Luiz Inácio Da Silva, Lula recuperó un instrumento más valioso que los derechos políticos, recuperó su voz. Después de cinco años de silenzio stampa se lo volvió a escuchar. Y su discurso es música para los oídos de la mayor audiencia que Brasil puede ofrecer, la de los desposeídos. En ese escenario que parece inventado para él, el escenario político, nadie calibra el diapasón social como lo hace el ex gremialista metalúrgico. Acierta en los agudos cuando ataca y en los graves cuando se defiende. Solo él transmuta un ritmo popular en música erudita. Hablándole a la platea, Lula es Mozart.
Después de escucharlo este segundo miércoles de marzo, en el contexto actual y en el de la sempiterna desigualdad brasileña, sus notas diatónicas, traducidas a palabras, parecen las más apropiadas para creer y conmover. Pena grande es que a sus notas las toca la sinfónica del PT, que desafina en los tonos y desconoce ciertas melodías, no por culpa de la partitura, apenas porque sus músicos no son como él, desentonan. Moralmente, obvio. Separar a Lula del PT es tan necesario como separar a Fernando Henrique Cardoso de su propia orquesta, esa que coquetea con el absurdo de transformar la audiencia de TV Globo en votos; y solo ello puede justificar que alguien piense en convertir a un presentador de auditorio sin carisma y tan ‘él mismo y solo él’, como Luciano Huck, en candidato partidario.
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En vez de envejecer, Lula parece haber crecido en este tiempo de cárcel y ostracismo, no solo porque no expone su rencor para quienes lo juzgaron sin la imparcialidad necesaria y sin la competencia jurídica del caso. Principalmente porque explaya mejor su armonía y organiza más acabadamente su repertorio: salud, empleo, educación y todo lo que el pueblo le pide en cada ‘bis’.
Es un ‘animal político’ inigualable, como no hubo otro en esta geografía y, entre los vecinos, solo se le aproximó el peronista argentino, recién fallecido, Carlos Menem. El uruguayo José Mujica es otra cosa, con más caja de resonancia que cuerdas para tocar. Lula es compositor e intérprete; y también luthier. Darle un estrado y un micrófono es oír a Enrico Caruso acompañándose con un violín Stradivarius en la Scala de Milán. Es único.
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Su candidatura está lanzada y seguramente su rival será el mejor oído absoluto que ya enfrentó y podrá oponérsele, el excelente concertista João Doria. El único con credenciales a la altura, con otro solfeo, claro, pero apto para corregir los pentagramas que corrompieron o no completaron sus antecesores. Sin son ellos dos quienes lleguen al segundo turno en 2022, seguramente el país tendrá una posibilidad de mejora, recuperación y crecimiento, algo que infelizmente no ocurrirá con la tercera opción, Jair Bolsonaro, a quien la pandemia ayudó a desnudar su insensibilidad epidérmica con lo popular y a multiplicar sus desatinos verbales. Sergio Moro, el cuarto mediático, un ambicioso lobo que se disfrazó de cordero y cuyos aullidos lo descubrieron pronto, nunca fue y no será.
Bienvenido Lula. Se prepara Doria. Chau Bolsonaro. Se resigna Moro. El anfiteatro retoma la musicalidad política que Brasil, por su grandeza y potencialidad, exige. Los desiguales, tal vez, vuelvan a cantar y los dueños de salas puedan ampliarlas y mejorar su acústica. Los sueños de las noches de verano tienen una nueva chance de tornarse realidad. Dos grandes regentes, con estilos opuestos, comienzan a ensayar. Lula-lá y Doria-rá. Y aunque los tickets todavía no están a la venta, este 10 de marzo de 2021, ya se enviaron a la imprenta. Prepárense para aplaudir.
*Periodista