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No hay Boudous sin Ciccones

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Por estas horas, muchas lecturas se harán sobre el impresentable de nuestro vicepresidente. Ello, sin embargo, no debería obturar la mirada hacia la familia Ciccone, dos de cuyos miembros también fueron procesados y embargados por coimas.
Los Ciccone son sólo el botón de muestra de la lógica que impera en el sistema corrupto: hay uno que cobra porque hay uno que paga. Sin uno de esos dos eslabones la práctica no tendría razón de ser.

A partir del menemismo, los negocios espurios entre Estado (en todos los niveles) y privados se volvieron moneda corriente. La justificación es simple: los funcionarios cobran comisiones para que los privados ganen dinero y éstos alimentan la red para poder seguir su actividad, porque en teoría sin adornos no hay negocio.

Con la “década ganada” y el regreso del Estado como articulador social y económico, el sistema se multiplicó. Pocos se perdieron la fiesta, pero apenas un puñado ha quedado expuestos. Hasta ahora, claro. El caso Boudou-Ciccone es similar al del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, con buena parte de los empresarios del sector. Son los únicos con avances judiciales. Es probable que eso haya ocurrido no sólo por el ímpetu de algún juez, sino también por el tamaño y la desprolijidad de las maniobras. No han sido acaso tan cuidadosos como Julio De Vido, multidenunciado y nunca cazado.

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Indignarse con la corrupción es tan fácil como hipócrita, porque oculta la mirada en el propio ojo. El “roban pero hacen” es, además de un inaceptable justificativo, muy hiriente como estándar social. Pero expresa lo que somos y cómo pensamos.

Ojalá una condena judicial a Boudou & Cía. abra la puerta a una tormenta ética real en la Argentina, que permita combinar probidad con honestidad. No parece sencillo. Demasiados intereses políticos y económicos alimentan el monstruo de una sociedad enferma.