Si uno se detiene en la biografía del último año de Macri quizás descubra que su avasallante llegada de ayer a la Presidencia obedece más a la climatología o a un singular costado de la sociedad argentina que al empeño del candidato. Casi no importa su vida anterior, hasta relativa se vuelve su promocional actitud de gestionador en la Capital. A menos que se desee creer que la gente lo votó por haber instalado el Metrobus, interpretación tan subdesarrollada como suponer que Randazzo hubiera sido un victorioso postulante por haber comprado vagones en China. Dentro de la fragilidad de sus tendencias, el electorado se mueve y decide por otros supuestos, no por los que imaginó Macri, menos por los que estaba convencido su rival, Scioli. La referencia incluye a la infinidad de asesores pagos y consejeros que rodean estas campañas, avezados sabihondos de la conducta humana.
El ahora líder y conductor ingeniero no pudo, dentro del propio espacio –ya que el Pro no estaba ni está desarrollado como partido en todo el país– lograr que una de las más aprovechadas figuras de su entorno se sacrificara por una candidatura a gobernadora en la provincia de Buenos Aires: Michetti rechazó la oferta, no aceptó la instrucción y hasta se insubordinó para cuestionar a Rodríguez Larreta como sucesor de Macri en la Jefatura portena. Puede interpretarse su rebeldía como un ejercicio democrático si no hubiese sospechado en la emancipación, esta dilecta amiga del radical Sanz y de Carrió, de la propia integridad de su jefe con el negocio del juego y de los avatares tras el escenario de su mejor amigo, el influyente empresario Nicolás Caputo.
Así nació Vidal para intervenir en el territorio enemigo, en el distrito bonaerense, la mayor sorpresa de las elecciones, mujer que se entregó de cuerpo y alma al dictamen publicitario y organizador de Jaime Duran Barba, quien exigió que nadie interfiriera en su tarea de dueño intelectual de la dama, copiando la carrera que le impuso a una beldad mexicana hace tiempo para convertirla en alcaldesa.
Hubo que aplicar todo el aparato del PRO para imponer en la interna a Larreta, ya que el electorado porteño parecía seducido por cierta fama de la Michetti; claro que en ese propósito se habilitó la aparición de otra estrella impensada, Lousteau, quien no quiso acoplarse en la entente del macrismo con los radicales y Carrió. Problemas de personalidad, sin duda. Enormes disgustos entonces provocó Michetti, inesperadamente premiada con su inscripción luego en la fórmula presidencial, como si ella hubiera contribuido a la conducción de Macri. También esa fórmula resultó antojadiza por más que el ingeniero no tuviera otro dirigente de fuste para ofrecer: es un binomio limitado, capitalino, con pretensiones federales. Acosado en esa fotografía, Macri y sus virtudes de líder aparecían marchitas avanzado el 2015.
En el medio, con angustia, Larreta venció a Lousteau en el ballottage, resultado que de ser inverso hubiera bloqueado la esperanza de Macri para el resto de la temporada. Vino luego el capricho de la pureza étnica del PRO como si le sobraran recursos humanos, no aliarse con Massa aun con ventajas, y tropiezos inquietantes con el affaire de Niembro (el primer candidato a diputado en Buenos Aires que debió renunciar) y discrepancias públicas con algunos de sus ministeriales, caso Melconian. Modificaron los voceros, parecía hundirse, también fracasaron en las exposiciones algunos elegidos ad hoc (como Prat Gay) y terminó asistido por Esteban Bullrich, quien se sospechaba condenado antes al Parlasur.
Nadie, ni él mismo, podía imaginarse con la banda presidencial en ese momento. O, en todo caso, quizás llegar a la Casa Rosada, pero nunca ganar la provincia de Buenos Aires con Vidal. Alternativa tan utópica que ni siquiera se permitió forjar un equipo para acompañar eventualmente a la dama, lo que hoy es advertible con la formación apresurada de un gabinete con personal jerárquico salido de la administración de Larreta, dejándole a éste un panorama desierto en su burocracia: hacer un team con suplentes. Ahora corren, inclusive, negociando con asistentes de Scioli para evitar desmanes a fin de año, pidiendo ayuda a los supermercados y a las organizaciones sociales del kirchnerismo, tal vez sometiéndose a los guardianes de la seguridsd que tanto objetaron. Finalmente, en la crecida personal, a Macri le estalló la computadora: desde ayer es uno de los políticos con mayor peso en los distritos clave del país, casi sin comparaciones anteriores. Sin gente para gobernar en el inicio y con la reserva de que la mitad de la ciudadanía está en contra. Más que un desafío.
Gracias. Pero sabe que esa nueva responsabilidad se la debe agradecer a Cristina, a Scioli y al nutrido ejército de oficialistas que dominados por la soberbia y la ignorancia perdieron, entregaron, un reservorio electoral que parecía escriturado hace tres meses. A Ella que humilló y despreció a su propio candidato, el que nunca encontro resquicio para ser Scioli por un momento, y a un catálogo de errores que superaron largamente a los que cometía Macri: sea por la elección inconveniente de figuras (Zannini, Aníbal Fernández), a torpezas como irse de vacaciones cuando el agua anegaba parte de la Provincia. O groserías como el fraude partidario reconocido en Tucumán (el que fue denunciado por asociados de Macri, no por él mismo, como también cerró la boca sobre el resultado de los comicios en Santa Fe) y la estúpida presunción de no buscar aliados para llegar al poder. Ni Perón llegaba solo a la Presidencia. Sin olvidar la sórdida y brutal interna en la Provincia, cuando sus mandantes se desentendieron u organizaron una campaña contra su propio candidato a gobernador, al que no lograron voltear con los estigmas y contra el que votaron en contra por temor a retaliaciones. O la imberbe egolatría de Kicillof y adláteres de La Cámpora que viven como una revolución la pérdida de reservas, como si fueran el Che Guevara en Cuba firmando papeles a mansalva como si no fueran dinero, sin haber reparado en lo que sucedió después y hasta en la autocrítica del propio autor. La frazada no era tan larga. Y buena parte de la sociedad, ante esa suma de calamidades, mudo –casquivana, dirán los oficialistas que ni siquiera leyeron los resultados electorales del maratón, Vidal sacando 30 % por primera vez y en territorio desconocido– escandalizada de un dominio tan narcisista. De una dictadura, según la expresión incorrecta pero demostrativa que alguna vez en la vorágine televisiva señaló Mirtha Legrand: el empoderamiento, la usurpación.