que el conventillo fue un lugar “de paso”, la vivienda fue uno de los indicadores de ascenso social de la época. Ya en 1886, A. Galarce decía en Bosquejo de Buenos Aires, capital de la nación argentina: “¡Quién sabe si lo que los argentinos no permitirían por la fuerza, exponiendo en ello su vida, se realizará con su asentimiento dentro de algunos años más: el que sean todos locatarios en su propio país, dependientes y tributarios del inmigrante!” Como prueba, describía las ventas realizadas en el año 1885 en el área circunscripta por las calles Rivadavia, 25 de Mayo, Viamonte y Maipú. Ese año se habían realizado 49 operaciones inmobiliarias de las cuales el 31% habían resultado en el traspaso de propiedades de argentinos a manos de extranjeros.
Una demanda inusual de vivienda se produce, nuevamente, entre 1936 y 1947 como resultado de la migración masiva del interior de la Argentina hacia la Ciudad de Buenos Aires. La población de la Ciudad creció un 23% y los provincianos pasaron de ser el 14% de los residentes en 1936, a constituir 32% de ellos, en 1947. Hasta ese momento, el mercado parece haber dado respuesta a los nuevos pobladores ya que no hay registros de la radicación de ninguna villa miseria. Algo debió haber sucedido para que el proceso de integración al medio urbano de la población proveniente del interior se viera modificado y surgieran en 1948 las primeras villas miseria.
La respuesta está en la desaparición de la oferta de viviendas en alquiler, como resultado de la intervención del Estado en el mercado inmobiliario. Comenzó en 1943 con la rebaja de los alquileres, se endureció en 1947 con la suspensión de los desalojos y terminó en 1949 con una ley que disponía la incautación, por parte del Estado, de toda propiedad desocupada. El desaliento a la construcción de unidades para alquilar y la consecuente desaparición de la oferta hicieron que tener trabajo y un buen salario no fueran condiciones suficientes para acceder a una vivienda, ni a una buena ni a una mala vivienda. Fue entonces que los nuevos pobladores ocuparon de manera ilegal terrenos fiscales o privados y construyeron las precarias viviendas de las primeras villas miseria.
Mientras que el conventillo fue un lugar de paso, la villa miseria se transformó en un lugar de residencia permanente, ya que la legislación descripta, aunque con algunas modificaciones, siguió vigente durante varias décadas. En ese lapso, las villas miseria crecieron y se concentraron, principalmente, en dos áreas geográficas: Puerto Nuevo y el Parque Almirante Brown, que por su topografía inhóspita había permanecido deshabitada.
Si bien es cierto que el espacio urbano no puede ser completamente definido sin tomar en cuenta las prácticas de las personas que viven ahí, y que por sus actividades lo construyen continuamente, tampoco puede obviarse el hecho de que los pobladores son siempre y en alguna medida conformados por la ciudad y por el barrio en el que habitan. En este sentido, para comprender cómo fue el proceso de integración de los nuevos pobladores de la Ciudad es necesario marcar las diferencias entre ambos hábitats.
Las villas miseria se concentraron en áreas marginales y formaron enclaves diferenciados del barrio en el que estaban insertas, y muchas de ellas estuvieron delimitadas por muros construidos para ocultarlas. Constituyeron un paisaje que no quisieron ver ni los gobiernos ni los porteños, sobre todo desde 1948, año en el que con la inauguración del Aeropuerto Ministro Pistarini en Ezeiza, se levantaron muros delante de las villas construidas al costado de la Avenida General Paz, para que los viajeros no contemplaran el deprimente espectáculo de las pobres viviendas hacinadas. Diez años más tarde, eran representadas por Lucas Demare en Detrás de un largo muro.
