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canibalismos

Ni una menos

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Vuelvo después de una semana a Buenos Aires y me cuesta entender la realidad. Tal vez sea porque estuve en un lugar extraño, una isla en el medio del mar Caribe que tuvo la capacidad de enloquecer (si es que no estaba ya loco de antes) al “desgraciado Almirante” (como lo llamaba Rubén Darío) Cristóforo Colombo con sus “palmas de seís o de ocho maneras, que es admíracion verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros árboles y frutos é yerbas: en ella hay pinares á maravilla, é hay campiñas grandísimas, é hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas. En las tierras hay gente in estimable número”. ¡Y qué gentes! “La gente desta isla y de todas las otras que he fallado y habido noticia andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren; aunque algunas mugeres se cobrian un solo lugar con una foja de yerba ó una cosa de algodón que para ello hacen. Ellos no tienen fierro ni acero ni armas ni son para ello; no porque non sea gente bien dispuesta y de fermosa estatura, salvo que son muy temerosos á maravilla.”

Colón llega en su primer viaje a Guanahani (actualmente en las Bahamas), a La Española (Santo Domingo) y Cuba. En 1493 Colón pisará por primera vez la actual Puerto Rico, siguiendo las indicaciones de Martín Alonso Pinzón. Los taínos que habitaban la isla la llamaban Boriquén, de donde proviene el actual boricua para designar a los habitantes de San Juan y las demás ciudades de la isla, bellos y terribles como los viriles ángeles de Rilke.

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Los taínos (parcialidad de la etnia arawak) pronuncian ante Colón el nombre Cariba para designar a los habitantes antropófagos de algunas islas de lo que todavía no era el Caribe. Colón oye “caniba”, es decir la gente del Kan. Para los caribes significaba “osado”, “audaz”; para los arawak, “enemigo”; y para los europeos, “comedores de carne humana”. En efecto, los caribes atacaban a los arawak para conseguir botines y de paso capturaban a los niños, a los cuales castraban y criaban para comérselos. El canibalismo ha sido comprendido como una relación de autofagia: el caníbal come al semejante, evidente error de presuposición semántica y categorial, puesto que en verdad come al que previamente se ha declarado como no semejante (enemigo, esclavo), y por eso el canibalismo constituye un programa biopolítico que habría que poner en consonancia con las relaciones de soberanía sobre lo viviente.

La relación caníbal establece una separación tajante en lo vivo, una parte del cual aparece como pura materia viva sin forma, que garantiza la existencia del otro como sujeto soberano.
Después de Colón y los demás viajeros, en los más rigurosos salones de Europa se discute la figura del caníbal y, por la vía de Shakespeare o de Montaigne, vuelve al Nuevo Mundo, donde viste los ropajes de Caliban, tan ambiguo como la primitiva escucha y la mal-dicción colombina. Para los pensadores de Europa, los escritos de los viajeros actualizaban una dicotomía relacionada con una de las grandes cuestiones que debatía el espíritu del Renacimiento, el secular dilema entre naturaleza y cultura. Cuando Tomás Moro buscó un rincón apartado y seguro de la tierra donde poder levantar su Utopía (1516), escogió deliberadamente una isla incierta, visitada por un compañero imaginario de Vespucio. El ideal utópico de los antepasados griegos fue “descubierto nuevamente, junto con el Nuevo Mundo”, recordaba el enorme crítico dominicano Pedro Henríquez Ureña.

En su descripción del canibalismo, Métraux observaba que si al acercarse a la aldea la tropa de guerreros tupí se encontraba con mujeres, obligaban al prisionero que habían capturado a gritarles: “Yo, su comida, estoy llegando”.

De esas historias de ensueño y delirio poco queda en San Juan, en Fajardo o en Vieques. Ni siquiera el dilema, que hoy es más bien un trilema que incorpora a los Estados Unidos (además del espíritu latino y de lo propiamente autóctono). La autofagia y el canibalismo reinan, en cambio, en Buenos Aires, donde la sociedad se devora a sí misma sin comprender que llegará un momento en que no queden ni los huesos pelados para roer. Pobre consuelo: una marcha cuya consigna es “Ni una menos”.