Hay imágenes que transmiten santidad, se aproximan a lo divino. Y, por lo tanto, no interesa tanto saber si responden a la realidad o a la imaginación. Son, sencillamente intocables. La foto de Ignacio –el muchacho de Olavarría al que todos quieren ver de manera urgente como Guido Carlotto Montoya– abrazando a su abuela recién recuperada, tiene ese carácter.
Adoramos ese símbolo porque, de alguna manera, queremos volver el tiempo atrás. Lo que pasó no pasó, fue apenas una pesadilla de la que ahora despertamos. ¡Ahí están Laura y Oscar, con sus arrogantes veinte años volviendo a la escena que nadie debió alterar! ¡Ahí están esos chicos que querían arrasar las inmundicias de esta vida para que el amor inundara cada confín de la tierra!
¡Son ellos! ¡Son ellos! ¡Son ellos!
Y somos nosotros idealizando nuestra propia juventud. ¿Quién podría empañar la emoción de retrotraer las cosas a su sitio? ¿Quién podría privarnos de la felicidad de volver –aunque sea por un instante– al lugar más maravilloso de aquella existencia, ese pasado idealizado que terminó en horrible frustración? Los viajes hacia atrás tienen una enorme ventaja: cada uno pone o quita los recuerdos según quiera o le convenga.
Sin embargo, fue Ignacio –quizá porque es el único que no tiene prisa en descubrir los rincones oscuros que lo arrastraron a su falsa identidad– quien se encargó de ponerle un paño de realidad a tanta euforia. “Esto es una pequeña victoria dentro de una gran derrota que nos dejamos hacer”, explica con calma el músico que se abrió camino entre los pastizales de un bucólico paisaje, inexplicablemente ajeno a su destino.
El nieto recuperado tampoco tiene ansiedad porque le cambien el nombre. Hace 37 años que todos lo conocen como Ignacio. Dice, sencillamente, que tuvo “una vida feliz”.
¿Por qué corren tanto? –parece reprocharnos.
En Estela se explica. Hace una eternidad que lo espera. Para él en cambio, que un huracán acaba de arrasarlo, es natural ir paso a paso.
¿Y tus padres biológicos? Despacio, despacio. Ya habrá tiempo para descubrirlos, explica con lucidez. Primero tiene que acomodar el presente y diseñar su futuro. El, a diferencia de muchos otros, no tiene los ojos en la nuca, mira desde su juventud, hacia adelante.
La recuperación de Guido (llamémoslo así para que se entienda que se trata de un ser que nosotros sabíamos que tuvo existencia previa) es una mínima e imprescindible reparación de algo que no tiene vuelta atrás. Hemos encontrado un eslabón que estaba perdido. Bien por nosotros.
Bien por Ignacio. Bien por la verdad. Y muy bien, sobre todo, por Estela. Ella sabía qué estaba buscando. Y lo encontró. “Quería darle un abrazo antes de morir”, dijo con absoluto realismo la presidenta de Abuelas.
Pero no hay vueltas atrás. Guido es nombre de presente y de futuro. El pasado corre por cuenta nuestra.
*Periodista y editor.