Conocí muy bien a Néstor Kirchner y me consta que era un hombre sumamente inteligente. Como gobernador de Santa Cruz recibió todo mi apoyo, porque, a diferencia de la mayoría de los gobernadores, era fiscalmente prudente y gobernaba la provincia en línea con las reformas que estábamos llevando adelante a nivel nacional. El también apoyó toda mi gestión como ministro de Economía, entre 1991 y 1996, y me siguió apoyando en mis intentos por llegar a gobernar la Ciudad de Buenos Aires. Más aún, cuando yo competía con Duhalde y De la Rúa para la presidencia, en 1999, él sugirió que Duhalde y yo presentáramos una fórmula conjunta, algo que resultaba imposible porque algunas definiciones de Duhalde en la campaña electoral hacían no creíble una alianza con mi partido.
Me siguió apoyando mientras fui ministro de De la Rúa, especialmente en mi apelación al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires para que ajustara sus cuentas fiscales y redujera su endeudamiento con el sistema bancario.
Su única desinteligencia conmigo, a fines de 2001, se produjo cuando le pedí medidas de ajuste a todas las provincias, incluida la suya, que nunca se había endeudado. Lo hice intentando suavizar el ajuste que debían hacer las provincias más endeudadas, en particular, la de Buenos Aires, pero él entendía que era injusto. Me temo que tenía razón, porque los dirigentes bonaerenses prefirieron incendiar el país para evitar tener que pagar los costos políticos de un ajuste explícito.
Néstor Kirchner no estuvo de acuerdo con el abandono de la convertibilidad que decidió Eduardo Duhalde en Enero de 2002, con la pesificación y produjo la fuerte devaluación que llevó el precio del dólar a casi cuatro pesos.
Por eso no aceptó ser el jefe de Gabinete en el gobierno de Duhalde. Siempre interpreté que su adhesión posterior al discurso del “dólar alto” y su diatriba a las reformas de los 90 fueron recursos de campaña con los que se enredó para llegar a la presidencia y para acumular poder una vez elegido. Luego, las circunstancias internacionales lo llevaron a descubrir como adecuado para lograr récords de recaudación impositiva y a introducir gradualidad a la reversión de la fuerte caída en los salarios reales, las jubilaciones y el gasto público a que llevaron la pesificación y la fuerte devaluación de 2002. Estas dos propiedades de esa política le ayudarían a construir poder de la forma que él había decidido hacerlo.
Lamentablemente, las consecuencias inflacionarias del “dólar alto” lo llevaron a adoptar medidas de intervención en los mercados y de reestatización de empresas en las que nunca había creído. Y más lamentablemente aún, transformó a esas políticas en la médula de su discurso económico, adornado con las diatribas en contra del FMI, entidad cuyas acreencias honró mucho más rápidamente que todos los presidentes anteriores.
Cuando su esposa competía con Roberto Lavagna por la presidencia, escribí, en febrero de 2007: “Los colchones ofrecidos por la fuerte inversión modernizadora de los 90, la paciencia de los trabajadores y jubilados postergados, y el viento de cola de la bonanza internacional ya han comenzado a atenuarse y, difícilmente, ayuden por muchos años más. Por consiguiente, resulta interesante especular sobre cómo reaccionarían Kirchner y Lavagna frente a los sobresaltos y crisis que sobrevendrán.
”En el caso de Lavagna, como principal ideólogo ‘ortodoxo’ del ‘dólar alto’, no tendrá otra alternativa que ser consecuente con su promesa de mantener el tipo de cambio real alto y, por consiguiente, luego de permitir todos los aumentos de tarifas, precios, salarios, jubilaciones y gastos necesarios para remover los desequilibrios entre oferta y demanda causantes de las crisis, se verá obligado a devaluar el peso en la misma proporción en que aumente la inflación (...).”
Néstor Kirchner era suficientemente inteligente para darse cuenta de que, aún evitando la espiralización inflacionaria, había llevado al país a un callejón sin salida. No podía reconocerlo en público. No sé si llegó a explicárselo a Cristina. Pero estoy seguro de que en su fuero íntimo era plenamente consciente de que la economía iba hacia una crisis para la que no encontraba prevención ni salida. Por eso, su estrategia era sólo demorarla, en espera de que un golpe de suerte lo sacara del laberinto. Pienso que esta angustia, así como los sinsabores que le deparó la política desde el conflicto con el campo, se habrá sumado a su ya debilitado cuerpo para provocar su temprana muerte.
El ya no está en esa encerrona, pero sí lo está su esposa, La Presidente y, de alguna manera, lo estamos todos los argentinos. Por eso, ante tantos que lloran su muerte, él, consciente de la situación en que sus políticas dejan al país seguramente estaría pidiendo que no lloren por él… pero sí lloren por Cristina y los argentinos (...).
Hay quienes piensan que la situación con la que nos enfrentamos es muy diferente a la que se vivía en 1974, cuando murió Perón. Pero, desde el punto de vista económico, la única gran diferencia es que en aquel entonces la reversión de los términos del intercambio muy favorables de 1973, que habían hecho posible las políticas del Ministro Gelbard, ya habían comenzado a insinuarse. Hoy los términos del intercambio externo continúan siendo muy favorables y también ayuda la fuerte liquidez internacional. Pero los desequilibrios internos son muy parecidos a los de aquella época y la confrontación violenta en facciones políticas y gremiales, si bien está lejos de la que se vivía en 1974, ha estado aumentando peligrosamente.
Cristina merece el apoyo de todos para poder completar su gobierno con dignidad. Pero la mejor manera de apoyarla es transmitiéndole la verdad sobre la situación que vive el país (...).