Comenzó un año crucial para el futuro político y económico argentino. Si todo se desenvuelve de acuerdo a lo previsto, en octubre se votará por la continuidad o no del “modelo K/C”. Sin embargo, escuchando y leyendo las declaraciones de algunos políticos oficialistas y opositores, parece que más que la continuidad o no del modelo, lo que se votará será la “forma” de ejercerlo.
Los oficialistas dan por sentado que el esquema de política económica desarrollado hasta aquí puede prolongarse sin cambios. Insisten en profundizar, más que en modificar. Algunos de la oposición, en especial desde el radicalismo, manifestaron compartir muchos de los lineamientos seguidos hasta aquí, difiriendo sólo en “matices” o en el “estilo confrontativo” del gobierno actual.
Es decir, tanto oficialistas como algunos opositores piensan que los próximos años pueden transcurrir, desde la economía al menos, con alta inflación, un sistema de precios de bienes y servicios “intervenido” discrecionalmente, un esquema de subsidios creciente, regresivo y regionalmente desequilibrado; con el uso de las reservas del Banco Central para cancelar deuda del Tesoro, tenedores de bonos, y reemplazarla por deuda con tenedores de depósitos bancarios o pesos.
A esto se le suma un sistema previsional que disimula su quiebra con estafas a jubilados y pensionados o con mecanismos de financiamiento transferidos desde el sistema impositivo general, inversión pública direccionada desde el capitalismo de amigos, servicios públicos brindados desde una autoritaria base contractual, entre otros temas.
Esta percepción extendió también a la sociedad que, si bien empieza a manifestar preocupación en torno al problema inflacionario y a la débil calidad de la provisión de servicios, todavía considera a los “beneficios” del actual sistema superiores a los costos.
Es probable que los economistas tengamos alguna responsabilidad en esta visión. Insistimos en que la bonanza de estos años se logró “a pesar de los Kirchner” y damos la impresión de que se haga lo que se haga, la Argentina crecerá indefinidamente gracias al mundo y al yuyito, y que los “efectos colaterales” de este proceso son fácilmente reversibles.
La Argentina está ante una nueva gran oportunidad y tiene en su sector privado y en algunas islas del sector público la capacidad y los instrumentos como para aprovechar este entorno. Pero no basta con un “kirchnerismo prolijo”.
De la misma manera que en el ’99 no servían ni “la devaluación sin programa” que proponía el peronismo ni el “menemismo prolijo” en que terminó el radicalismo ayudado por algunas figuras mediáticas, en 2011 no alcanza con la disyuntiva entre un “cristinismo ortodoxo”, continuidad del “kirchnerismo pragmático”, y un “kircherismo no confrontativo”.
La Argentina de 2012 en adelante necesitará un giro de 180 grados, en políticas claves, desde la macroeconómica hasta la energética. Si los líderes políticos no empiezan a internalizarlo y pregonarlo y nos quedamos con que “hagamos lo que hagamos estamos condenados al éxito”, las elecciones pasarán a ser un escape hacia adelante, en lugar de un punto de partida.