Mi columna publicada el jueves 28 en este mismo diario a propósito de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner (reproducida el domingo 31) y también mi breve nota en el diario Clarín del martes 2 sobre la primera intervención televisiva de la señora Presidenta, suscitaron en el ciberespacio una serie de comentarios. Algunos de ellos merecen consideración; lo haré de manera global, sin individualizar las reacciones. Cada cual reconocerá, eventualmente, lo suyo.
Le daré a mi amable lector una noticia: yo también voy a morir. No voy a tener exequias nacionales ni habrá una larga fila de personas en la calle que querrán despedirse poniendo la mano sobre mi féretro. Desde el punto de vista biológico, dije en mi columna de PERFIL, todas las muertes son iguales: son los medios los que hacen la diferencia entre la de Néstor Kirchner y la mía. No dije que esos miles de personas que despidieron al ex presidente fueron resultado de una “convocatoria mediática”; pero los medios amplificaron en tiempo real la movilización (lo mismo ocurrió en 2001 con los cacerolazos): en las sociedades en que vivimos, las movilizaciones sociales, espontáneas o no, no tienen efectos políticos sin los medios. Sí dije, y reitero, que tanto los medios oficialistas como los opositores han comenzado a dibujar el mito de Néstor Kichner estadista. Agrego ahora que, en el caso de los segundos, la construcción de una epopeya kirchnerista los coloca en una posición francamente contradictoria con lo que decían día tras día del Gobierno durante los últimos años (movimiento contradictorio que se ha observado en otros contextos: típicamente con De Gaulle en Francia, por ejemplo). Agrego también que la señora Presidenta, que pasó lo que va de su mandato atacando sistemáticamente a los medios que no le eran serviles, no tiene, claro, ningún comentario sobre la manera en que los medios en su conjunto han transformado a su esposo en un héroe nacional. La actitud, característica de todo populismo, de buscar una comunicación con “el pueblo” sin mediaciones (actitud que acertadamente recordó ese mismo jueves Pepe Eliaschev, contando una última conversación personal que tuvo con el ex presidente Néstor Kirchner) puede difícilmente ser considerada una ingenuidad: para un gobierno populista, comunicación sin mediación es simplemente comunicación a través de los medios que directamente o indirectamente puede controlar. El populismo asimila comunicación a propaganda.
Tratemos de entendernos sobre lo que es la mediatización. El legítimo dolor de una viuda en el entierro de su marido es probablemente un hecho que se repite muchas veces, cada día, en algún rincón de nuestro planeta. El dolor, merecedor de igual respeto, de una viuda Presidenta, transmitido en directo durante 24 horas sin interrupción, es un hecho que produce lo que define la mediatización: ruptura de escala. La ruptura de escala es lo que va a diferenciar el entierro de Kirchner del mío.
A la luz de la primera intervención política de la señora Presidenta en Córdoba, no habrá cambios, sino profundización del modelo. El problema es que de ese modelo, en el espacio público, no sabemos nada. Lo que claramente se percibe del kirchnerismo es la técnica de control y de multiplicación de poder a través de mecanismos institucionales y no institucionales.
La mediatización, en las sociedades modernas, no vuelve imposibles los mundos privados; por el contrario –aunque parezca paradójico– los multiplica. Cada uno de nosotros puede refugiarse en alguno de ellos y despegarse del discurso mediático. Daré un ejemplo con este mismo diario que publica mis columnas. “Murió Kirchner. La Argentina en estado de shock”, tituló en tapa el diario PERFIL del jueves 28. Mi experiencia personal no me indica que la Argentina en su conjunto haya estado en algún momento en “estado de shock” (suponiendo que se pueda precisar a qué se refiere esa descripción). Creo, sí, que el sistema de medios informativos de nuestro país entró en shock con la muerte del ex presidente.
Los ancestrales mecanismos del humor popular son un buen ejemplo de producción no mediatizada de sentido. Una historia que ya circula:
—Ché, llamó Raúl Alfonsín.
—No me digas, ¿qué dijo?
—Llamó para avisar que Néstor llegó bien.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.