Un mismo mail, un solo correo electrónico como remitente y una lista de notorios –y no tanto– deportistas argentinos como receptores. Ninguno de ellos quiere hablar públicamente al respecto; que yo sepa, al menos. Algunos, los menos, recibieron el correo con satisfacción. La enorme mayoría se expresa entre incómoda y enojada. Algunos de ellos se manifiestan, en privado, angustiados porque sienten que necesitarían expresarse abiertamente al respecto. Pero, de hacerlo, temen perder ciertos beneficios. Beneficios que, en realidad, no son tales. Sólo desde ciertos escritorios argentinos se puede hacer creer a un deportista que una beca, un premio o la financiación de un plan de preparación puede ser otra cosa que el reconocimiento a una performance deportiva. El dinero que cada deportista recibe –tal vez haya excepciones que, espero, se desactiven– no es sino lo que se corresponde con su esfuerzo, su capacidad, su evolución, sus triunfos y sus derrotas.
Hay razones para no mostrar el contenido de ese mail, que tengo en mi poder: aún estamos en veda. Y hay razones estomacales para no mencionar el nombre del remitente: no lo conozco, pero si su nombre se corresponde al de una cuenta de Twitter, no me dan las tripas para darle de comer a un señor que sigue a 44 personas y tiene la friolera de cinco seguidores.
Aquellas razones técnicas me inhiben de dar detalles sobre la arenga que algunos atletas y muchos empleados del Cenard recibieron hace algunas semanas. Nada nuevo. Simplemente, se les explicó las variables que hay entre apoyar al cielo o al infierno.
Estas horas del domingo, tensas, asfixiantes, llenas de adrenalina y de ilusiones, parecen infinitamente más tentadoras que cualquiera de las de los días anteriores para transgredir las normas. Nos seduce la posibilidad de violar la veda como si por el hecho de que la mayoría cumple con ese mandato fuésemos a llegar a más gente: ayer, hoy o mañana sobrarán el tiempo y la energía para desenmascarar a los pillos, a los maleducados o a los desubicados que han estado utilizando al deporte y a sus principales exponentes como una mercadería que han alquilado con plata de todos. Ya fue escrito hasta el hartazgo desde este espacio: es clave que los deportistas comprendan que lo que se les da es lo que merecen. Y que lo único que puede aumentar, disminuir o eliminar esos beneficios es su performance deportiva o su compromiso con los procesos de preparación. Nadie tiene ningún derecho de quitarles nada. Es el deporte mismo el que se encarga de eso. El aporte del Estado a los atletas es, hoy, un proceso de lógica casi matemática.
Inmersos en las Liguillas, el seleccionado de Tata, Los Pumas y el clásico entre la genialidad de Iniesta y la normalidad del resto del universo futbolero se perdió un poco el rastro de la noticia relacionada con el deporte más poderosa de la semana.
La WADA –Agencia Mundial Antidoping– anunció que la Argentina está fuera de los parámetros que rigen los acuerdos internacionales respecto del proceso de control de sustancias prohibidas. Unos hablan del laboratorio del Cenard, que no está homologado por la WADA. Otros, de la falta de constitución formal del organismo doméstico que debe encargarse de este tema. Un organismo –ONA, Organización Nacional Antidopaje– que existe en lo formal pero que, por el momento, ni siquiera es un sello de goma: no tiene ni presupuesto concreto ni designación formal de sus miembros, pese a que tanto Felipe Contepomi como Agustina De Giovanni, nadadora olímpica, llevan un tiempo importante trabajando ad honorem y sin cargo concreto. Gente empeñosa y de buena voluntad cuyos nombres y prestigio deben quedar a resguardo de los pillos que se están escondiendo detrás del papelón.
De algún modo, ambas situaciones confluyen. Desde hace un tiempo, la Argentina utiliza laboratorios homologados de países hispanoparlantes (España, Cuba, Colombia). Algo que, según la WADA, dejó de hacerse últimamente. “Las muestras analizadas en el laboratorio doméstico para nosotros sin inválidas”, explican voceros de esta entidad que no tiene facultades para sancionar ni a los atletas ni a nuestras federaciones pero que podría aconsejar hacerlo –con motivos justificados, claro– a quienes sí se encargarían de ello. Para la WADA también es relevante que el Gobierno no haya cumplido con su promesa de constituir formalmente la ONA, que aunque se constituyese ahora, debería esperar que la WADA vuelva a habilitarla.