En contraposición, los conventillos estaban diseminados en todos los barrios y compartían medianeras con viviendas unifamiliares. Eran más en La Boca, donde sumaban 613 en 1919, pero se registraban 277 en San Nicolás que era, en ese entonces, uno de los barrios más elegantes de la Ciudad. En todos los casos, el conventillo era una vivienda más del barrio, y la identidad de sus habitantes se constituía de la misma manera que la de sus vecinos, con una dirección que se ubicaba en un barrio. El habitante de la villa no puede incluir en sus datos de filiación una dirección –ni calle ni número– y tampoco hacer referencia a un barrio, él vive en una casilla de una villa, vive detrás de un muro real o virtual que le es casi imposible franquear.
Por otra parte, la ilegalidad derivada de la ocupación de terrenos ajenos, es otro de los componentes de la identidad del habitante de la villa que se expresa en una representación confusa del derecho de propiedad. Asume que el terreno es suyo porque consiguió tierra para rellenarlo y hacerlo habitable y, por lo tanto, se adjudica el derecho de venderlo o alquilarlo. Esta concepción de la propiedad es un indicador de la existencia de un sistema de normas propias que son aceptadas por el grupo, pero que entran en colisión con la normativa vigente en el resto de la sociedad. En este punto, es claro el efecto que tiene el hábitat, sobre todo si lo comparamos con la situación de los habitantes de los conventillos quienes no sólo estaban incluidos geográficamente en la Ciudad, sino que también lo estaban en cuanto al ejercicio de sus deberes y derechos.
Lo observado hasta aquí nos permite afirmar que las características socio- espaciales forman parte del marco social en el cual un conjunto de procesos objetivos y subjetivos se desarrollan y confluyen en la construcción de una cierta identidad. Afirman Massey y Denton que: “Personas comparables, con contextos familiares y características personales similares llevarán vidas totalmente distintas y obtendrán un nivel socioeconómico muy diferente según su lugar de habitación”. En la identidad del habitante de la villa, está presente lo que denominamos el efecto “villa” que proviene del impacto del reagrupamiento espacial de personas o familias en dificultad, el de ser pobre viviendo entre pobres, lo que en las historias de vida surge naturalmente cuando se dice: nosotros los de la villa y los otros, los del barrio.
Otro elemento que constituye la identidad social es la “mirada del otro”, del que está enfrente y que podemos analizar observando la frecuencia y la forma en que el conventillo y la villa miseria fueron representados en la ficción literaria, teatral, cinematográfica y pictórica. Una primera conclusión es que el conventillo fue y sigue siendo el ámbito de innumerables producciones artísticas. Por el contrario, la villa miseria es un tema elegido con muy poca frecuencia por los artistas argentinos. La importancia que tuvo el conventillo y sus habitantes en la Ciudad de Buenos Aires, se hace evidente cuando observamos, no sólo que son un tema habitual en la producción artística, sino que en torno a ellos surge un nuevo género en la dramaturgia argentina: el sainete. El conventillo fue el tema de este género teatral y sus habitantes, los destinatarios del mensaje que se transmitía desde el escenario, ya que eran ellos sus espectadores habituales. El autor del sainete construye un mensaje para que el receptor se identifique y se reconozca en la acción escénica. Esta específica situación de conocer y reconocerse le permite a este público descargar tensiones o sentimientos hostiles mediante la risa o el llanto y canalizar así el conflicto.
Cuando la villa miseria aparece como tema en el arte, siempre lo hace bajo la forma de objeto observado. El mensaje tiene como tema la villa miseria pero no está destinado a sus habitantes, se construye pensando en los otros, los que están fuera de la villa. En general, el mensaje es crítico o paternalista y se percibe claramente la intencionalidad del discurso del autor. La villa miseria es utilizada como un medio para comunicar ideas y opiniones políticas entre pares. Dice el historiador Luis Alberto Romero, refiriéndose a los sectores populares urbanos: “En primer lugar los miran, y traducen su impresión en multitud de testimonios: los sectores populares aparecen a veces como el reducto folk y pintoresco, o como las ‘clases peligrosas’, o como la barbarie, o como los extraños, o de muchas otras formas, todas prejuiciosas, escasamente críticas, a menudo descalificadoras, que hablan mucho más de quienes las piensan que del objeto de referencia.”
*Socióloga.