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No es tan terrible

No sería terrible que, con suerte, muchos millones y uno que otro pequeño fraude, el resultado de las elecciones fuese el más deseado por la pareja presidencial y su corte de amigos favorecidos, ese puñado de ricachones que, a decir de Jorge Asís, “no alcanza a llenar una combi”.

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No sería terrible que, con suerte, muchos millones y uno que otro pequeño fraude, el resultado de las elecciones fuese el más deseado por la pareja presidencial y su corte de amigos favorecidos, ese puñado de ricachones que, a decir de Jorge Asís, “no alcanza a llenar una combi”.

Tampoco sería terrible un fracaso de la banda gobernante, aunque nos impondría el trabajo de empezar a indagar entre líneas quiénes tripularán las combis y los pequeños micros que, hacia infinidad de destinos divergentes, fletarán Alfonsín (jr.), Carrió, Cobos, De Narváez, Duhalde, Macri, Michetti, Prat-Gay y Reutemann. Nombro alfabéticamente sólo a los nueve principales, que, separados por abismos curriculares, ideológicos e intelectuales, tejen entre sí una trama de no menos de veinte confluencias circunstanciales y alianzas provisorias, tan pegadas con moco como las que une a Kirchner con Moyano, a éste con los piqueteros, a Macri con su fichita Michetti, a Alfonsín con Carrió o con Cobos, y al especulador De Narváez con los pequeños productores sojeros.

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Lo único terrible será lo mas probable: que al 29 de junio la mayoría de los lectores de diarios y de los sumisos espectadores de noticieros lleguen preguntándose “¿Y a estos quién los votó?” como ignorando que la respuesta es “nadie”. Nadie: ninguno de éstos surgió de una elección interna abierta de sus exánimes partidos y mucho menos de sus “frentes”. Enfermos, gente que no consiguió su DNI, ácratas refractarios y turistas del fin de semana suman entre el veinte y el treinta por ciento de los empadronados que faltarán al comicio, lo que ahora no cuesta ni una multita. De un cinco a un diez por ciento votará en blanco o anulará su voto. Según las zonas, entre el cinco y el veinte por ciento votará a una promesa policial tipo Patti, a partidos vecinales o a la izquierda, dividida en un archipiélago de figuras –Zamora, Lozano y Solanas entre los destacados–, y a otro archipiélago de siglas remanentes de las centrifugadoras trotskistas, guevaristas y maoístas o al Partido Obrero, la organización más activa del conjunto. Quien haya leído hasta aquí comprobará que las tres corrientes del establishment –la rémora radical de Carrió, y los K, y los R y PRO peronismos– tienen para repartirse apenas el cuarenta y cinco o el cincuenta por ciento del padrón, el sesenta por ciento de las ilusiones y las broncas de los que vayan a votar. A los cuerpos representativos comunales, provinciales y nacionales siempre se les ha cuestionado la probidad, la responsabilidad y hasta la utilidad. ¿Le llegará su turno a la legitimidad?