Ahora dicen que la Argentina se divide entre los que opinan como Federico Luppi y los que piensan (o todo lo contrario, según el propio Luppi) como Mirtha Legrand. Buena parte del periodismo local se entretuvo en sacarle punta a tan estratégico asunto durante la semana que pasó. Y, ya que estamos, le dio rienda suelta a otra contradicción muy emparentada con la anterior, ante todo, por su total y absoluta falta de trascendencia. Fue lanzada al ruedo por el nuevo mandamás de la agencia ultra oficial Télam y se resume así: ¿el periodismo debe ser profesional o militante?, interrogante que otorga a dos difusos adjetivos más importancia que al sustantivo y deja la búsqueda de la verdad y la reconstrucción certera de los hechos (verdadera utopía del periodismo sin aditamentos) para debates de veras que acaso llegarán el día en que todos nos preguntemos: ¿qué hiciste durante el kirchnerismo, papá? ¿O era mamá?
Hoy, lo único incontrastable es que seguimos sin poder apartarnos de una ya tediosa bicromía que todo lo impregna, sin siquiera plantearnos que si ahí anclamos será, también, porque aunque sea un cachito nos gusta. Y nos expresa.
La dirigencia política se ha comprometido a tal punto con esto de separar más lo negro de lo blanco que la paja del trigo, que dichos colores pasaron a dominarla a ella misma incluso en la exhibición de sus facetas más personales, privadas y sentimentales.Es imposible dejar de reparar en los mensajes colaterales que, en medio de semejantes tensiones, irradian el rígido y conmovedor luto de la Presidenta y el inmaculado blanco nupcial de la flamante primera dama porteña.
Negro Cristina de Kirchner. Blanco Juliana de Macri. ¿Blanco o negro? Usted elige.
Si alguien hubiera guionado una historia en la cual los destinos de un país pudieran definirse optando entre los deudos de un funeral y los protagonistas de una boda, a lo sumo habría merecido una risita incrédula por devolución (porque ahora el que no dice devolución, “Bailando” mediante, es un salame). Pero encuestas de distinto origen aseguran que el Efecto Néstor purificó la imagen presidencial, sus chances reelectivas, la confianza en su gestión y las expectativas económicas de la sociedad. En el gobierno de Mauricio dicen que aún no midieron el Efecto Juliana, pero avisan que están por hacerlo, entusiasmados porque los mismos sondeos ajenos ubican al ex capo de Boca como el principal competidor de CFK, aunque desde muy abajo.
Claro que el sorpresivo adiós de K y el más planificado “acepto” de Awada no han sido milagrosos en sí mismos. Fuera de los justificados pésames, el generalizado gallinero opositor ayuda bastante al embellecimiento de Cristina. Y, acercando más la lupa, la ‘inglamorosa’ interna de la UCR y el descarrilamiento del tren fantasma del Peronismo Federal contribuyeron a que la ceremonia de Tandil obrara casi como un lanzamiento de campaña.
El negro del luto es un sello de pesar, evocación y cambio sustancial. El blanco casamentero pretende irradiar pureza, alegría y perdurabilidad (atributo este último que Macri promete asimilar en su tercer intento). En un país tan adiestrado como el nuestro para las emociones fuertes, tal vez sea inevitable que situaciones como estas definan, por ejemplo, una elección presidencial.