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No sólo libros

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En una valiente defensa de la Biblioteca Nacional, Noé Jitrik señala con razón un detalle sutil. Si bien la institución de la Biblioteca –como la del museo, como la del súper, como la del banco– puede sonar a acumulación capitalista (de ideas, de imágenes, de mercancías o de dinero, respectivamente), no hay en la biblioteca más acumulación que la de sentido. Y el sentido no es un valor de cambio. Tal vez por eso la destrucción que se hace de sus valores sea tan bizarra y haya llegado al límite delirante de rodearla con carros de asalto y Policía de todos los colores. ¿Es para echar kirchneristas? ¿Es para “desideologizar”? ¿O es para acabar con una actividad expansiva del sentido que la Biblioteca derramaba generosa? Tal como denuncia Jitrik: “Se acaban las publicaciones, se acaba la tradicional revista, se eliminan los talleres, no sé cuántas cosas más desaparecen ‘porque no son rentables’ y, sobre todo, se regresa a un momento cavernario, la Biblioteca como convocatoria de sombras y no de personas, la Biblioteca como depósito de dudosas glorias y no de recuperaciones y debates”.

Es posible que en el audaz diseño arquitectónico de Clorindo Testa, tan racionalista, estuviera escrita su sentencia de muerte en manos de los ignorantes y los brutos: siguiendo el ideal moderno, el edificio devuelve a la naturaleza en la que emerge, al espacio público (hoy mala palabra) todo el lugar que sea posible. Así, la parte más importante del edificio es su plaza pública, su polis. Su política. El gliptodonte de Testa que es nuestra Biblioteca Nacional se eleva por sobre el predio expropiado a medias en esa manzana feudal de Recoleta y había logrado una expansión sin antecedentes con su revista Estado Crítico (un pequeño lujo), su Museo de la Lengua (siempre radiante de pequeños y grandes lectores), sus conversatorios y publicaciones. Es contra toda esa expansión que se yerguen los fusiles de la policía. A falta de algún tipo de idea, sólo cabe acallar las que ya estaban.