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No existen los indecisos

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Los seres humanos somos complejos, y a veces se pretende estudiar nuestras actitudes políticas a partir de esquemas superficiales. Cuando leemos el texto fundador de la antropología, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa de Margaret Mead, nos fascinamos con la complejidad de las redes de sentimientos que analiza la autora para explicar la vida de los samoanos. Cuando hacemos análisis político en cambio, suponemos que los electores son seres elementales que se deciden respondiendo a cualquier estímulo o movidos por dicotomías elementales. Pero los votantes son seres humanos que se comunican de manera compleja. Cuando hablan, menos del 20% de su mensaje tiene que ver con lo que dicen y el 80% se determina por cómo lo dicen, ya que se comunican más por los contextos que por los textos.
A veces se dice que si dos candidatos empatan en las encuestas en 34% y tres tienen 8% cada uno, el resultado dependerá de lo que haga el 8% por ciento de indecisos. Pero los indecisos son una categoría equívoca: en realidad no existen indecisos. Todos los votantes tienen actitudes más complejas que las que permite comprender la dicotomía entre indeciso y decidido. Para analizar los datos, empleamos el análisis multivariado que permite segmentar a los electores según cuáles son sus actitudes hacia cada uno de los candidatos. Usamos un programa con modelos lógicos que analiza la coherencia de cada una de las boletas para conocer la solidez del voto de cada candidato y los flujos de votantes que se pueden dar el día de la elección.

Construimos una primera categoría: “votantes duros” que votan en la encuesta por un candidato y se comportan de manera coherente en las preguntas del modelo, de forma que podemos hipotetizar que difícilmente  cambiarán  de preferencia. Si alguien vota a un candidato de izquierda, odia al capitalismo y tiene una bandera roja con la hoz y el martillo en su dormitorio, probablemente no cambiará su voto. La segunda categoría son los “votantes blandos”, que votan por alguien pero en las otras preguntas del modelo muestran actitudes contradictorias que nos sugiere que podrían cambiar de opinión. Votan por el candidato de izquierda, pero van a la votación en un coche de marca, pasan las vacaciones en Miami o sus hijos estudian en universidades norteamericanas. Si ven que el triunfo de su candidato puede afectar su vida cotidiana, pueden cambiar. Otros son los “votantes posibles”: no apoyan a un candidato pero podrían hacerlo con relativa facilidad porque comparten sus valores y puntos de vista. No votan al candidato indigenista, pero tienen un fuerte resentimiento racial con los blancos y creen que es hora de que los indígenas vayan al poder. La cuarta categoría es la de los “votantes difíciles”: no votan por un candidato y tienen opiniones generalmente adversas a lo que representa. Votarían por él sólo en una situación especial. Finalmente están los “votantes imposibles”: aquellos que no votan por un candidato y según el modelo no lo harán nunca.

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Cuando analizamos las actitudes de la totalidad de electores frente a cada uno de los candidatos, construimos varios modelos que nos dan una información interesante cuando se cruzan entre sí. La mayor parte de los recursos de las campañas se malgastan dirigiéndose a los votantes duros del propio candidato y de los adversarios, sin que esto tenga ningún impacto porque los votantes duros de alguien son imposibles de todos los demás.
Conocemos además los posibles flujos: los votantes blandos de un candidato son siempre posibles de otro. Esto quiere decir que conociendo por quién están votando nuestros posibles y a quién pueden ir nuestros blandos podemos planificar mejor nuestras actitudes de ataque y defensa frente a los demás. Cruzando estos modelos con variables sociodemográficas, conoceremos en qué segmentos de la población se plantea la batalla más importante. En definitiva, algo mucho más complejo que suponer que hay 8% de indecisos que decidirá la suerte de la elección.