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No será justicia

Nadie más que la Justicia es la principal responsable del descreimiento que genera. Falle para donde falle.

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Justicia | Imagen ilustrativa | Unsplash / Tingey Injury Law Firm

Tal como se preveía, Cristina Fernández de Kirchner fue condenada por administración fraudulenta y absuelta por asociación ilícita. La pena, que será recurrida por la fiscalía y por la defensa ante la Cámara de Casación Penal, incluye inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Nada de esto se ejecutará hasta que no quede firme el fallo, lo que presumiblemente definirá la Corte Suprema.

Como era de esperar, CFK salió a insistir con lo que ya había expresado sobre que ella estaba condenada de antemano. Y que es víctima mucho más que de lawfare: se trata de una mafia, según la vice. La misma lógica, por lo opuesto, abrazó la oposición, que celebró el fallo, al que calificó de histórico. Nada que sorprenda.

No por obvia deberíamos de dejar pasar la natural reacción a los que nos hemos (mal) acostumbrado de la feligresía de una parte de la ciudadanía. Aquella que celebra a la Justicia cuando condice con sus deseos o creencias. Y que la lapida cuando no. Pongámosle la camiseta partidaria que quieran.

Extendamos esa lógica a un sector importante de los medios de comunicación y quienes comunican, que en muchos casos hace rato perdieron su rol de informar y analizar para convertirse en militantes K o anti K, bajo el himno previsible y hartante de la doble vara.

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Sin embargo, pese a la presión que estas corrientes de opinión social y pública pueden tener en ella, nadie más que la Justicia es la principal responsable del descreimiento que genera. Falle para donde falle.

Cierto, es una generalización errónea e injusta. Pero le cabe casi al dedillo a la mayor parte de los fueros donde, en especial, se juega la suerte del funcionariado público.

Desde los menemistas años 90, cuando se parieron los juzgados penales federales de Comodoro Py y la peor Corte Suprema de nuestra historia (la de la mayoría automática), una porción clave de la Justicia se metió en un pantano siniestro y patético con la política y los servicios de inteligencia que afectó no solo su independencia, sino también su probidad y su capacidad para dirimir qué se puede hacer y qué no. Qué se castiga y qué no. Algo esencial en una sociedad democrática.

No hace falta refrescar los innumerables botones demuestra en ese sentido. El más reciente provoca por estos días un nuevo escándalo: un acto de espionaje ilegal corrobora que varios jueces federales viajaron a la mansión de un magnate en Lago Escondido, junto al ministro de Seguridad porteño y a un ex jerárquico de la inteligencia, convocados por directivos del principal multimedio argentino.

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De todo este lozadal descripto someramente surge la condena a Cristina. Con tamaña contaminación se complica dilucidar una pregunta básica: ¿Es justa la sentencia? Por tanto, nuestra Justicia ¿hace justicia?

Ya sabemos cuál es la respuesta al respecto de la política, de los medios y de la feligresía. Lo que importa es que la Justicia retome su rol de velar por la legalidad para recuperar credibilidad. Para eso, debería depurarse de oscuridades muy arraigadas. Mientras tanto, seguirá manipulada y sospechada.