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JUEGOS OLIMPICOS Y CONFLICTOS

No puedo evitarlo

La memoria, la investigacion y el análisis suelen ser buenas herramientas para ejercer el periodismo. Si uno, como yo por ejemplo, tiene tendencia a hablar y/o escribir sobre temas que no son “propios”, esas herramientas pasan a ser imprescindibles. De otro modo, como sucede muy a menudo aquí y allá y en distintos niveles de mediatización, lo más probable es que uno termine confundiendo, por ejemplo, un Juego Olímpico con un partido menor de esos que sólo sostienen los enfatizadores de obviedades.

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Gonzalo Bonadeo |

La memoria, la investigacion y el análisis suelen ser buenas herramientas para ejercer el periodismo. Si uno, como yo por ejemplo, tiene tendencia a hablar y/o escribir sobre temas que no son “propios”, esas herramientas pasan a ser imprescindibles. De otro modo, como sucede muy a menudo aquí y allá y en distintos niveles de mediatización, lo más probable es que uno termine confundiendo, por ejemplo, un Juego Olímpico con un partido menor de esos que sólo sostienen los enfatizadores de obviedades.
Si por caso uno quisiera recordar la actuación argentina en la Copa América de 1999, lo primero que vendrá a la mente son los tres penales fallados por Martín Palermo ante Colombia. Es más, me animo a sospechar que, para muchos, hasta la performance final del seleccionado fue anecdótica comparada con aquel despropósito indigno del más ordinario picado de cortada. Menos aún queda el registro de que, para ese torneo, la Argentina no contó con jugadores como Batistuta, Verón, Sensini, el Piojo López, Bonano o Crespo, cuya importancia en ese momento la dio, por ejemplo, el hecho de que los cinco primeros fueron tiempo después titulares ante Chile en el debut por las Eliminatorias. De este recuerdo se desprende, entonces, una referencia fundamental para el análisis: ni a los jugadores mencionados, ni a la AFA ni al propio Bielsa les pareció prioritario “molestar” a los clubes europeos en los que jugaban los citados para lo que en ese momento no se consideró un certamen fundamental para la Selección. Del recuerdo mas minucioso surge alguna curiosidad más: no sólo Palermo y Guillermo Barros Schelotto estuvieron en aquel plantel de Bielsa: el número 22 de la lista lo utilizó Juan Román Riquelme.
A dos semanas de los Juegos Olímpicos, el tema Messi está en boca de todos. Y tal como están planteadas las cosas, seguiremos tocando el tema hasta que pasado mañana martes se sepa cómo termina el asunto. Mientras tanto, uno puede aferrarse a decenas de argumentos –en tanto los busque- para estar de acuerdo con Barcelona o con la apetencia argentina de tener mayores chances de ganar otra medalla dorada (detalle del que no se puede prescindir en ningún análisis; ya volveremos sobre ello).
Quizá buscando un camino lateral, me encuentro con un par de motivos que, si bien potenciales, le quitan algo de seriedad a la arrogante postura del club catalán. De más está decir, por cierto, que hace largo rato que desde España recibimos señales de “firmeza de principios” sustentados mucho más en un poderío económico que en un concepto profesional del tema. Cerca en el tiempo y lejos del fútbol, tenemos el caso Aerolíneas Argentinas-Marsans (Imaginemos a ese grupo intentando vender deuda al Estado español). Más cerca, ¿cuán profesional y seria es una liga que convalida burdamente el robo de vientres como hicieron con los casos Nayar y Trejo? Tan poco serio como la convalidación del robo de vientres que la AFA permite entre equipos poderosos y clubcitos de pueblo.
Pep Guardiola, ese maravilloso termómetro que brilló una década en el mediocampo del Barcelona, sabe lo que es un Juego Olíimpico. Es más, la única medalla dorada ganada por el fútbol español decansa en la vitrina de la sala de trofeos del entrenador catalán. ¿A alguien se le ocurre que Barcelona hubiese prohibido de algún modo ceder a Guardiola para los juegos del ’92? Un par de preguntas más: ¿Qué opinarían Guardiola, Beguiristain o el Rey Juan Carlos si mañana Los Angeles Lakers negaran a Pau Gasol? ¿Y qué hubiéramos dicho nosotros de Gregg Popovich si le hubiese pedido a Manu Ginóbili que no viajara a Beijing?
Por lo pronto, dudo que la Liga de Fútbol Profesional tenga un concepto más serio y riguroso del profesionalismo que la NBA. Ah, por oportunista que parezca el anuncio de la FIFA al respecto, está bueno recordar que la NBA ni siquiera tiene un acuerdo oral con el olimpismo para ceder jugadores de ningún nivel; entre otros motivos, porque ni siquiera está afiliada a la FIBA, que es la FIFA del básquet. Es cuestión de buena voluntad, de coherencia y, en el caso de Messi, de costo político. La postura de Barcelona tiene poco que ver por lo profesional y mucho con ese costo político.
Francamente, dudo mucho de que se permita viajar a Lio. Pero ése es otro cantar. Lo que me preocupa –si mi percepción es acertada– es que en un país sin política deportiva y con apenas un puñado de medallas en su historia, se relativice el valor de una conquista olímpica. A partir del sábado 9 de agosto, todos ustedes y una infinidad de opinadores –me incluyo nuevamente– destacaremos lo mal que nos va y al mismo tiempo espiaremos cómo China y Estados Unidos se reparten títulos como para que aprendamos de memoria sus himnos, y nos emocionaremos tontamente si, por ahí, pegamos un podio. Volvemos a la llamada de hace unos párrafos: ¿a alguien se le ocurre que la Argentina no deba extremar sus recursos para intentar ganar una medalla en un ámbito en el cual somos cola de ratón?
Nuestro deporte no será ni mejor ni peor después de Beijing. El país tampoco será mejor ni peor. Aunque es real la ecuación de que si lográramos concretar una política deportiva sería porque el país había mejorado ya en otros aspectos mucho más importantes. Pero todos ustedes y una infinidad de opinadores no podremos abstraernos del fenómeno olímpico y de la ilusión de ver alguna camiseta celeste y blanca con una medalla colgando. Yo sé que son épocas en las que molesta a muchos que una carrera de bicicletas interese más que un clásico de la D. Afortunadamente, no puedo evitarlo.