El debate internacional está atravesado en estos días por la búsqueda de una evaluación acertada para el futuro de la globalización.
Así como hace tres décadas empezábamos a familiarizarnos con ese término, que acabó incorporado al lenguaje cotidiano, hoy parece el turno de la “des-globalización”, es decir, la aparente reversión del proceso de interconexión total alcanzado por el comercio, las finanzas, los servicios y, en general, todas nuestras economías.
La pandemia, los conflictos armados, las rivalidades geopolíticas, la crisis energética y escasez alimentaria, hasta los impactos del cambio climático: todo lleva, según algunos análisis, a dar marcha atrás con la globalización.
Algo nuevo. Desde la caída del Muro de Berlín hasta la llegada de la pandemia, el mundo se “achicó”. Se acortaron las distancias en el uso de tecnología, en los intercambios comerciales e, incluso, en la cultura. Fue la globalización.
El mundo ha mantenido un alto nivel de interconexión que vincula a gobiernos y personas de todas partes, pero muchos se preguntan, con razón, si la pandemia y todos sus aislamientos precipitarían el fin de esa globalización.
La primera respuesta es no. Si observamos los flujos de comercio, de capital y de información, sus curvas siguen en ascenso. Incluso los desplazamientos de personas, las migraciones, que la pandemia frenó solo por un tiempo. Es decir, la globalización continúa.
Tal vez haya culminado, sí, una híperglobalización. Es decir, una globalización donde lo económico (los mercados y la búsqueda de beneficios) estuvieron muy por encima de lo político (los estados y la búsqueda de seguridad).
Entonces, lo que está emergiendo es una nueva globalización, con características un poco diferentes a la que estábamos acostumbrados.
Globalización sí, pero. Para empezar, esta globalización estará cargada de más desconfianza. La pandemia, el cambio climático y la guerra en Ucrania, entre otras situaciones, nos recordaron que no podemos hablar de globalización sin atender a la seguridad.
En adelante, los estados –y también las compañías– harán un cálculo de seguridad para sus planes y negocios: seguridad de provisión de materias primas, de suministro de bienes finales, de mercados de consumidores.
Los expertos describen una transición del “just in time” (en inglés, poder demandar y tenerlo todo a tiempo) al “just in case”, reservarse por si acaso. Pasamos así de una globalización que privilegiaba los tiempos cortos, a una mucho más cautelosa.
En un mundo cada vez más imprevisible, rodeado de conflictos localizados o acechado por emergencias globales, sanitarias o climatológicas, gobiernos y empresas buscan blindarse de la tormenta y apuestan al “just in case”.
Aquí entra la Argentina, con la posibilidad de convertirse en un socio atractivo para todos aquellos que buscan diversificar sus canastas en busca de seguridad.
Cuando la incertidumbre es alta, vamos a lo seguro. Por eso pasamos de las deslocalizaciones, de apoyarnos en fábricas al otro lado del mundo, al “near-shoring” (mejor las traemos cerca, a casa) o, por lo menos, el “friend-shoring” (se la confiamos a otros, pero aliados o amigos).
Otra característica a considerar es la transformación digital de la economía mundial, que no cesará. Esta nueva manera de producir, comerciar y consumir corresponde a una IV revolución industrial. Ya lo comprobamos en la pandemia: la digitalización cambia el modo en que trabajamos, cómo vivimos y cómo nos relacionamos.
Nuevamente en el caso de la Argentina, es preciso formar parte del debate de la carrera tecnológica. De cara a 2030 y más allá, la industria satelital, la programación y el 5G son herramientas de soberanía para cualquier país.
El poder de lo regional. En esta nueva globalización, la economía mundial se orienta hacia lo regional. En los últimos treinta años, el mundo se había acostumbrado a que la economía global funcionara rápida y eficazmente gracias a complejas cadenas globales de valor.
Pero ahora, la propia Organización Mundial del Comercio (OMC) reconoce una “des-mundialización” de la economía internacional. Esto es, una reorganización de la producción y el comercio por regiones, entre las que podemos destacar ya la “fábrica Asia”, la “fábrica Europa” y la “fábrica América del Norte”.
En ese contexto, la Unión Europea (UE) refuerza su propia integración como bloque económico y comercial con su plan “next generation EU”, América del Norte ha puesto en vigor su nuevo Nafta, el T-MEC, y Asia activó la Asociación Económica Integral Regional, el RCEP.
Por cierto, la economía mundial ya no será tan unívocamente pautada por Occidente. El último medio siglo, y especialmente los últimos treinta años, tuvieron una fuerte impronta de economías desarrolladas occidentales, como Estados Unidos.
En el terreno económico, esto significa que en la globalización que estamos dejando atrás tanto el capital como el consumo estaban más concentrados en los países del G7, por agruparlos de alguna manera. Ahora, emergen nuevas plataformas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) o la iniciativa china de la franja y la ruta. El capital y el consumo del sur global también tendrán más peso.
El eje de población, influencia, mercados y datos se está corriendo desde el Atlántico hacia el Indo-Pacífico. Sin dudas, una nueva etapa de la globalización tendrá otro sabor sin el orden internacional liberal que nos acompañó desde la posguerra.
Por fin, está en debate la capacidad inclusiva de esta globalización. La anterior ya había sido una novedad, sin ser perfecta, por su escala verdaderamente planetaria. Esta nueva puede terminar de excluir a franjas importantes de las sociedades en desarrollo, resultando en una economía global “a dos velocidades”.
Por eso el principal signo económico de nuestro tiempo es la lucha contra la desigualdad, en todas partes del mundo.
La geopolítica nos obliga a reformular la globalización. Hoy más que nunca, en este nuevo contexto, la Argentina debe evitar alineamientos automáticos, resistir atajos simplistas y aprovechar las oportunidades multilaterales para delinear los nuevos contornos de la economía internacional.
*Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.