Una organización lacaniana me invita, junto a Javier Daulte y Francisco Lumerman, a un encuentro sobre un tema que –creo– los dramaturgos desconocemos. Parece el comienzo de un chiste sobre psicoanalistas, pero no lo es. La ventaja de hablar con adoradores de Lacan es que todo les interesa, incluso y sobre todo las respuestas fallidas. Pero mientras los artistas gozamos del beneficio de la irresponsabilidad, los terapeutas deben descubrir cómo ser creativos en calmar las angustias.
El motivo del encuentro es dilucidar si el acto creativo es invención o descubrimiento. Daulte plantea la primera idea gozosa: el descubrimiento implica la redefinición de una cosa. La frase parece sencilla, pero hago notar que se las trae: “redefinición” es una operación del lenguaje, mientras que “cosa” es todo lo contrario. Para que haya descubrimiento es necesario que la cosa ya exista y que el lenguaje la redefina, le adjudique otras proporciones. ¿América fue inventada o descubierta? Es un clásico: América existía con una función diferente, pero es redefinida al ser “descubierta” por Europa; ergo, no fue inventada. América es real, pertenece al mundo de la realidad; su nombre, en cambio, al del lenguaje. Y como afirma Eduardo del Estal, la realidad es la resistencia de las cosas a todo orden simbólico. Las cosas se resisten férreamente a lo que decimos de ellas.
Vivimos en un mundo, hablamos en otro; entre ambos hay un muro, que sólo es atravesado mal y provisoriamente por el lenguaje. Tampoco sabemos si inventar y descubrir son opuestos perfectos. Arriesgo que ambas pertenecen al mundo de las palabras, no al otro. El acto creativo no siempre es un acto artístico, pero esto no funciona en sentido inverso: el acto artístico siempre conlleva creación. ¿Pero supone invención o redefinición? Porque la creación parece ofrecer algo novedoso que todo el mundo ya vio, que se parezca a algo: si fuera muy distinto, resultaría imperceptible. Más difícil es discernir –como intenta Daulte– la diferencia entre un acto creativo y uno psicótico. El acto psicótico no genera repercusión comunitaria, y he allí la turbia distancia que separa a Van Gogh de un psicótico, aun cuando sea recorrida por su comunidad apenas luego de su muerte.
Ninguno logra responder la pregunta. Yo les sugiero que lo votemos. Cuando un asunto es insoluble, las comunidades dibujan democracia, apenas otra palabra poco compatible con las cosas, siempre misteriosas, siempre tercas