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No podemos fallar

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Algunos en la izquierda europea pensaban que todo lo que ocurría en América Latina era una historia de cuento de hadas, en la que las masas populares de manera natural eligen a sus líderes naturales y todo funciona como la seda. Tenían dificultades en ver que la verdadera grandeza de los procesos era estar logrando redistribuir la renta, era estar logrando avances sociales en un contexto global que ponía todos y cada uno de los actores cruciales en política en contra de esos procesos. Nosotros, antes de pensar en Podemos, nos habíamos dedicado a estudiar lo que ocurría en América Latina.
Decían los viejos marxistas que el Estado es ese instrumento que permite a la clase económicamente dominante convertirse en clase políticamente dominante. Es hasta cierto punto verdad, pero no lo es menos que el Estado ha sido también históricamente un medio crucial para asegurar la redistribución; el medio crucial con el que han contado las mayorías para hacer cristalizar los avances democráticos.
Al inicio de la crisis nuestra situación no era sencilla. Eramos ciudadanos en un país del sur de Europa donde parecía difícil que las cosas pudieran cambiar. En ese contexto, veíamos lo que ocurría en América Latina con mucho interés y teníamos la sensación de que era muy difícil que se produjera en nuestro país una situación que abriera posibilidades para el cambio. Pero la situación empezó a cambiar. Esa crisis que empezó en 2007 sirvió para crear en los países del sur de Europa manifestaciones de descontento social generalizado, de crisis de la gobernanza europea, de crisis de estabilidad. Se abrieron estructuras de oportunidad política para el cambio. Ahí tratamos de lanzarnos. En ese contexto nosotros desde Podemos hicimos precisamente lo que la izquierda no se habría atrevido a hacer, pensamos que tocaba hacer otra cosa, crear contradicciones en el adversario. Pensamos que había que evitar entrar en el juego con cartas marcadas entre la izquierda y la derecha, donde era imposible salir del lugar que nos habían asignado. Pensábamos que hacer política no es regalar los oídos de tus simpatizantes, de tus militantes, de la gente que está contigo, sino crear contradicciones en tus adversarios.
En España después de la dictadura de Franco, hubo una transición política muy celebrada, que incluso pretendió exportarse a otros países como modelo de avance racional hacia la democracia. Aquella transición articuló un régimen político de enorme éxito. Aquel régimen contaba con una monarquía que logró presentarse y ser reconocida como un actor que había participado en la conquista de la democracia, con un sistema de partidos en el que había dos grandes actores a nivel estatal –el Partido Socialista, de centro-izquierda, y el Partido Popular, de centro-derecha– que aseguraban la estabilidad política del país y que en las cuestiones fundamentales económicas y de política internacional terminaban estando de acuerdo. Parecía que todo iba bien. Pero la crisis acabó con buena parte de los consensos que sustentaban aquel régimen político. Vinieron los desahucios [desalojos], el empobrecimiento de la clase media y los jóvenes más preparados viéndose obligados a emigrar. Nosotros, a los culpables de esa situación les pusimos un nombre que la sociedad identificó desde el primer momento: la casta.
Hubo dos elementos que tenían un valor enorme en estas circunstancias. Por un lado el 15-M, el movimiento de los indignados, que es importante no sólo porque hizo movilizarse a mucha gente, sobre todo mucha gente joven en las principales plazas, sino porque era un movimiento laico, era mucho más que un movimiento clásico de la izquierda. Y había conservadores de izquierdas que decían enfadados “yo llevo indignado muchos años” y minusvaloraban el movimiento. Que en mi país hubiera millares de jóvenes que no portaban nuestros valores revela una oportunidad histórica, gente que jamás se había manifestado salió a la calle para decir “son unos sinvergüenzas”, “que se vayan todos”, “me están robando”, era muy importante… Ahí surgió una oportunidad histórica que no es sencilla, las asambleas del 15-M eran en muchos casos caóticas, había opiniones contradictorias, no había un programa político más allá de decir queremos democracia. Pero había una oportunidad.
Cuando las encuestas dicen que el 80% de la población apoya los reclamos del 15-M, un revolucionario no tiene que pensar en la bandera que tiene en su casa, hay que aprender que esa cohesión social de demandas es una oportunidad para intervenir políticamente con éxito. Y después del 15-M el Partido Popular y el Partido Socialista volvieron a la misma dinámica, y decían: “Si hay tanta gente indignada, por qué no os presentáis a las elecciones”. Siguieron diciendo esto hasta que apareció Podemos. Ahora ya no dicen más eso.
Había otro elemento que cambió: el funcionamiento de la alternancia. No es verdad eso de que socialdemócratas y conservadores fueran exactamente igual. En la izquierda muchas veces hemos mirado con una arrogancia demasiado mecanicista la forma en que se organizaban los sistemas políticos. Sin embargo, una de las consecuencias del neoliberalismo es que en Europa estas dos grandes tendencias se quedaron sin espacio y no podían distinguirse más allá de algunos detalles, como los derechos civiles o algunas sensibilidades, pero en materia económica son iguales.
En ese escenario hemos desembarcado, con la idea de ganar. Y tenemos muy presente que nos van a atacar por todos los frentes posibles. La experiencia de los mil días de Salvador Allende es una referencia para nosotros. Y si ganamos no se lo podemos poner fácil al enemigo, no podemos fallar, porque los ataques serán enormes.

*Político español. Fragmento del nuevo libro Podemos. La fuerza política que está cambiando España. Pablo Iglesias en diálogo con Jacobo Rivero, Capital Intelectual-Le Monde Diplomatique, mayo de 2015.

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