El Hombre de Neandertal, nuestro antepasado más cercano, tenía el cerebro menos desarrollado. Se lo dibuja con una frente huidiza y en chanfle hacia adentro porque su lóbulo frontal era menos moderno. En el lóbulo frontal se concentran, entre otras funciones, las relacionadas con la moral, la ética, el sentido del deber y el pensamiento a largo plazo y estratégico.
Un conocido psiquiatra argentino, Eduardo Kalina, sostiene que por efecto del consumo de drogas y mayor cantidad del alcohol en los más jóvenes, se está alumbrando la primera generación en la historia de la humanidad con un lóbulo frontal del cerebro menos potente que la anterior.
Asumiendo la metáfora antropológica, la juventud se neandertalizaría cuando desea todo ya y no puede medir las consecuencias del placer inmediato o prever las ventajas de posponer determinadas circunstancias (sembrar, ahorrar o invertir).
Pero no sólo los jóvenes por efecto de la droga y el alcohol se neandertalizan: hay una tendencia social, que la televisión refleja espectacularmente, hacia valores más inmediatos que afectan y son afectados por la política. Por ejemplo, los votantes disculpan la corrupción o el autoritarismo mientras la economía vaya bien y los gobernantes –previendo a ese elector– se comportan en consecuencia. En esta edición (ver página 16), Rafael Bielsa dice que Cristina Kirchner no precisará segunda vuelta y su votos no serán afectados por los casos de corrupción porque “la gente cree que Skanska es un yogur” (cuando el ex canciller era joven existía un yogur llamado Yolanka).
Cada época tiene rasgo de carácter. Cuando Freud creó el psicoanálisis, la tendencia social era hacia la neurosis: la gente se reprimía. En el siglo XXI es todo lo opuesto, el carácter de época es la manía. Los psicólogos hablan de un “tempo maníaco” –distinto del tiempo gravitacional– donde todo está acelerado en un ritmo frenético (como en los exitosísimos programas de Tinelli, quien para no pocos encuestadores tendría serias chances de ser elegido Presidente si se presentara como candidato).
Hoy, socialmente, está muy mal visto el clásico pensador melancólico de otra época y la gente le huye al depresivo. No es casual que una de las mayores industrias medicinales sea la fabricación de antidepresivos.
Cada época tuvo su personaje de moda: en la de Freud era el obsesivo, en la última parte del siglo pasado fue el borderline y ahora es el bipolar.
Ballottage. Pero aun aceptando que viviéramos una era política cortoplacista, sería útil para el Frente para la victoria no confiar en exceso en que Cristina Kirchner resultará invencible en primera vuelta. Varias encuestas que circulan en privado indican que su actual intención de voto no supera con mucha holgura el 40% necesario para obviar el ballottage. Un cinco por ciento se puede perder en la última semana y faltan ocho semanas para la elección.
Los mal pensados atribuyen a estos datos, preocupantes para el oficialismo, el hecho de que hace un tiempo que no se difunden encuestas.
Además, el contexto económico mundial, que siempre fue una fuente de buenas noticias para el kirchnerismo, por primera vez amenaza seriamente con un fin de fiesta. Cristina Kirchner se debe preguntar: ¿qué pasó para que lo que prometía ser un paseo hacia la Casa Rosada se haya transformado en un largo calvario donde, como los presidiarios, se ruega que los días pasen lo más rápido posible?
Qué distinta habría sido la situación de la candidata si Néstor Kirchner, apelando a que su mandato debía finalizar exactamente tras cuatro años, hubiera adelantado a marzo pasado las elecciones, como especulaba y temía Lavagna. Quizás hoy no se perdonen esta elección con complicaciones, cuando tenían un seguro triunfo en marzo.
Miopía de futuro. En 1848, Phineas Gage, el capataz de la construcción del ferrocarril de Vermont, Estados Unidos, sufrió un “prodigioso” accidente. Por efecto de un explosión, una barra de hierro penetró por su mejilla izquierda, atravesó la parte frontal del cráneo y aterrizó a 30 metros cubierta de sesos y sangre. Increíblemente, Phineas Gage no murió y, tras las precarias curaciones de la época, pudo continuar su vida normalmente. Pero Gage ya no era Gage: su personalidad cambió, su carácter fue tan distinto que pasó de ser un hombre ejemplar a comportarse de forma despreocupada e imperturbable. En palabras del médico que lo curó –John Harlow–, reproducidas por el Boston Medical and Surgical Journal: “No había preocupación por su futuro ni síntoma de previsión”. No había perdido la destreza con sus manos, ni en el habla, ni en la mayoría de las capacidades intelectuales, pero la lesión del lóbulo frontal le había hecho
desaparecer una propiedad que es única en los humanos: la capacidad de anticipar el futuro y planear dentro de un ambiente social complejo. Carecía del sentido de responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás. O sea, de libre albedrío. El edificio de la ética y su voluntad se habían derrumbado (la fuerza de voluntad es la capacidad de decidir en función de los resultados de largo plazo y no de las consecuencias de corto plazo).
Doce años después del accidente, Gage terminaría su vida bebiendo y armando pleitos en los bares de San Francisco; antes recorrió Sudamérica como aventurero y condujo una diligencia en Chile. Su cráneo, tras muchas décadas de estudio, sigue guardado en el Museo de la Historia de la Medicina de Harvard como reliquia del primer caso que permitió comprobar mejor la función del lóbulo frontal del cerebro humano.
¿Lobotomía? Histogramas de pruebas con juegos de cartas mostraron que personas con lesiones frontales en el cerebro ya no son sensibles a las penalizaciones y sólo están motivadas por las recompensas: la mera presencia de gratificaciones inmediatas hace que pasen por alto las penas posteriores. Tantos años de mala política en Argentina, ¿nos habrán afectado nuestros lóbulos frontales?