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Música progresiva

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Hay un sketch de Diego Capusotto que se llama “El padre progresista” que me hace matar de risa. En algunas ocasiones la mujer le dice que se quiere ir a estudiar por la noche con un amigo de la facultad y él le dice cómo no querida, no hay problema, yo me quedo con los niños. Pero después de que dice esto se mete en su pieza, cierra la puerta y da rienda suelta al demonio que lo domina y le grita a su mujer que no puede escucharlo: yegua, arrastrada, seguro que te vas a acostar con tu compañerito, etc, etc. Algo de esa dualidad entre el doctor Jekyll y Mr. Hyde me pasó a mí cuando me enteré de que River le había empatado en México a Tigres.

Los seguidores del Cuarto Camino, una doctrina esotérica que promovió Gurdjieff, dicen, siguiendo a su maestro, que los hombres sabios tienen un solo yo y con éste responden a todas las demandas de la vida. Los que no son sabios son presas de diferentes yoes y múltiples estados de ánimo. Como al padre progresista, a mí me pasa eso.

El cabeza de coco que habita en mí decía: “La vida es hostil, horrible, no puede ser que River esté en la final de la Libertadores. Y encima que sea tan rápido, inmediatamente después de que el Casla ganó la suya, lo cual le quita valor a nuestra pasada coronación.” Pero el padre progresista, otro de mis yoes que me gobierna, decía: “River se lo merece, Marcelo Gallardo es, por lejos, el mejor técnico del fútbol argentino. Juega con personalidad, con firmeza, pega casi como Boca pero también despliega un juego dinámico, ofensivo. Se planta en todas las canchas pensando en el arco contrario”.
 
El cabeza de coco le replica: “A Tigres le importa un pito la Libertadores, por eso la pierde”. ¿Quién tiene razón?
El cabeza de coco y el progresista coinciden en algo: después del gas pimienta y la manga de idiotas, Rodolfo Arruabarrena es el peor técnico del fútbol argentino.