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Nestorizando a Nisman

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La muerte suele engrandecer a los que se van. Tiene su lógica entre familiares y seres queridos. Pero también es un proceso que se explica y se estudia sociológicamente, más allá de las creencias religiosas. Si, además, esas muertes están atravesadas por pasiones e intereses políticos o ideológicos, los efectos se recargan.
Néstor Kirchner y Alberto Nisman dejaron este mundo bajo diferentes circunstancias, pero generaron una convulsión social con ciertas similitudes. Aun cuando ello impactó más fuertemente en los extremos antagónicos en los que está dividida la sociedad argentina, sus reacciones ofrecen demasiados puntos de contacto.

Para el kirchnerismo, la muerte de su líder no sólo lo catapultó casi al altar de la beatificación, con monumento y todo. Se dio encima un mecanismo dual entre sus seguidores, por el cual con él se iban manejos viscosos de la acción política (siempre vinculados al dinero), pero al mismo tiempo sus viudos sentenciaban, y lo siguen haciendo, que “con Néstor esto no pasaba” (Alberto Fernández, ¡teléfono!).

Con Nisman se da algo parecido, desde el otro bando. Para el antikirchnerismo, el fiscal se transformó en un héroe que peleaba contra los molinos de viento del poder, incluida la propia Presidenta. Mejor barrer bajo la alfombra lo que no sostiene ese relato.

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Por ejemplo, que Cristina (y antes Néstor) le dieron todos los gustos, hasta que llegó el acuerdo con Irán, claro, adelantado por Pepe Eliaschev en este diario, a quien Nisman destrató en nombre de su consolidado romance de entonces con la Casa Rosada.

O las relaciones simbióticas que mantuvo todos estos años con las peores prácticas de la Inteligencia nac & pop. Más allá de que éstas tengan vínculo o no con lo que ocurrió con el fiscal en su baño de Le Parc, no resultaron muy eficientes: la causa AMIA sólo se movió para desnudar la endeblez de la investigación (en la que participó Nisman) y él lanzaba algún fuego artificial inconducente justo antes de los aniversarios, con la anuencia del Gobierno, de las entidades judías y de la mayoría de los medios.
La “denuncia de su vida” (como la llamaron sus “viudas” del PRO, Patricia Bullrich y Laura Alonso) está contaminada de esa misma ineficiencia, pese a tener un equipo nutrido y monotemático como no tiene ningún otro fiscal en el país. La presentación de 300 fojas que hizo está plagada de conjeturas, con sólidos argumentos políticos pero no jurídicos. Las escuchas tienen el morbo de lo que se espía, pero los personajes son “tercerones” con ansias de mostrarse campeones. Ello explica que los jueces federales (también los más beligerantes con el Gobierno) se hayan pasado unos a otros una denuncia inabordable.
Se encendió la nueva esperanza en el mundo anti K con el hallazgo de los borradores, como para reforzar la idea de mártir (Néstor también se murió por el asesinato de Mariano Ferreyra, según la versión Cristina-Máximo). Por lo conocido hasta ahora, más de lo mismo pero obviamente exagerado, tanto como para que no haya quedado en la versión final. Esa sobreactuación se trasladó a Jorge Capitanich y su patético rol de rompedor de hojas de diario, y a Clarín, que se volvió a poner como ejemplo de periodismo.

Seguramente habrá nuevas escalas en este vía crucis que lleva a la (falsa) santificación de Kirchner y Nisman, de la misma manera en que se profundizará la denostación de uno y otro por parte de quienes se embanderan en la vereda de enfrente.

Pese a que alguna responsabilidad puedan tener los muertos en la construcción de ellos como mitos, la carga principal les cabe a los que quedan vivos. Vivos en varios sentidos.