Pese a la confesa necesidad de ser preciso y directo en los datos, hay algún episodio que es necesario detallar. El responsable del laboratorio del Cenard es el doctor Hugo Rodríguez Papini. En charla con el diario La Nación aseguró que, en esa órbita, se están haciendo las cosas como corresponde, pese a que el laboratorio no está avalado por la WADA. El inconveniente que suelen explicar quienes están trabajando informalmente pese a su voluntad en el vínculo con la entidad mundial es que sólo Rodríguez Papini tiene firma válida para enviar o retirar de la Aduana las muestras biológicas. Quien tiene el control pleno de las muestras que se toman para los controles que se envían a laboratorios de otros países que sí están homologados no es quien tiene el vínculo directo con la WADA.
¿Cuáles son los trastornos reales que provoca esta situación?
Por un lado, si un control doméstico detectase el consumo de alguna sustancia prohibida, nada se podría hacer de modo formal ya que, al no estar homologado el laboratorio, el deportista podría apelar –y tener éxito en el intento– tanto en la Justicia local como en foros internacionales.
Por el otro, habida cuenta de la durísima sanción que acaba de recibir el atletismo ruso por un episodio infinitamente más grave que el argentino, podría decirse que, de no corregir esta situación, la Argentina se expondría a una sanción que pondría en riesgo hasta nuestra actuación en Río. Personalmente, dudo mucho de que esto suceda. Pero, en este momento, técnicamente, estamos expuestos a una sanción. Tampoco es el mejor de los escenarios para un país que, dentro de dos años y medio, albergará a los Juegos Olímpicos de la Juventud.
Todo da a indicar que, en los próximos días, se conocerán las consecuencias de la intervención del Comité Olímpico Argentino (COA) en el asunto. Será a través de la gestión de su presidente, Gerardo Werthein, quien en la semana dejó claro que ni el COA ni el Enard –ente bipartito entre el COA y la Secretaría de Deporte de la Nación– son responsables del desliz; más allá de alguna arbitrariedad de quienes se manifiestan desde la entidad internacional, el problema es inocultablemente nuestro.
Cada vez que se habla de doping en lo primero que se piensa es en la trampa y en la sanción que se viene. En este caso, el problema –por el momento; y retengan la idea de “por el momento”– no es la trampa, sino la negligencia. La WADA envió tres cartas de advertencia a la Secretaría de Deporte desde septiembre hasta la fecha. Ni siquiera se tomaron el trabajo de contestarlas en tiempo y forma.
Como nadie se tomó el trabajo de denunciar a tiempo que, desde 2009, el presupuesto que el Ministerio de Desarrollo Social dispuso para el asunto del antidoping se subejecutó en porcentajes que van desde el 48,13% (2009) hasta el 83,18 (2014). En todos los casos, la ejecución fue inferior a la del presupuesto total del ministerio, casi siempre alrededor del 98%. No sólo se fue imprudente en no utilizar todo lo que había a mano para tratar un tema tan delicado, sino que se fue impúdico para desviar parte de esa partida a otros rubros.
Entre las delicias se destaca que, además, el presupuesto de 2012, año olímpico, fue casi la mitad que el de 2009. Ah. En ningún caso, lo destinado llegó siquiera a los 6 millones de pesos. Saque usted las conclusiones: sólo el desarrollo del laboratorio necesario costaría alrededor de 6 millones… de dólares.
Supongo que mencionar a Carlos Mauricio Espínola no es violar la veda electoral. El más exitoso olímpico argentino –cuatro medallas en juegos sucesivos– dejará pronto su cargo de secretario de Deportes de la Nación para asumir como senador por Corrientes. Asumió como funcionario en febrero de 2014, luego de perder la elección para gobernador de su provincia. Seguramente es una de mis tantas arbitrariedades considerar, por lo menos, impropio que un deportista de su magnitud haya convertido a la Secretaría de Deporte en un espacio de transición para su carrera política: no pude ser gobernador, asumo en Deportes. Soy senador, me voy de Deportes.
El hecho de que alguien con su estirpe de deportista no haya tenido la prudencia de, al menos, responder a los requerimientos del máximo organismo de control antidoping del planeta lo expone desde otro lugar. Tanto como permitir –o no denunciar a tiempo– la subejecución del presupuesto para desarrollar un programa contra el consumo de sustancias prohibidas.
Fundamentalmente porque, hoy, desde lo técnico, la presencia argentina en Río, y nuestra imagen camino, ni más ni menos, que a los Juegos de la Juventud, están expuestas ante una lupa crítica que no merecemos.
Lo que más me cuesta entender de todo es que éste sea el escenario de salida –independientemente del resultado de hoy– de un deportista admirable de toda admiración como Camau.